En el Esquilino, una de las siete colinas sobre las que se asienta la ciudad de Roma, vivió en el siglo II una matrona rica y de gran ascendiente por su vida piadosa y sus obras de caridad. Su nombre era Práxedes.
Imitando el ejemplo de tantas otras, convirtió su casa en lugar de culto y sus posesiones en verdadero complejo benéfico-social con servicios de enseñanza, asilo y hospital. Era costumbre de los primeros siglos que la casa donada para templo se llamara Título y recibiera el nombre del fundador o fundadora. Así se crearon las primeras parroquias de Roma que luego dieron origen a los Títulos Cardenalicios. Así, la casa de Santa Práxedes se convirtió a su muerte en el Título o parroquia de Santa Práxedes. De este hecho dan fe dos documentos de indiscutible autoridad: una inscripción del a. 489 en las Catacumbas de San Hipólito, en la Via Tiburtina de Roma, y las Actas del Sínodo Romano, que tuvo lugar el año 499.
Parece que Santa Práxedes murió hacia el año 159. Por entonces regía la «praxis» eclesiástica de que, a la muerte del fundador o fundadora de un Título, comprobada su vida ejemplar, el pueblo empezara a llamarle santo o santa, y a darle culto público. Tal fue el caso de Práxedes. Al morir, el pueblo cristiano bajo la moción del Espíritu Santo comenzó a invocarla como santa y a darle culto públicamente. La Jerarquía de la Iglesia no reservaba para estas circunstancias una canonización solemne, sino que empezaba por tolerar el nombre de santa y su culto, y luego los sancionaba con su aprobación que, canónicamente, recibe el nombre de «canonización equivalente».
El Martirologio romano señala la fiesta de Santa Práxedes el 21 de julio, día de su muerte y, siguiendo a S. Beda, los Martirologios del s. IX y el Jeronimiano la inscriben como santa y virgen. Coinciden varios documentos en asegurar que el cuerpo de Práxedes fue depositado en el Cementerio de Santa Priscila, en la Vía Salaria de Roma. Al descubrirse estas Catacumbas, fueron trasladados los restos a la Basílica de su nombre, donde actualmente se veneran sus huesos en preciosa arqueta en el altar de la Confesión.
El Título que fundó Práxedes lo restauró el papa Adriano I (772-95). Posteriormente, el papa Pascual I (817-24) lo rehizonuevamente trasladándolo a un lugar próximo en el mismo monte Esquilino. Más adelante sufrió nuevas reformas, pero conservando el mismo emplazamiento. Es exactamente el lugar que ocupa hoy, muy próximo a Santa María la Mayor, con dos puertas de acceso: la principal, en la Vía S. Margino al Monti, y la secundaria, en Vía di S. Prassede.
Diversas leyendas, aparte de los datos históricos, se han forjado acerca de Santa Práxedes. Según una de ellas, una Passio del siglo V, Práxedes sería hermana de sangre de Santa Pudenciana. La leyenda surgió por un cúmulo de coincidencias. Las dos fueron contemporáneas, nobles matronas romanas, fundadoras de los Títulos que llevan sus nombres, contiguo el uno al otro como lo están el Esquilino y el Viminal, lugares de su residencia. Las Catacumbas de San Hipólito dependían de estos dos Títulos, y en dichas Catacumbas aparecieron inscripciones alusivas a una y otra. Por todo ello, el pueblo fue asociando los dos Títulos, el Esquilino y el Viminal, las vidas de las dos santas tan idénticas, hasta llamarlas hermanas. Tanto más, cuanto que entre los primeros cristianos el apelativo de hermanos era general. De ahí a hacerlas hermanas de sangre había un paso y la fantasía se encargó de darlo y forjó la leyenda.
También a la fantasía se debe hacerla hija de San Pudente, al que cita San Pablo, en 2 Tim. 4,21. Algunos documentos aseguran que en el cementerio de Santa Priscila está enterrado Pudente junto al sepulcro de Práxedes. Dada las diferencias de cronología, el hecho no parece aceptable. De Pudente no encontramos noticia alguna ni en el Martirologio Jeronimiano, ni en los Sacramentarios; solamente en el Martirologio de Adón, de donde lo tomó el Martirologio Romano. Santa Práxedes tiene suficiente personalidad histórica por sí misma, como representante de la dedicación de los cristianos a la caridad hacia los demás; y sobran las fantasías y las leyendas en torno a hechos de su vida no comprobados documentalmente.
L. CALLEJO CALLEJO
(G.E.R.)