...Sufrimiento, guerra y división. Pero hay otra. La que conocemos a través de los ojos del padre Ibrahim. El párroco de la Iglesia de San Francisco de Asís, de Alepo, habla de una Siria de vecinos que se ayudan y conviven, tanto cristianos como musulmanes.
Párroco, San Francisco de Asís (Alepo)
"Nosotros, en la parte controlada por el gobierno, seguimos conviviendo. En las fiestas, Navidad y Pascua, vienen las autoridades civiles y religiosas musulmanas a felicitarnos”.
Los sirios que permanecen en el país intentan seguir con su vida pese al riesgo de morir en cualquier momento. Anhelan disfrutar de nuevo un país donde reinaba la armonía, aunque ahora cueste creerlo.
Párroco, San Francisco de Asís (Alepo)
"Vivíamos una hermosa vida juntos. Yo crecí en un edificio con personas de varias religiones. Había suníes, chiíes y cristianos. Nuestro barrio era mixto. Las madres preparaban la comida y comíamos juntos. Todos charlábamos horas y horas. Sin embargo, la idea del fundamentalismo religioso comenzó a sembrar la discordia y el odio”.
La realidad se sigue imponiendo y las bombas cayendo. Muchos intereses enfrentados destruyen Siria, minuto a minuto, y con ella a una de las comunidades cristianas más antiguas del mundo. Fue en Damasco donde San Pablo recibió el bautismo. El padre Ibrahim dice que hace tiempo dejó de confiar en los poderes humanos para acabar con la guerra.
Párroco, San Francisco de Asís (Alepo)
"No esperamos nada de los hombres porque llevamos esperando cuatro años ya. Hoy nuestra esperanza es el Señor, en quien confiamos que actúe y nos dé la solución”.
Habla con sorprendente serenidad sobre la posibilidad de morir en cualquier momento o incluso, de ser martirizado. Afirma que seguirá en Alepo, una de las ciudades más castigadas por la guerra.
Párroco, San Francisco de Asís (Alepo)
"Seremos los últimos en marcharnos. Nos quedaremos hasta que quede una sola oveja del rebaño, para servirla y para mostrar que estamos con nuestra gente”.
Pide a los cristianos del mundo que recen, que continúen con la ayuda material que les aportan pero que también se indignen y actúen, que protesten ante el sufrimiento de un país que, tras cuatro años de guerra, ha perdido más de 210.000 vidas humanas por el camino.