En el Martirologio Romano, el 14 de febrero encontramos no a uno, sino a dos Valentines. Del primero se dice: "14 de febrero, en Roma, en la Via Flaminia, día de San Valentín, sacerdote y mártir, que después de haber realizado varias curaciones significativas, fue asesinado y degollado bajo la orden del emperador Claudio César".
Del segundo se dice: "14 de febrero, en Terni, festividad de San Valentín, obispo que después de haber sido golpeado durante un largo período fue encarcelado y, al no poder vencer su resistencia, fue arrastrado secretamente a medianoche y degollado por el prefecto de Roma, llamado Plácido".
La historia del presbítero romano se desarrolló alrededor del año 270 después de Cristo mientras que asolaba la persecución del emperador Claudio “El Gótico”, que, intrigado por la fama de santidad que acompañaba a Valentín, lo llevó al palacio y le pidió que fueran amigos para adorar juntos a los dioses. Sin embargo, Valentín con valor y firmeza declaró que el culto a los dioses era inútil y que sólo Cristo había traído al mundo la esperanza de un mundo mejor.
El emperador, impresionado por su devoción, le encargó a un noble romano llamado Asterio la tarea de disuadirlo mediante discursos suaves y amables. Asterio tenía una hija ciega de dos años. Sucedió que en una ocasión, Valentín se arrodilló ante ella y se puso a rezar y la pequeña recuperó la vista. Ante este milagro, Asterio se convirtió al cristianismo junto con toda su familia. Cuando el emperador Claudio se enteró de esta conversión, condenó a Valentín a ser decapitado en la vía Flaminia donde fue enterrado y donde se construyó una iglesia dedicada a él.
La historia del obispo de Terni tuvo lugar unos setenta años después: Valentín fue invitado a Roma por el retórico y filósofo Cratón, un maestro de lengua griega y latina; que tenía un hijo llamado Queremón, que sufría de una deformidad física que lo obligaba a mantener la cabeza entre las rodillas y ningún médico había logrado curarlo. Cratón le prometió a Valentín la mitad de sus posesiones si sanaba a su hijo, pero Valentín, en una larga charla nocturna, le explicó que no serían sus inútiles riquezas las que salvarían al jóven, sino la fe en el único Dios verdadero.
A continuación se puso a orar y el niño recuperó su salud. Ante el milagro, Cratón y toda la familia pidieron ser bautizados por el obispo, junto con tres estudiantes griegos: Próculus, Efebo y Apolonio.
Con ellos también abrazó al cristianismo Abondio, otro estudiante, hijo del prefecto de Roma, Furioso Plácido, del cual sabemos que ocupó este cargo entre los años 346-347: esta fue posteriormente la fecha histórica atribuída al martirio de Valentín.
Plácido, dolido por la conversión de su hijo, hizo detener a Valentín y lo decapitó en la Vía Flaminia, pero en secreto, durante la noche, para evitar la reacción de la ahora numerosa comunidad cristiana de la ciudad. Después de llevarse a cabo una primera sepultura en el lugar del martirio, Próculus, Efebo y Apolonio llevaron el cuerpo del mártir a Terni y lo enterraron a las afueras de la ciudad.
Pero en Terni, el cónsul Lucenzio, informado del hecho, hizo capturar a los tres y, también durante la noche por miedo a que el pueblo los liberara, los mandó a decapitar. Mientras tanto, el pueblo, instigado por Abondio, enterró a los nuevos mártires en la tumba de Valentín.
Demasiadas similitudes, en especial el lugar de la tortura y el entierro, unen la historia del Valentín romano con la del Valentín terniano, como para no sospechar que en realidad se trata de un solo mártir: en ambos casos se cuenta un valiente testimonio de fe, una curación milagrosa que causa conversiones, y un martirio por decapitación en la vía Flaminia.
Sin duda alguna, es gracias a los monjes benedictinos, que en la Edad Media custodiaban la basílica de Terni, que se produjo la difusión del culto de San Valentín en sus monasterios en Francia e Inglaterra, donde se originó su patronato sobre los novios, basado en un antiguo escrito del inglés Geoffrey Chaucer, quien contaba cómo en el día de San Valentín, los pájaros comenzaban sus danzas de amor.
A mediados de febrero, de hecho, la naturaleza comienza a despertar de la hibernación del invierno, por lo que San Valentín se convirtió en el santo que anunciaba la inminente primavera, y no por casualidad a veces se representa con el sol en la mano.
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