Autor de una de las cartas del Nuevo Testamento, Santiago el Menor, como reconoció el Papa, ha pasado a la historia por su intervención en el Concilio de Jerusalén, en pleno debate entre los apóstoles sobre si los gentiles (no judíos) debían someterse a la ley de Moisés para seguir a Cristo.
Según la propuesta, aceptada por todos los apóstoles presentes, que ha quedado recogida en el libro de los Hechos de los Apóstoles, no era necesario someter a la circuncisión a los gentiles que creyeran en Jesucristo, sólo se les debería pedir que se abstuvieran de la costumbre idolátrica de comer carne de animales ofrecidos en sacrificio a los dioses, y de la «impureza», término que probablemente aludía a las uniones matrimoniales no permitidas.
«En la práctica, se trataba de aceptar sólo pocas prohibiciones de la legislación de Moisés, consideradas importantes», explicó el Papa.
De este modo, según siguió diciendo, «se alcanzaron dos resultados significativos y complementarios, ambos todavía hoy válidos».
Por una parte, aclaró, «se reconoce la relación inseparable que une al cristianismo con la religión judía, como su matriz perennemente viva y válida; por otra, se permitió a los cristianos de origen pagano conservar la propia identidad sociológica, que hubieran perdido si hubieran sido obligados a observar los llamados "preceptos ceremoniales" de Moisés».
«En definitiva --constató--, comenzaba una práctica de recíproca estima y de respeto, que, a pesar de las dolorosas incomprensiones posteriores, buscaba por su propia naturaleza salvaguardar lo que era característico de cada una de las dos partes».