En el corpus de diálogos, tragedias, epístolas y tratados que la antigüedad nos ha transmitido bajo el nombre de Séneca, aparecen también catorce cartas que el filósofo y maestro de Nerón habría intercambiado con el apóstol Pablo, ocho con el nombre de Séneca y seis con el de san Pablo.
Son notas breves, intercambios de saludos, reconocimientos de estima recíproca. Séneca demuestra interés por la doctrina de Pablo, tanto que declara haber leído algunos pasajes de ella al mismísimo emperador, aconseja aPablo para mejorar su latín, incluso le envía un libro para ayudarle a enriquecer el vocabulario.
Pablo responde intercambiando la estima, consciente del gran honor que el preceptor del princeps le hacía con aquella correspondencia, pero le recomienda ser prudente al presentar sus escritos a Nerón, desde el momento en que la emperatriz Popea —a quien el apóstol alude sin decir el nombre— se ha mostrado hostil a la predicación del cristianismo.
Las cartas se refieren al período del “feliz quinquenio” neroniano, cuando el joven emperador, bajo la guía de Séneca y del prefecto del pretorio Afranio Burro, gobernaba aún con equilibrio y sabiduría.
La mayor parte de los estudiosos parecen estar convencidos de que el epistolario es falso (si bien antiguo), redactado no más allá del siglo IV, ya que san Jerónimo, en una carta del 392, muestra el conocimiento de su existencia.
Este epistolario, por tanto, se considera apócrifo desde hace tiempo, y se atribuye a uno o a varios autores desconocidos del siglo IV.
Son dos los argumentos principales para negar la autenticidad de las cartas: por un lado, el apologeta cristiano Lactancio, en torno al año 324, afirma ignorar la existencia del epistolario; además, en la carta XI, fechada en marzo del 64, se describe el incendio de Roma, que sin embargo tuvo lugar en julio de este mismo año.
A pesar de estas dificultades, el epistolario fue considerado auténtico en la antigüedad y en la Edad Media, incluso por figuras de la importancia de san Jerónimo y los intelectuales Albertino Mussato y Boccaccio.
Sin embargo, el juicio de los críticos no es unánime. Ya Franceschini, en 1981, había puesto en duda la hipótesis de la mayoría, y con buenas razones. Mientras tanto, los estudios sobre la penetración del cristianismo en el siglo I han ido avanzando.
Ha sido ya desacreditado el prejuicio según el cual el Evangelio se habría difundido en la capital del imperio solo entre las capas más humildes de la población.
Además, resulta cada vez más documentado un contacto entre los ambientes del estoicismo romano y el cristianismo a partir del siglo I; hasta el punto que, según Marta Sordi, no fue casual que la persecución golpeara casi contemporáneamente a los cristianos y a los estoicos, tanto bajo Nerón como bajo Domiciano.
A partir de estas consideraciones Ilaria Ramelli, experta sobre cristianismo antiguo en la Universidad Católica de Milán, ha vuelto a afrontar la cuestión del epistolario, reproponiendo la hipótesis de la autenticidad de casi todas las cartas. A ella se dirigen las siguientes preguntas:
– No se puede afirmar con certeza, pero tampoco excluirlo a priori. Pablo vivió en Roma, si bien no ininterrumpidamente, del 56 hasta el año de su muerte, entre el 64 y el 67. Ciertamente el hecho de haber vivido durante bastantes años en la misma ciudad que Séneca no implica que lo haya conocido.
Pero Séneca podría haber tenido dos buenas oportunidades para escuchar hablar de Pablo. En el 51, el hermano Galión, entonces procónsul de Acaya, conoció a Pablo en Corinto y rechazó procesarlo frente a las acusaciones de los judíos, mostrando una cierta simpatía hacia los cristianos.
Después, probablemente en el 58, Pablo sufrió en Roma un primer proceso: el tribunal que lo absolvió debía ser presidido, si no por el mismo Nerón, por el prefecto del pretorio Afranio Burro, personas con las que Séneca tuvo en aquellos años contactos estrechísimos.
Por otra parte, los máximos responsables del poder romano conocían el fenómeno del cristianismo desde la época de Tiberio, y miraron con simpatía a la nueva fe hasta el 62, el año del cambio, en que Nerón, quizás influenciado por su mujer Popea, que era de tendencias filojudías, comenzará a cambiar de postura hasta acabar en la persecución del 64.
Por tanto no hay que excluir que Séneca haya sentido curiosidad por un predicador como Pablo, que actuó libremente en Roma durante muchos años. Además, no debemos olvidar que en la gens de Séneca, los Anneos, el cristianismo tuvo que ser conocido muy rápidamente, si es verdad, como demuestra una inscripción sepulcral encontrada en Ostia, que al menos un miembro de su familia murió cristiano al final del siglo I.
– Creo que la valoración de estar cartas ha estado excesivamente influenciada por el prejuicio según el cual una relación entre Séneca y Pablo, en los años cincuenta del siglo I, era imposible. Se ha preferido pensar que, en el siglo IV, un falsario hubiese querido dar crédito a la hipótesis de un Séneca cristiano, o próximo a la fe cristiana.
Pero todo ello no está en el epistolario, a excepción de dos cartas, que no aparecen en los manuscritos más antiguos: la XI, claramente falsa, y la XIV, quizás espuria. La XI es precisamente la que habla del incendio de Roma y del martirio de los cristianos, pero, amén de cometer un burdo error de datación, se haya insertada entre dos cartas muy estrechamente vinculadas, ya que la segunda retoma argumentos y temas de la primera.
Igualmente, san Jerónimo asegura que las cartas fueron escritas cuando Séneca estaba en el ápice del poder, por tanto no más allá del 62, mientras que en el 64 había caído ya en desgracia desde hacía tiempo.
La XIV, última de la correspondencia, podía fácilmente añadirse a continuación: además de presentar diferencias lexicales respecto a las otras, es la única en que Pablo expresa la esperanza de que Séneca pueda hacerse cristiano.
Si se excluyen estas dos interpolaciones, no hay motivo para considerar que las otras doce cartas sean falsas.
– Ha sido observado que el latín, a menudo fatigoso, de estas cartas es muy distante de la cuidada prosa a que Séneca nos ha habituado. Sin embargo, también es verdad que se trata de notas de tono y contenido informal, y existen poquísimos testimonios de latín no literario con los que confrontarlas para poder llegar a conclusiones definitivas.
También se objeta el hecho de que los escritores cristianos, hasta Jerónimo, hayan callado acercadel epistolario, sobre todo Lactancio que, al inicio del siglo IV, hablando de Séneca, muestra no conocer su existencia.
Pero tampoco esta es una prueba cierta de que la correspondencia, entonces, no existiese. Por otro lado, la limitada importancia del contenido explica, por lo menos al comienzo, su escasa difusión.
– En primer lugar precisamente el hecho de que el contenido sea de escasa relevancia. Un farsante (falsario), probablemente, habría vuelto más “interesantes” las cartas, aderezándolas con alusiones de más fácil aceptación por parte de un público bien dispuesto a creer, quizás, en la leyenda de un Séneca cristiano.
Y es lo que de hecho hacen las dos cartas claramente espurias. Pero las otras son poco más que notas, en las que sin embargo aparecen elementos que difícilmente habrían sido cogidos con precisión histórica trescientos años más tarde.
– La preocupación de Pablo por la “indignación” de la domina, la judaizante Popea, hacia el cristianismo. Además, en las cartas de Pablo, mas no en las de Séneca, se hallan términos claramente griegos, como aporia (duda) o sophista (sabio), típicos de un hombre que, como Pablo, a pesar de haber aprendido el latín durante su larga estancia en Roma, continuaba pensando en griego.
Asimismo el término lex, que es latino, es utilizado por Pablo en el sentido del griego nomos, es decir, uso, costumbre, tradición. Igualmente el empleo de la palabra secta en referencia al cristianismo parece un calco del griego haíresis: ya en Hch 28,22, haíresis se refiere a los cristianos y es traducido al latín con secta.
Por otra parte, las expresiones más enrevesadas y de más difícil interpretación se encuentran todas en las cartas de Pablo, que son mucho más reducidas en número y extensión respecto a las de Séneca.
– Sorprende, por ejemplo, el uso de la expresión horrore divino para indicar el concepto griego de phóbos theoû, temor de Dios. Un falsario del siglo IV difícilmente habría empleado esa expresión, prefiriendo la más común de timor Dei.
En cuanto al hecho de que Séneca, refiriéndose a Pablo, hable de spiritus sanctus in te (Ep. VII), no debe causar extrañeza. Expresiones muy similares se encuentran en las cartas a Lucilio, auténticas con toda seguridad, como el sacer intra nos spiritus de la Carta 41.
– Creo que el epistolario pueda testificar la existencia de contactos, ya de por sí probables, entre Séneca y Pablo, al nivel de estima recíproca y de intercambio de ideas, con vivacidad y curiosidad intelectual, sin tener que suponer por ello una conversión de Séneca, lo que es una leyenda absolutamente infundada.
Estos contactos, además, parecen implicar no sólo a dos personas, sino a dos grupos: en el epistolario se dice que, junto a Séneca, también Lucilio y otros amigos leían los escritos de Pablo, que se dieron a conocer incluso al Nerón anterior al cambio, el cual se habría maravillado de tanta elevación del espíritu en una persona que ni siquiera había recibido una instrucción regular greco-romana.
Además, Pablo predicaba libremente en Roma entre los pretorianos, cuyo prefecto era el ya citado Burro, y los cristianos estaban incluso in domo Caesaris, como afirma el mismo apóstol en la Carta a los Filipenses (Flp 4,22), y en la gens Annaea.
Por otra parte, Pablo no parece el único que estaba en contacto con Séneca: el epistolario también habla de Teófilo, probablemente aquél a quien se dedican los escritos lucanos.
Parece, en definitiva, una prueba más del hecho de que el cristianismo, desde sus primeros desarrollos, fuese quizás más conocido en los ambientes intelectuales paganos de cuanto se nos ha hecho creer hasta ahora.
Incluimos la traducción española de dos cartas (la VII y la VIII) del supuesto epistolario entre Séneca y san Pablo. En la primera el filósofo comunica al apóstol que ha leído a Nerón pasajes de sus cartas, suscitando la curiosidad del emperador. Al responder, Pablo juzga imprudente el comportamiento de Séneca, a causa de la hostilidad de la domina Popea hacia la fe cristiana.
Anneo Séneca a Pablo y Teófilo, salud. Reconozco haber leído con gusto tus cartas, que has enviado a los Gálatas, a los Corintios y a los Aqueos. Que podamos vivir el uno con el otro, como lo presentas en ellas, también con temor de Dios. De hecho, un santo espíritu expresa en ti mediante palabras sublimes pensamientos dignos de veneración, por encima de los más elevados.
Por tanto, ya que expones cosas eminentes, desearía que no faltara a su solemnidad la elegancia del lenguaje. Y para no esconderte nada, hermano, o tener alguna deuda con mi conciencia, confieso que Augusto ha sido fuertemente tocado por tus pensamientos. Cuando le hube leído de qué manera haya comenzado a residir en ti la virtud, dijo que se maravillaba de que alguien que no ha sido educado según el iter regular de estudios alimente tales pensamientos.
Yo le respondí que los dioses hablan habitualmente por boca de los inocentes y no a través de quienes pueden alterar en algo su mensaje con la propia cultura. Y, cuando le hube aducido el ejemplo de Vatieno, un modesto campesino a quien se le aparecieron en el campo junto a Rieti dos hombres que revelaron después ser Cástor y Pólux, pareció bastante satisfecho con la explicación. Que me estés bien.
Pablo a Séneca, salud. Aunque no ignoro que nuestro César ama las cosas dignas de admiración, si bien pueda equivocarse alguna vez, permíteme no que te ofenda, sino que te exhorte. Considero que has hecho algo grave al querer darle a conocer lo que es contrario a su religión y a su educación. De hecho, ya que da culto a los dioses de los gentiles, no veo como te haya podido venir a la cabeza el deseo de que conozca esto, a no ser que lo hayas hecho a causa de tu excesivo amor hacia mí. Te ruego que no lo hagas más en el futuro.
Debes estar atento para que, al demostrar tu afecto hacia mí, no llegues a ofender a la Señora. De todos modos, su ofensa, aunque persevere, no nos dañará; y si no lo hace, tampoco nos servirá. Si prevalece en ella la reina, no se indignará; si prevalece la mujer, se ofenderá.
Entrevista a Ilaria Ramelli en Studi Cattolici 520 [2004] 504-506 (traducción de Javier Sánchez Cañizares)
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