«Hemos perdido todo. Nuestras casas y nuestras Iglesias han sido destruidas y saqueadas». Obligado a refugiarse en un seminario católico de Giuba, monseñor Roko Taban Mousa, administrador apostólico de Malakal en Sudán del Sur, cuenta a Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN, la fundación de derecho pontificio que apoya la acción pastoral de la Iglesia en donde sufre persecuciones) que la población ha abandonado vastas zonas del país más joven del mundo debido a los enfrentamientos entre el ejército del presidente Salva Kiir y la coalición rebelde guiada por Riek Machar.
A pesar de la tregua entre el gobierno y los rebeldes del pasado 25 de enero, la violencia ha continuado sin piedad. El conflicto, que nació por motivos políticos, está asumiendo cada vez más una connotación étnica, puesto que los líderes de ambas facciones pertenecen a los dos principales grupos étnicos del país. Kiir a los dinka y Machar a los nuer. Los enfrentamientos comenzaron el 15 de diciembre de 2013 y, según los datos de las Naciones Unidas, han provocado miles de muertos y han obligado a por lo menos 900 mil personas a abandonar sus viviendas. Monseñor Taban compara las atrocidades que se han verificado en las últimas semanas con lo que se vivió durante la segunda guerra civil sudanesa, que duró desde 1983 hasta 2005. «En 22 años de conflicto –afirmó– nunca vimos una devastación parecida».
La diócesis de Malakal incluye los territorios de los estados más afectados por la violencia: el Alto Nilo, Unidad y Jongley. Hace pocos días todos los sacerdotes diocesanos y las religiosas se vieron obligados a huir y muchos de ellos encontraron refugio en Giuba. «Mis sacerdotes tuvieron que abandonar sus pertenencias y ahora no tienen ni siquiera misales o paramentos litúrgicos». Ayuda a la Iglesia Necesitada acaba de aportar 25 mil euros para garantizar una vivienda y ofrecer víveres y medicinas a los sacerdotes y religiosas que se refugian en la capital de Sudán del Sur.
Monseñor Taban recuerda, además, a los fieles que permanecen todavía en Malakal. Según fuentes de la Iglesia local, muchos de los 250 mil habitantes de la capital del Alto Nilo se habrían refugiado en localidades remotas (y ahora llenas de refugiados) dentro de la selva; otros más encontraron refugio en un campo de prófugos cercano.
El religioso subraya la urgente necesidad de ayuda humanitaria: «La población necesita arroz, maíz, frijoles, aceite. Estamos al borde de la carestía, y es adonde llegaremos si no se envían inmediatamente alimentos». Incluso el agua potable se ha convertido en un bien rarísimo y, debido a la sed, muchos habitantes dela diócesis de Malakal han comenzado a beber las aguas del Nilo blanco, por lo que los casos de disentería han aumentado dramáticamente. «La diarrea y la malaria afectan cada vez más a los sudsudaneses –explicó monseñor Taban–, pero desgraciadamente nadie tiene acceso a medicinas porque todos los hospitales y las farmacias han sido saqueadas o destruidas durante los ataques».