"Siria se desangra, Europa pone tiritas" - El ejemplo del Líbano

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El pueblo de Siria sigue sufriendo la perturbación total de sus vidas por un conflicto que ha reportado más de 250.000 muertes. Casi cuatro millones de personas son refugiadas en otros países, y otros 7,6 millones son desplazados internos.

Siria se desangra, Europa pone tiritas

Líbano el mejor ejemplo de solidaridad con los refugiados

JAIME CÁRDENAS. DIRECTOR DE INVESTIGACIÓN DE LA SCHENGEN PEACE FOUNDATION (LUXEMBURGO)

El pueblo de Siria sigue sufriendo la perturbación total de sus vidas por un conflicto que ha reportado más de 250.000 muertes. Casi cuatro millones de personas son refugiadas en otros países, y otros 7,6 millones son desplazados internos. En conjunto, estas cifras representan alrededor de la mitad de la población siria. Asimismo, dos tercios de la misma vive actualmente en la pobreza extrema, y la mitad está desempleada, mientras que el impacto en los países vecinos también ha sido muy significativo.
El mundo no puede seguir mirando para otro lado. El conflicto ha alcanzado una escala aterradora. El autor de este reportaje, Jaime Cárdenas, nacidoen San Sebastián y afincado en Compostela desde hace una veintena de años, se ha desplazado desde la capital de Galicia a Zahle, localidad libanesa cercana a la frontera con Siria, para narrar desde allí, en dramática secuencia, la tragedia que viven más de un millón doscientos mil refugiados.
"No pienso en el futuro", dice Adila sonriendo, "pienso en el presente, en hoy. Mientras nada es estable es mejor no pensar en el futuro" -¿Vas al colegio?: - "No". -¿Y tus hermanos?: - "Sólo uno"
Asentamiento de refugiados sirios a las afueras de Zahle, en el valle de la Bekaa.  En el valle hay 1.000 asentamientos. No faltan algunas parabólicas, donde en estos días habrán visto a su compatriota niño varado en una playa griega. FOTO:
Asentamiento de refugiados sirios a las afueras de Zahle, en el valle de la Bekaa. En el valle hay 1.000 asentamientos. No faltan algunas parabólicas, donde en estos días habrán visto a su compatriota niño varado en una playa griega. FOTO:

Adila tiene 15 años y nació en Alepo, es la segunda de ocho hermanos, el mayor de 16 y la pequeña de dos. Llegaron como refugiados al Líbano, a la Bekaa, en 2013, con toda la familia: padres, hermanos y abuelos. Sus padres trabajaban en Siria como artesanos de la madera; uno de los hermanos resultó herido en la guerra y decidieron huir del país. Viste unos vaqueros azules desteñidos y ajustados y se cubre la cabeza con un chador amarillo limón. Mantiene en su boca una sonrisa permanente.

Hace más de un año, en abril de 2014, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) contabilizaba el refugiado número un millón que entraba en el Líbano, de los que el 50 %, como en el caso de Adila, tiene menos de 18 años. Los niños refugiados en edad escolar son más de 400.000 y superan por mucho la cifra de niños escolarizados en las escuelas públicas libanesas. Aun así y con un gran esfuerzo, las autoridades educativas han logrado escolarizar a más de 100.000 niños refugiados. Ningún otro gobierno ha hecho un prodigio similar.

A fecha de hoy los sirios en el País de los Cedros son ya un millón doscientos cincuenta mil. El Líbano es un pequeño país; tiene aproximadamente el tamaño de la provincia de Lugo y cuatro millones y medio de habitantes. Sobre esa población hay que añadir los 350.000 refugiados palestinos que llevan años en el país y ahora los refugiados sirios. El Líbano se ha convertido, en proporción, en el país del mundo que acoge más refugiados, hay 250 por cada 1.000 habitantes y no comprenden la polémica europea por las cuotas anuales. La crisis que soporta Líbano es como si en España hubieran entrado en cuatro años unos diez millones de refugiados.

Me di cuenta de la magnitud del esfuerzo el 19 de agosto. A las seis de la mañana salía desde Byblos camino de Beirut por la autovía que recorre el Líbano de norte a sur. Había quedado con José Antonio Naya, gallego de A Coruña afincado en el país desde hace más 20 años. Es el representante en el Líbano del Instituto per la Cooperazione Universitaria (ICU), veterana institución italiana en el mundo de la cooperación y el desarrollo. Ahora promueve también varios proyectos a favor de los refugiados sirios. En Beirut recogimos a Wadid, libanés sunita dedicado también a la cooperación y que hoy ejercerá de intérprete, pues la mayoría de los refugiados sirios que han llegado a esta regiónse expresan sólo en árabe.

El grupo de refugiados sirios que participa de un proyecto de ayuda humanitaria. El Ayuntamiento les contrata para trabajos en el municipio y la ONG les entrega un sueldo con los donativos que recauda por todo el mundo. Mantienen a sus familias

Desde Beirut nos dirigimos por la autovía del este hacia Zahle, nuestro destino, en el valle de la Bekaa, conocido como el granero de Oriente Medio por su producción de trigo y hortalizas. La ruta que une la capital con las montañas, la Bekaa y Siria sube en unas decenas de kilómetros desde el nivel del mar hasta los 2.500 metros. Desde el alto se contempla el valle y al otro lado la cadena de montañas del Antilíbano, frontera natural con Siria. La llanura se estira de nordeste a sureste en una altiplanicie de 50 km de largo por unos 20 de ancho, como un edredón de cultivos.

La Bekaa se ha hecho famoso porque, desde el inicio de la guerra hasta hoy, han surgido unos 1.000 asentamientos de refugiados sirios. No son campos de refugiados como los imaginamos por las fotos aéreas de muchos campos africanos: un perímetro vallado y custodiado por la ONU. Aquí, los sirios llegan y se instalan en asentamientos, siguiendo las indicaciones y ayuda de las autoridades y de Acnur. No son concentraciones de cientos de miles de personas, al estilo de los campos de Jordania, y eso simplifica algo la gestión, si es que es posible decir que algo sea fácil ante el desafío logístico, económico y social de esta hecatombe humanitaria.

Este tipo de asentamientos se conocen como informal settlements: la razón de peso para que el Gobierno libanés haya optado por esta solución es la de no volver a perder soberanía sobre su propio territorio. Detrás planea la experiencia de los campos de refugiados palestinos creados hace decenios, al amparo de Naciones Unidas según el principio de extraterritorialidad, con la idea de que los refugiados regresarían algún día a Palestina. La extraterritorialidad implica que el Gobierno libanés no tiene el control total de esos campos, aunque estén en su territorio. Actualmente viven en el Líbano unos 350.000 palestinos, repartidos en 11 de esos campos.

El ingenioso sistema de ayuda del ICU a los refugiados sirios es el de cash for work, en lugar del de cash for nothing y contemplan que los refugiados trabajen, con un sueldo, en beneficio de la comunidad local en la que se han asentado, facilitando que sean más apreciados y aceptados por la población. Persiguen también dar a los refugiados una formación que les ayude en el regreso a su país con nuevos conocimientos, por ejemplo en técnicas de agricultura.

De camino a Zahle llegamos a la bifurcación de Chtaura, a 10 kilómetros de la frontera con Siria. Por el brazo derecho llegas a Bar-Elia, donde hay unos 45 asentamientos. Por el otro, a Zahle, con 50.000 habitantes y rodeada hoy por un cinturón de 40 asentamientos. Por la misma carretera está Baalbek, conocida por sus imponentes ruinas romanas y sede de un famoso festival musical donde, en sus buenos tiempos, actuaron artistas como Plácido Domingo, Sting o Deep Purple.

Al entrar a Zahle entiendes lo que te querían decir con los informal settlements: tiendas blancas tipo Acnur en grupos alrededor de la ciudad. No vas a un campo de refugiados concreto porque todo es un cinturón viviente de refugiados. Junto a Acnur, muchas instituciones humanitarias, como Cáritas Internacional, prestan ayuda a los refugiados. Están bastante organizados, con un jefe de asentamiento que hace de enlace con la municipalidad si surge algún problema.

El primer proyecto de cooperación es una planta de reciclaje de basura. Está bien gestionada, recoge 300 toneladas diarias de residuos, que son clasificados y tratados. La planta tiene un kilómetro cuadrado, recibe basura de 30 localidades. Con tres plantas así el valle de la Bekáa trataría todos sus residuos. Hablamos primero con Simon, el libanés que dirige la planta. Le pregunto por la paz, sonríe, - "¿La paz?, aquí nos hemos olvidado de esa palabra, nos conformaríamos con un poco de calma".

Llega luego Abdal, refugiado. Viste mono azul y lleva colgada al cuello la máscara para evitar inhalaciones. Tiene 25 años. Se casó con 15 y tiene siete hijos, el mayor de 10 años. Huyeron desde el este de Siria, cerca de Irak, en un viaje de 10 días de pesadilla. Sus dos últimos hijos han nacido en el asentamiento de Zahle. Cuando habla irradia dignidad y serenidad. -"El único objetivo de mi vida es sacar adelante a mi familia. Dejo atrás una casa arrasada por las bombas: he perdido todo. Tengo unos parientes en Turquía donde se han podido instalar los abuelos". Sus hijos no están escolarizados.

Entramos de nuevo en Zahle y buscamos a los integrantes de otro proyecto para refugiados. Trabajan para el municipio en labores de limpieza de calles, alcantarillas, etc. Se habían marchado ya para ir a comer pero en cuanto les han llamado regresan, porque quieren hablar y dar a conocer sus historias.

En todo momento nos acompaña un representante del Ayuntamiento. Nos dice que el alcalde de Zahle es cristiano, como la mayoría en esta ciudad. Hay una convivencia razonable entre los miembros de las distintas comunidades religiosas y étnicas. La Bekaa es una zona mixta, donde conviven suníes, chiíes y cristianos, con predominio de unos u otros según las localidades.

Se acerca primero Anwar. Tiene 21 años. En Siria tenía esposa y dos hijos. Perdió los tres en la guerra y escapó solo hasta aquí. Se ha casado otra vez en el asentamiento y ha tenido un hijo. Inesperadamente, Anwar levanta la pernera del pantalón y muestra unas marcas tremendas en la pierna izquierda, detrás de la pantorrilla. Tiene varios agujeros cicatrizados que recuerdan cráteres grises, como si le hubieran sacado los trozos de metralla del bombardeo con unas tenazas. Se toca el muslo diciendo que le pusieron también una prótesis metálica.

Marwan tiene 45 años, aunque aparenta 20 más. Es de una localidad donde la mitad de la población fue liquidada con armas químicas. Con los ahorros de su vida había comprado una furgoneta para transporte de pasajeros. El minibús era su medio de vida. Lo perdió todo y ahora limpia alcantarillas en Zalhe con una cuadrilla de compatriotas. Levanta también la pernera del pantalón y asoma por encima de la rodilla un costurón zigzagueante causado por la metralla de un misil.

A Anwar y Marwan les siguen doliendo las heridas de guerra, pero pueden trabajar. Los jóvenes dicen que el "viejo Marwan ya no quiere volver a Siria", prefiere quedarse en Líbano o intentar ir a Europa. Él dice que "no se ve con fuerzas para volver". Los jóvenes sí quieren regresar cuando termine la guerra, aunque nadie sepa cuándo será, ni albergan esperanzas de que sea pronto.

Saleh, 23 años, nació en Homs. Huyó de Siria con su hermana. El resto de la familia fue devorada por la guerra. Abdhalla y los demás integrantes del grupo cuentan relatos similares; todos han perdido a familiares, algunos a todos. Muchos ya no tienen casa o ni siquiera saben qué es lo que han perdido pues no han tenido tiempo de comprobarlo.

Curiosamente, no mostraban odio ni resentimiento, más bien entereza y dignidad; sólo quieren volver a casa, a su país, sacar adelante a su familia y tener una vida normal.

Nos vamos. Antes de dejar Zahle, pasamos a saludar a la familia cristiana que acoge a Adila, la chica musulmana. De vuelta a Beirut subimos hasta la cima del puerto y caemos hacia Hammana. Pasamos un control militar permanente donde hace algo más de un mes hubo un atentado suicida con coche bomba. Luego enfilamos hacia Beirut.

Entrada la tarde me paro en casa de unos amigos. Cuando cede el calor salgo a dar un paseo. Sudo tanto que termino en el centro comercial ABC buscando aire acondicionado.

Ropa cara, joyas, relojes de lujo, nada que envidiar a Londres o a Washington... Abarrotado de gente. Pido una cerveza Almaza en un bar de diseño, conecto la wifi y miro varios periódicos europeos: hablan del mayor éxodo de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial y de la exasperante lentitud de los políticos para tomar decisiones, como viejos asustados que no quieren que nadie pise su césped impoluto.

Levanto la vista hacia los reflejos de los escaparates y siento ese poderío difuso que produce ver juntos a Bulgari, Rolex, Ralph Lauren... la cabeza torna a la Bekáa, a los miles de Anwar y Abdal. A las varias vidas que ya han vivido, a la sonrisa de Adila y a su incierto futuro, a la metralla, al olor de los asentamientos..., se me atraganta la cerveza.

Me encamino a Byblos, al norte, ya de noche. A esa hora, muchos de los 300.000 sirios refugiados en Beirut, salen de la ciudad como sombras. Son hombres, mujeres y niños que caminan por los arcenes de la autovía, después de haberse buscado la vida.

El Líbano, con su debilidad institucional y discreta fuerza económica, lleva cuatro años afrontando la llegada de refugiados. António Guterres, Alto Comisario de Acnur, manifiesta su admiración: "Aunque está luchando por salir adelante, el pueblo libanés ha mostrado una sorprendente generosidad".

 

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