Por este dolor y gozo alcánzanos que, después de luchar en nuestra vida contra la esclavitud de los vicios, tengamos la dicha de morir con el santo nombre de Jesús en los labios y en el corazón.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)
Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron (Jn 1,11).
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno (Lc 2,21).
«¡Que no le hagan daño! -piensa José-, que para mí es más que un hijo». Pero hay que cumplir con la Ley, porque así lo dispuso Dios para que Jesús formase parte del Pueblo escogido. Y el Niño llora.
Si no hubiera habido pecado los hombres no sufriríamos. Al principio, recién creados, los hombres eran buenos, pero ellos se alejaron de Dios y se hicieron daño, a sí mismos y a los demás. Pasados los siglos, Dios hizo una Alianza para que los hombres, viviendo según los Mandamientos, fueran buenos. Y esa alianza se sellócon sangre.
El mundo llora, ¿y por qué llora? A veces cumplir los mandatos del Señor supone sacrificio, pero siempre es mayor el sufrimiento por no seguirlos. ¡Cuándo aprenderemos definitivamente que la Ley de Dios es camino de libertad, de felicidad, de amor!
Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 21).
El nombre indica su misión en esta tierra: Jesús, el Salvador. Pero este Niño no va a quitar los males que aquejan a la humanidad, porque mientras haya pecados, el sufrimiento podrá servir de purificación y de corredención.
La sangre de la circuncisión evoca el precio de nuestro rescate. La sangre de la nueva Alianza ofrecida en la Cruz perdona los pecados y nos da la vida sobrenatural. Ahora sabemos, aunque nos cueste entenderlo, que detrás de nuestro sacrificio hecho por amor está la santidad.
Le han puesto por nombre Jesús, que significa «Dios salva». Toda su vida será camino salvador, y especialmente en la Cruz y la Resurrección se abrirán las compuertas de las aguas de la salvación. ¡Qué alegría saber que, unidos a Cristo en los Sacramentos y en la Cruz de cada día, toda nuestra vida tiene sentido redentor!
¿Veo en los Mandamientos precisamente el orden adecuado para amar a Dios y a los demás; o, por el contrario, me parece que limitan mis caprichos?
¿Sé que en el sacrificio se demuestra el amor y, en él, el amor se hace más puro?
¿Noto en mi vida la pobreza, la castidad, el orden, la comprensión, la obediencia? ¿Comprendo que si no costara una virtud podría ser señal de que no se vive?
¿Entiendo que, aunque no tenga que llegar al derramamiento de sangre, también a mí se me pide ser mártir, es decir, amar dando lo que más cuesta?
¿Comprendo que con mi vida de sacrificio tengo que completar –actualizar hoy– lo que falta a la Pasión de Cristo? ¿Estoy dispuesto a redimir con Él?
Vivir estos días alguna mortificación, quizá la puntualidad en algún detalle que habitualmente me cuesta.
Oh Dios que concediste al bienaventurado José hacerle partícipe de la salvación a través del cumplimiento puntual de sus obligaciones, haz que yo comprenda que la mortificación es un medio de amar y de reparar los pecados. Dame la fuerza para vivir como Tú deseas que viva. Así sea.
Jesús, José y María, osdoy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía.