El dogma católico, sin embargo, afirma como doctrina de fe, muchas veces definida, que la Virgen María es verdadera Madre de Dios por haber engendrado y dado a luz a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre en unidad de persona. Este dogma, lo mismo que el dogma de la Encarnación, al que está necesariamente conexo, entra en la categoría de los misterios estrictos; la teología católica, al intentar penetrarlo, no pretende que desaparezca el velo que lo encubre.
Es una maravillosa realidad, que encuentra las más estupendas armonías en el conjunto de los misterios de nuestra fe.
Si el Mesías, que anuncia el A. T., aparece con cualidades divinas, la mujer que le acompaña en muchos textos, como «madre», «reina», «Hija de Sión», desde el protoevangelio hasta la profecía de Miqueas, habría que deducirla, de algún modo, como madre de un Mesías que es Dios. La literatura veterotestamentaria no explícita esa conclusión; entre otras cosas porque la idea de un Mesías Dios aunque es apuntada no está revelada con claridad.
No es, pues, extraño que en los textos del A. T. no se encuentre declaración explícita alguna sobre la maternidad divina. Ésta será posible con la plenitud de la Revelación, es decir, en el N. T. Aquí es necesario distinguir la realidad misma, del nombre. La expresión Madre de Dios no es bíblica (luego veremos su origen), pero su contenido sí.
Más aún, hay expresiones que son hasta formalmente equivalentes, Mater Domini (Le 1,43), ya que aunque la expresión Señor, absolutamente y aislada, indica sólo un título mesiánico, en el contexto lucano en que aparece, y, sobre todo, en el ambiente de las tradiciones neotestamentarias, significa y se aplica al Cristo precisamente como Dios. Esa expresión, pues, en boca de Isabel, tiene una fuerza extraordinaria: Mater Domini es el modo hebreo de decir Madre de Dios.
Ya S. Tomás se planteaba la objeción de que en la Sagrada Escritura no se encuentra el título de Madre de Dios; y sí sólo los de Madre del Señor y Madre del niño, y respondía: «... ésa fue la objeción de Nestorio: que se resuelve porque, aunque no se encuentre expresamente en la Escritura que María sea Madre de Dios, sí que se encuentra expresamente que Jesucristo es verdadero Dios... y que María es madre de Jesucristo... De donde se sigue necesariamente, de las palabras de la Escritura, que sea Madre de Dios» (Sum. Th. 3, q35 a4).
«Nuestro Dios, Jesucristo, fue llevado en el seno por María», dice hermosamente S. Ignacio de Antioquía a principio del s. ii (Ad Ephesios, 18,2). Y una fórmula primitiva del Símbolo Apostólico ya contiene la siguiente declaración: «Y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que nació de María Virgen por obra del Espíritu Santo» (Denz.Sch. 3).
Los textos y las declaraciones de esta naturaleza sobre la Maternidad divina, es decir, sobre Cristo Dios y hombre en cuanto hijo de María, son innumerables en la Patrística anterior al Conc. de Éfeso (431). No es, pues, necesario documentar más el hecho. Más interesante es precisar, en lo posible, la aparición del vocablo griego Theotokos que ese Concilio definió y consagró.
Nestorio, en diversos pasajes de sus obras, rechazó ese término como utilizado por los herejes antitrinitarios: Apolinar, Arrio y Eunomio; y en su obra El libro de Heráclides de Damasco desafía a San Cirilo a presentar un solo lugar de los Padres o de los Concilios ortodoxos que lo utilizaran.
Nestorio, sin embargo, no tiene razón ni siquiera desde el punto de vista historiográfico. La crítica, aunque no concede una antigüedad total al título Theotokos, ha establecido que existía por lo menos un siglo antes de Éfeso. Así la oración Sub tuum praesidium se encuentra escrita en el Papyrus n. 470 de la John Roylands Library, que hay que datar de finales del s. III; y en ella se dice: «Bajo tu amparo nos acogemos, Theotokos...».
Teodoreto, en su Historia Eclesiástica, nos ha trasmitido un texto de Alejandro de Alejandría, del año 325, en que se dice: «Nuestro Señor Jesucristo llevó verdaderamente, y no en apariencia, un cuerpo tomado de la Theotokos» (I,3: PG 82,908A).
Utilizan también el título: S. Atanasio (m. 373), Dídimo el Ciego (m. 398), Eusebio de Cesarea (m. 340), S. Cirilo de Jerusalén (m. 396), S. Basilio (m. 379), S. Gregorio Nacianceno (m. 389), S. Gregorio de Nisa (m. 394), etc. Entre los latinos, S. Ambrosio (m. 397) es el primero que utiliza la correspondiente traducción latina Mater Dei: «Quid nobilius Mater Dei» (De Virg. 1,2,7: PL 16,22013). El uso de la expresión no estaba, sin embargo, aún consagrado a Occidente; S. Jerónimo (m. 420) nunca emplea las expresiones Mater Dei, ni Deipara, y lo mismo sucede con S. Agustín.
En las discusiones en torno al Conc. de Éfeso, iniciadas a partir de una mera cuestión de terminología, utilizada por el pueblo, y que Nestorio quiere reprimir, se advierte en seguida que los títulos: Christotokos, Anthropotokos, Theotokos, están vinculados a las más graves cuestiones de Cristología. El vocablo Theotokos (=Deipara, Deigenitrix) se convierte en una tessera lidei.
El Conc. de Éfeso se concluye con una condenación de Nestorio como hereje, y una aprobación de la Carta de S. Cirilo a Nestorio, en la que se dice: «... Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la Santa Virgen, y luego descendió sobre él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera (los Santos Padres) no tuvieron inconveniente en llamar Theotokos a la santa Virgen» (Acta Conciliorum oecumenicorum, 1,1,1,25 ss.).
Con ello el sentido del dogma de la Maternidad divina quedaba definitivamente fijado, y el mismo Concilio podía establecer que el título no tiene un sentido meramente figurado, sino real y propio (Denz.Sch. 427). Más tarde el error adopcionista renovará un nestorianismo suavizado; pero ya en nada afectará a un dogma, que, bien establecido en Éfeso, se ha conservado inalterable en toda la tradición católica y también en otras confesiones cristianas.
De la Maternidad divina surgen unas relaciones del todo especiales entre María y cada una de las Personas de la Santísima Trinidad. En la gracia propia de la Maternidad divina, las tres divinas Personas invaden todo el ser de María: el Padre se dona, el Hijo es enviado por el Padre, y el Espíritu Santo por los dos.
Pero no se produce ni una filiación natural que es exclusiva de Cristo; ni una filiación adoptiva, porque la misión del Espíritu Santo en María no es la de conformar a María con el Hijo. Lo que se realiza, en verdad, es una maternidad divina: el Hijo y, a través del Hijo, el Espíritu Santo, configuran a María con el Padre; donándose éste en su propia nocionalidad de tal.
Ambas encuentran su fundamento en la Maternidad divina, es decir, en el hecho de que la Virgen es Madre de Dios encarnado. En verdad, aunque esas realidades las expresamos con conceptos formales diversos, forman una unidad en el concreto orden divino establecido para la redención humana.
En efecto, la Maternidad divina de María es intrínsecamente soteriológica: está ordenada a darnos el Cristo-Hombre, Redentor del mundo con su Pasión y muerte; y se ve envuelta en el mismo destino que la Encarnación.
JOAQUÍN M. ALONSO
V. t.: ENCARNACIÓN DEL VERBO 11, 7; JESUCRISTO 111, 2. BIBL.: M. GORDILLO, Mariologia Orientalis, Roma 1954; M. D. PHILIPPE, Le mystére de la Maternité divine, en Maria, VI, París 1961, 367-416; J. M. BOVER, Deiparae Virginis Consensus, Madrid 1942; R, LAURENTIN, Structure et théologie de Lc I-II, París 1957; N. S. BROARDO, De maternitate divina B. M. Semper V. Nestorii Const. et Cyrillí Alex. sententia, Roma 1944; RAGAZZINI, La divina maternitá di Maria nel suo coneetto teologico integrale, Roma 1948; M. J. NICOLÁS, Théotokos. Le Mystére de Marie, París 1965; J. M. ALONso, Naturaleza y fundamentos de la gracia de Marta «Estudios Marianos» 5 (1946) 11-110; íD, TrinidadEncarnación-Maternidad Divina, «Ephemerides Mariologicae» 3 (1953) 86-102. La Sociedad Mariológica Española ha tratado el tema: dos diversos trabajos se recogen en los volúmenes VIII y XI de sus actas
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