«De este modo --aclaró--, con esta franqueza, que es el auténtico modo de rezar, de hablar con Jesús, expresamos la pequeñez de nuestra capacidad para comprender, pero al mismo tiempo asumimos la actitud de confianza de quien espera luz y fuerza de quien es capaz de dárselas».
El Santo Padre dedicó la audiencia general a presentar la figura del apóstol conocido sobre todo por sus dudas tras la resurrección de Jesús. Con esta audiencia general, en la que participaron unos 30.000 peregrinos, el pontífice continuó la serie de catequesis sobre los doce apóstoles y los orígenes de la Iglesia.
El obispo de Roma recordó los pasajes en los que los evangelios hablan de este apóstol, conocido como «el mellizo». En particular, mencionó la Última Cena, cuando Jesús anuncia que tras su partida preparará un lugar para que los discípulos también estén con Él; y especifica: «Y adonde yo voy sabéis el camino» (Juan 14, 4).
Entonces, Tomás, interviene diciendo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús le respondió con la famosa definición: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».
«Cada vez que escuchamos o leemos estas palabras, podemos ponernos con el pensamiento junto a Tomás e imaginar que el Señor también habla con nosotros como habló con él», recomendó el Papa a los fieles en una bella mañana de sol en la plaza de San Pedro del Vaticano.
Al mismo tiempo, sugirió, «su pregunta también nos da el derecho, por así decir, de pedir explicaciones a Jesús». «Con frecuencia no le comprendemos --reconoció--. Debemos tener el valor de decirle: no te entiendo, Señor, escúchame, ayúdame a comprender».
El Papa también recordó la escena de incredulidad de Tomás, que tuvo lugar después de la resurrección, cuando el mismo apóstol dijo: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».
Ocho días después, Jesús se aparecerá a los apóstoles, y en esta ocasión, al estar presente Tomás, le interpela directamente con estas palabras: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente».
«Tomás reacciona con la profesión de fe más espléndida del Nuevo Testamento --aseguró el sucesor de Pedro--: “Señor mío y Dios mío”». «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído», le respondió Jesús, enunciando «un principio fundamental para los cristianos que vendrán después de Tomás, es decir, para todos nosotros», indicó. El Santo Padre concluyó presentando las tres lecciones que presenta a los cristianos la figura del apóstol Tomás.
En primer lugar, dijo «nos consuela en nuestras inseguridades»; en segundo lugar, «nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre»; y, por último, nos recuerda «el auténtico sentido de la fe madura y nos alienta a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a él».
Tras recordar que según la tradición Tomás evangelizó Siria, Persia y parte de la India, deseó que «el ejemplo de Tomás confirme cada vez más nuestra fe en Jesucristo, nuestro Señor y nuestro Dios».
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