De San Vicente de Lerins se sabe que era un gran conocedor de la Sagrada Escritura y que murió hacia el año 450 en el monasterio de Lerins, al sur de Francia. La única obra suya que conocemos es el Commonitorio, escrito hacia el año 434, en donde enuncia las principales reglas para discernir la Tradición católica de los engaños de los herejes.
La palabra Conmonitorio, bastante frecuente como título de obras en aquella época, significa notas o apuntes puestos por escrito para ayudar a la memoria, sin pretensiones de componer un tratado exhaustivo. En esta obra, San Vicente de Lerins se propuso facilitar, con ejemplos de la Tradición y de la historia de la Iglesia, los criterios para conservar intacta la verdad católica.
No recurre a un método complicado. Las reglas que ofrece para distinguir la verdad del error pueden ser conocidas y aplicadas por todos los cristianos de todos los tiempos, pues se resumen en una exquisita fidelidad a la Tradición viva de la Iglesia.
«No ceso de admirarme—escribe—ante tanta insensatez de algunos hombres (...) que, no contentos con la regla de la fe, entregada y recibida de una vez para siempre desde la antigüedad, buscan indefinidamente cada día cosas nuevas, y siempre se empeñan en añadir, cambiar o sustraer algo a la religión; como si no fuese una doctrina celestial a la que basta haber sido revelada de una vez para siempre, sino una institución terrena que no pueda ser perfeccionada más que con una continua enmienda o, más aún, rectificación».
El Conmonitorio constituye una joya de la literatura patrística. Su enseñanza fundamental es que los cristianos han de creer quod semper, quod ubique, quod ab ómnibus: sólo y todo cuanto fue creído siempre, por todos y en todas partes.
Varios Papas y Concilios han confirmado con su autoridad la validez perenne de esta regla de fe. Sigue siendo plenamente actual este pequeño libro escrito en una isla del sur de Francia, hace más de quince siglos.
LOARTE
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