CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 20 de octubre de 2010
Así lo afirmó hoy el Papa Benedicto XVI, durante la audiencia general celebrada en la Plaza de San Pedro, y cuya tradicional catequesis dedicó a otra importante santa del siglo XIII, la princesa húngara Isabel de Turingia. Esta mujer, afirmó el Papa, fue “una de las mujeres de la Edad Media que suscitó mayor admiración”, por su piedad y su humildad, así como por su entrega a los pobres, a pesar de proceder de una rica y poderosa familia real.
Ya desde niña, fue comprometida con Ludovico, hijo del landgrave de Turingia, a quien le unió un amor sincero. Sin embargo, explicó el Papa, Isabel no se dejó llevar por el ambiente de la corte. Una vez, entrando en la iglesia en la fiesta de la Asunción, se quitó la corona, la depositó ante la cruz y permaneció postrada en el suelo con el rostro cubierto. Cuando una monja la desaprobó por ese gesto, ella respondió: "¿Cómo puedo yo, criatura miserable, seguir llevando una corona de dignidad terrena, cuando veo a mi Rey Jesucristo coronado de espinas?".
Esta coherencia de fe y vida se manifestaba también en la relación con sus súbditos, evitando utilizar su posición para conseguir favores. Éste, apuntó el Papa, supone “un verdadero ejemplo para todos aquellos que desempeñan cargos: el ejercicio de la autoridad, a todo nivel, debe vivirse como servicio a la justicia y a la caridad, en la búsqueda constante del bien común”.
Ella en persona atendía a los pobres de su reino, algo que su marido admiraba. Fue un matrimonio feliz, explicó Benedicto XVI, “un claro testimonio de cómo la fe y el amor hacia Dios y hacia el prójimo refuerzan y hacen aún más profunda la unión matrimonial”.
Isabel y su esposo conocieron y apoyaron a los Frailes Menores. Posteriormente, cuando ella enviudó y fue despojada de sus bienes por la envidia de un familiar, hizo voto de pobreza en el espíritu franciscano. La princesa dedicó sus últimos años de vida a construir y trabajar en un hospital para los pobres, donde “intentaba siempre llevar a cabo los servicios más humildes y los trabajos repugnantes”.
“Ella se convirtió en lo que podríamos llamar una mujer consagrada en medio del mundo”, afirmó el Papa. “No es casualidad que sea patrona de la Orden Terciaria Regular de san Francisco y de la Orden Franciscana Seglar”.
Falleció tras unas fiebres, y era tal su fama de santidad, que el papa Gregorio IX la proclamó santa apenas cuatro años mas tarde.