Habló de las madres, los padres y los abuelos. En esta ocasión reflexionó sobre los niños.
Dijo que recuerdan a todos su condición de hijos, que nadie se ha dado la vida a sí mismo sino que la ha recibido. Subrayó cuánto deben aprender los adultos de la sencillez de los niños y concluyó advirtiendo que una sociedad sin hijos es "gris y triste”.
Queridos hermanos y hermanas:
De entre las figuras familiares, hoy deseo centrarme en los niños, como gran don para la humanidad. Ellos nos recuerdan que todos hemos sido totalmente dependientes de los cuidados de otros. También Jesús, como nos muestra el misterio de la Navidad. En el Evangelio se elogia a los «pequeños», a los que necesitan ayuda, especialmente a los niños.
Ellos son una riqueza para la Iglesia y para nosotros: nos hacen ver que todos somos siempre hijos, necesitados de ayuda, amor y perdón, que son las condiciones para entrar en el Reino de Dios. Desmontan la idea de creernos autónomos y autosuficientes, como si nosotros nos hubiéramos dado la vida y fuéramos los dueños, en vez de haberla recibido.
Los niños nos enseñan también el modo de ver la realidad de manera confiada y pura. Cómo se fían espontáneamente de papá y mamá, cómo se ponen sin recelos en manos de Dios y de la Virgen. Sienten con sencillez las cosas, sin ver en ellas únicamente algo que puede servirnos, que podemos aprovechar. Ellos sonríen y lloran, algo que a menudo se bloquea en los mayores.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España, México, Perú, Uruguay y Argentina. Hermanos y hermanas, los niños dan vida, alegría, esperanza.
Dan también preocupaciones y a veces problemas, pero es mejor así que una sociedad triste y gris porque se ha quedado sin niños... o no quieren niños. Pidamos que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
En aquel tiempo, dijo Jesús: « Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios».