"Tarsicio y los leones" - Un libro atrevido, en el que los protagonistas son jóvenes normales

 

Divertida y emocionante novela sobre este joven romano

 

Ramón Díaz Perfecto (Pamplona,  1996) ha escrito en Alexia Editorial la novela "Tarsicio y los leones", dirigida fundamentalmente al público juvenil e infantil,  acerca de la vida de este joven romano. Le entrevistamos para www.primeroscristianos.com acerca de los motivos que le han llevado escribir sobre un joven mártir , san Tarsicio , que murió el 15 de agosto del año 257.

Fue el primero en proclamar su fe en el misterio eucarístico hasta el extremo de consignar su vida. Se le conoce como el protomártir de la Eucaristía. Defendió en silencio a su Dios presente en la Hostia Santa, correspondiendo a la entrega del Amigo que se ofrecía por su vida, y por la de todos, en la Eucaristía.

 

¿Quién fue san Tarsicio y por qué se le considera mártir de la eucaristía?

La información que nos ha llegado es escasa. Casi todo lo que sabemos sobre su vida se debe a un poema compuesto por el Papa san Dámaso, que marcaba su sepultura en las catacumbas de San Calixto.

Ahí se nos cuenta que el joven Tarsicio sufrió un martirio igual que el de san Esteban –es decir, apedreado– por no querer «arrojar las perlas a los cerdos». El Martirologio romano y la tradición oral expanden el relato al decirnos que fue un acólito que ayudó alguna vez en las misas celebradas por el Papa san Sixto.

En aquellos tiempos de persecución, los cristianos eran muy conscientes de que, para superar las pruebas que les aguardaban, necesitaban ser fortalecidos por el alimento del cielo. Edictos como el de Valeriano prohibían la actividad de los presbíteros, por lo que, para burlar la mirada de los carceleros, era corriente enviar a jóvenes con la Comunión que asistieran a quienes aguardaban el martirio.

Un día en que Tarsicio llevaba la Eucaristía a unos encarcelados, se encontró por el camino a unos chicos de su edad que le pidieron ver lo que llevaba encima. Tarsicio se negó y ellos insistieron. Forcejearon, pero no hubo manera de quitárselo.

 

san Tarsicio

 

 

Así que le atacaron con piedras y palos hasta matarlo. Incluso entonces, Tarsicio permaneció abrazado a la Eucaristía. En esos momentos apareció por ahí un legionario catecúmeno llamado Cuadrato, quien tomó su cuerpo y lo llevó a las catacumbas de San Calixto.

Por todo esto se le considera patrón de los monaguillos y mártir de la Eucaristía.

 

¿Qué te llamó la atención de este santo y te impulsó a escribir un libro sobre su vida?

La madurez de su fe en la Eucaristía, a pesar de su corta edad. Es un tema que me apasiona. La Escritura dice: «Soy más inteligente que los ancianos, porque observo tus preceptos». A veces subestimamos la piedad de los niños o no nos creemos del todo que su fe sea verdadera.

Se dice: «Es solo un niño. Cuando crezca ya decidirá sobre su vocación, sobre su religión, sobre su lo que sea». Pero la sencillez del niño le otorga una sabiduría y un amor que nos sobrepasan. Porque no vienen de este mundo, sino del Padre.

Se calcula que Tarsicio murió con unos diez o doce años. Siendo tan pequeño, entendió que lo que llevaba consigo no era simplemente algo valioso para él. No. Era el mismo cuerpo de Cristo y merecía ser protegido a toda costa. Incluso a costa de su vida. Dios le pidió que lo dejara todo por él.

Podría haber escapado. Podría haber entregado lo que llevaba y seguir una vida tranquila y pacífica. Teniendo en cuenta el miedo que debió pasar, incluso podría no habernos sorprendido. Pero Dios le dio la madurez suficiente para ver que esa vida que podía salvar nada valía en comparación con la que él le había prometido.

 

¿Qué paralelismos crees que hay entre nuestra sociedad y la de los primeros cristianos?

La situación de los primeros cristianos es única e irrepetible. Podría parecer que vivimos dos épocas similares: romanos y occidentales contemplamos los últimos estertores de una civilización decadente, que vive a la sombra de lo que una vez fue.

Sin embargo, mi opinión personal es que estas dos sociedades son, en un sentido, radicalmente diversas. Una decayó al constatar su propia insuficiencia. La otra decae por emborracharse de autosuficiencia. Una cayó con paracaídas. La otra lo hace como una nuez.

La sociedad romana provenía de un mundo en tinieblas que no había conocido la luz de Cristo. Un mundo que esperaba «con gemidos de parto» su salvación, consciente de que sus propias fuerzas no le bastaban. Las tinieblas que nos amenazan ahora son de una naturaleza diversa. Nuestra sociedad ha conocido la luz de Cristo... y la ha rechazado.

 

San Tarsicio

 

 

Los primeros cristianos tuvieron que pintar sobre un lienzo en blanco; nosotros no solo tenemos que seguir pintando ese lienzo, sino que se nos añade el deber de restaurar lo que se ha estropeado. El ejercicio es en parte similar y en parte diverso. Sobre todo, teniendo en cuenta que no se ha estropeado solo. Para bautizar a Cicerón y a Platón se necesitó un poco de agua.

Si se pretende hacer lo mismo con Nietzsche y Hegel habría que dejarlos un par de semanas a remojo en el Jordán. Los primeros trabajaron a oscuras, cometiendo sus errores y aciertos. Los segundos han trabajado sabiendo dónde está el faro de Cristo y remando en la dirección opuesta.

Por otro lado, pienso que nuestra tarea es tan hermosa como la de aquellos cristianos. Restaurar no es simplemente quitar el polvo. Implica volver a pintar. Implica mancharse las manos. Implica buscar formas creativas de recuperar lo que ya se ha perdido, y de lo que no tenemos fotografías. No se trata simplemente de conservar un cuadro sucio, sino de devolverle el color que hacía que estuviera vivo.

 

¿Qué relevancia puede tener para un creyente, en el contexto actual, la vida de unas personas tan lejanas en el pasado?

Vivimos una época curiosa en la que nos preguntamos qué relevancia tiene para el presente un evento del pasado. A veces volteamos la mirada hacia atrás con desprecio y nos parece imposible que nuestros antepasados hayan sido capaces de construir pirámides sin la ayuda de alienígenas.

Pero el hombre es el hombre. Ayer, hoy y mañana. Con su ingenio y su ambición. Con su grandeza y su miseria. Las circunstancias han cambiado, pero nuestra naturaleza no.

Tarsicio vivió en la Roma pagana del siglo III, pero a Tarsicio le dolía la barriga si comía demasiados dulces y tenía sed si no bebía agua. Sus batallas eran nuestras batallas. Con otros colores. Con otros sabores. Pero al final, él, como nosotros, luchaba por ir al cielo con una naturaleza caída.

Trataría de vivir su fe en una sociedad que remaba en otra dirección y se aburriría los domingos en misa si la homilía era demasiado larga. Lo que le caracteriza es que, en medio de unas vicisitudes tan familiares, decidió no esperar a ser adulto para amar a Dios. No se contentó con entregarle las migajas. Pienso que ese camino de sencillez sigue siendo transitable hoy.

 

¿A qué tipo de público está dirigido el libro?

A cualquier persona que disfrute con una buena historia. A niños que quieran reírse un rato y a adultos a los que no les importa derramar una lágrima. A párrocos que busquen material para formar a sus monaguillos y a profesores de lengua que quieran que sus alumnos enganchen con la lectura.

Es un libro gamberro, en el que los protagonistas son chavales normales, a los que no les gusta ir a clase y quieren a sus amigos con locura. Supongo que hay mucho de mi infancia reflejado en las trastadas que hacen. Pero también es un libro que se toma en serio la inteligencia de los lectores más jóvenes.

En mi opinión, no hace falta rebajar el mensaje para que lo entiendan, basta con adaptar el lenguaje. Con delicadeza, se narran persecuciones y martirios; la Eucaristía es un tema central y no faltan conversaciones en torno al dolor. No es para nada una historia oscura, pero tampoco es de color rosa. Tarsicio se ganó el cielo y eso nos inspira a todos: pequeños y mayores.

 

by   Rafa Peña

 

+ info -

SAN TARSICIO, MÁRTIR DE LA EUCARISTÍA

 

 

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