Un hombre a la altura del momento extraordinario que le tocó vivir. Contempló la caída del más poderoso imperio antiguo. Pasó de sabio pagano a obispo de la nueva religión de un mundo nuevo. En la frontera entre dos civilizaciones, entendió perfectamente ambas culturas, y su síntesis entre platonismo y cristianismo ha configurado Europa hasta nuestros días. Su fuerza creadora le lleva a inaugurar dos géneros: la autobiografía y la teología de la Historia.
Es un Top Ten, sin ninguna duda. Su obra filosófica, por su amplitud y profundidad, supera a todas las anteriores expresiones del pensamiento cristiano, y deja su impronta en los siglos venideros. En La Ciudad de Dios, primer ensayo de filosofía y teología de la Historia, leemos que la religión y la política apuntan al mismo fin: descubrir y amar al Dios que habita en el interior de cada criatura humana; de ahí que la Iglesia fundada por Cristo, deba dar forma al Estado con sus principios, y tenga el derecho de apoyarse en él. Esta concepción recorrerá, desde entonces, toda la historia política de Europa. Por eso, en Le Monde, Roger-Pol Droit tituló un editorial cultural de fin de año con estas palabras: Nombre: Agustín; sobrenombre: Occidente.
Hoy estamos acostumbrados al género autobiográfico, pero Agustín es el pionero que lo crea. Y lo hace de forma genial, hasta el punto de lograr una obra considerada, por muchos, el mejor libro de la Historia, después de la Biblia. En esas páginas, nos regala una mezcla insuperable de antropología, ética, psicología y estilo. Si reducimos a esquema su contenido, podemos decir que la autobiografía más reeditada y leída es la introspección de un alma en carne viva, una búsqueda apasionada de la felicidad, un alarde de psicología y estilo literario. Y, sobre todo, una oración a corazón abierto.
Pienso que algunos clásicos solo pueden entrar en las aulas si se facilita su lectura. Ése ha sido mi reto. ¿Con qué criterios? En primer lugar, he suprimido digresiones filosóficas y teológicas, para mostrar al desnudo la vida apasionante del joven Agustín, hasta su conversión. Por otro lado, he intentado hacer justicia a su altísima calidad literaria por medio de un castellano del siglo XXI, alejado de la retórica arcaida de algunas traducciones.
Por supuesto. Pero el propio Agustín me ha dado todas las facilidades, pues su vida –donde no faltan los ingredientes morbosos- es más apasionante que cualquier novela. Y su forma de contrala me parece insuperable.