San Simón Cananeo y San Judas Tadeo, Apóstoles - 28 de octubre

 San Simón y San Judas

Simón, llamado Zelotes, era natural de Caná de Galilea. Judas, de sobrenombre Tadeo (el valiente), es el autor de una de las Epístolas del Nuevo Testamento. Ambos fueron escogidos por Jesucristo para formar parte del colegio apostólico, y murieron mártires tras predicar la fe por Egipto, Mesopotamia y Persia.

El camino del diálogo no puede hacernos olvidar nuestra identidad

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 11 octubre 2006

El camino del diálogo con la modernidad y con las demás religiones o confesiones cristianas, comenzado por el Concilio Vaticano II, no puede hacernos olvidar la identidad católica, afirmó este miércoles Benedicto XVI.

Así lo explicó en la tradicional audiencia general, en la que participaron 35.000 peregrinos en la plaza de San Pedro.

En su catequesis, el Papa presentó las figuras de los apóstoles Simón el Cananeo y Judas Tadeo, quienes «nos ayudan a redescubrir nuevamente y a vivir incansablemente la belleza de la fe cristiana, aprendiendo a dar un testimonio fuerte y al mismo tiempo sereno».

En particular, al repasar el personaje histórico de Judas Tadeo --no de Judas Iscariote--, el obispo de Roma recordó que a este apóstol se le atribuye la paternidad de una de las cartas del Nuevo Testamento que se llaman «católicas, pues están orientadas no sólo a una determinada Iglesia local, sino a un círculo mucho más amplio de destinatarios».

«La preocupación central de este escrito consiste en alertar a los cristianos de todos los que utilizan la gracia de Dios como pretexto para disculpar sus costumbres depravadas y para desviar a los hermanos con enseñanzas inaceptables, introduciendo divisiones dentro de la Iglesia bajo el empuje de sus sueños», añadió.

San Judas los compara «con ángeles caídos, y con términos duros dice que han emprendido la senda de Caín», añadió.

El apóstol les llama «nubes sin lluvia, llevadas por el viento, o árboles que al final de la estación no dan frutos», motivo por el cual son cortados, indicó.

«Hoy quizá ya no estamos acostumbrados a utilizar un lenguaje tan polémico, que sin embargo nos dice algo importante. En medio de las tentaciones, de todas las corrientes de la vida moderna, tenemos que conservar la identidad de nuestra fe».

San Judas Tadeo

Es verdad, siguió diciendo, «el camino de la indulgencia y del diálogo» tiene que seguirse «con firme constancia», pero este camino del diálogo, tan necesario, no debehacernos olvidar el deber de volver a pensar y subrayar siempre con las misma fuerza las líneas fundamentales irrenunciables de nuestra identidad cristiana».

Al final de la audiencia, el Papa bendijo la estatua de santa Edith Stein (1891-1942), co-patrona de Europa, colocada en un nicho exterior de la Basílica de San Pedro del Vaticano.

 

 

 

Texto completo:

BENEDICTO XVI PRESENTA A LOS APÓSTOLES SIMÓN EL CANANEO Y
JUDAS TADEO
Intervención en la audiencia general de este miércoles
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 11 octubre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la
intervención de Benedicto XVI en la audiencia general dedicada a presentar la
figura de los apóstoles Simón el Cananeo y Judas Tadeo.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy tomamos en consideración a dos de los doce apóstoles: Simón el Cananeo y
Judas Tadeo (a quien no hay que confundir con Judas Iscariote). Los consideramos
juntos, no sólo porque en las listas de los doce siempre están juntos (Cf. Mateo
10,4; Marcos 3,18; Lucas 6,15; Hechos 1,13), sino también porque las noticias que
les afectan no son muchas, con la excepción de que el canon del Nuevo Testamento
conserva una carta atribuida a Judas Tadeo.
Simón recibe un epíteto que cambia en las cuatro listas: mientras Mateo y Marcos
le llaman «cananeo», Lucas le define «Zelotes». En realidad, los dos calificativos
son equivalentes, pues significan lo mismo: en hebreo, el verbo «qanà’» significa
«ser celoso, apasionado» y se puede aplicar tanto a Dios, en cuanto que es celoso
del pueblo al que ha elegido (Cf. Éxodo 20, 5), como a los hombres, que arden de
celo en el servicio al Dios único con plena entrega, como Elías (Cf. 1 Reyes 19,10).
Por tanto, es muy posible que este Simón, si no pertenecía propiamente al
movimiento nacionalista de los zelotes, quizá se caracterizaba al menos por un celo
ardiente por la identidad judía, es decir, por Dios, por su pueblo y por su Ley
divina. Si esto es así, Simón es todo lo opuesto de Mateo, que por el contrario,
como publicano, procedía de una actividad considerada totalmente impura. Es un
signo evidente de que Jesús llama a sus discípulos y colaboradores de los más
diversos estratos sociales, sin exclusión alguna. ¡A Él le interesan las personas, no
las categorías sociales o las etiquetas! Y lo mejor es que en el grupo de sus
seguidores, todos, a pesar de que son diferentes, convivían juntos, superando las
imaginables dificultades: de hecho, Jesús mismo es el motivo de cohesión, en el
que todos se encuentran unidos. Es una lección para nosotros, que con frecuencia
tendemos a subrayar las diferencias y quizá las contraposiciones, olvidando que
Jesucristo nos da la fuerza para superar nuestros conflictos. Hay que recordar que
el grupo de los doce es la prefiguración de la Iglesia, en la tienen que encontrar
espacio todos los carismas, pueblos, razas, todas las cualidades, que encuentran su
unidad en la comunión con Jesús.
Por lo que se refiere a Judas Tadeo, recibe este nombre de la tradición, uniendo dos
nombres diferentes: mientras Mateo y Marcos le llaman simplemente «Tadeo»
(Mateo 10,3; Marcos 3,18), Lucas lo llama «Judas de Santiago» (Lucas 6,16;
Hechos 1,13). El apodo Tadeo tiene una derivación incierta y se explica como
proveniente del arameo «taddà’», que quiere decir «pecho», es decir, significaría
que es «magnánimo», o como una abreviación de un nombre griego como
«Teodoro, Teodoto». De él se sabe poco. Sólo Juan presenta una petición que
planteó a Jesús durante la Última Cena. Tadeo le dice al Señor: « Señor, ¿qué pasa
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para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?».Es una pregunta de
gran actualidad, que también nosotros le preguntamos al Señor: ¿por qué no se ha
manifestado el Resucitado en toda su gloria a los adversarios para mostrar que el
vencedor es Dios? ¿Por qué sólo se ha manifestado a sus discípulos? La respuesta
de Jesús es misteriosa y profunda. El Señor dice: «Si alguno me ama, guardará mi
Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Juan
14, 22-23). Esto quiere decir que el Resucitado tiene que ser visto y percibido con
el corazón, de manera que Dios pueda hacer su morada en nosotros. El Señor no se
presenta como una cosa. Él quiere entrar en nuestra vida y por ello su
manifestación implica y presupone un corazón abierto. Sólo así vemos al
Resucitado.
A Judas Tadeo se le ha atribuido la paternidad de una de las cartas del Nuevo
Testamento que son llamadas «católicas», pues no están dirigidas a una
determinada Iglesia local, sino a un círculo mucho más amplio de destinatarios. Se
dirige «a los que han sido llamados, amados de Dios Padre y guardados para
Jesucristo» (versículo 1). La preocupación central de este escrito consiste en alertar
a los cristianos ante todos los que toman como excusa la gracia de Dios para
disculpar sus costumbres depravadas y para desviar a los demás hermanos con
enseñanzas inaceptables, introduciendo divisiones dentro de la Iglesia «alucinados
en sus delirios» (versículo 8), así define Judas a sus doctrinas e ideas particulares.
Los compara incluso con los ángeles caídos, y con términos fuertes dice que «se
han ido por el camino de Caín» (versículo 11). Además les tacha sin reticencias de
«nubes sin agua zarandeadas por el viento, árboles de otoño sin frutos, dos veces
muertos, arrancados de raíz; son olas salvajes del mar, que echan la espuma de su
propia vergüenza, estrellas errantes a quienes está reservada la oscuridad de las
tinieblas para siempre» (versículos 12-13).
Hoy quizá no estamos acostumbrados a utilizar un lenguaje tan polémico, que sin
embargo nos dice algo importante. En medio de todas las tentaciones, de todas las
corrientes de la vida moderna, tenemos que conservar la identidad de nuestra fe.
Ciertamente, el camino de la indulgencia y del diálogo, que emprendió con acierto
el Concilio Vaticano II, tiene que continuarse con firme constancia. Pero este
camino del diálogo, tan necesario, no tiene que hacer olvidar el deber de recodar y
subrayar siempre las líneas fundamentales irrenunciables de nuestra identidad
cristiana.
Por otra parte, es necesario tener muy presente que nuestra identidad exige fuerza,
claridad y valentía, ante las contradicciones del mundo en que vivismo. Por ello, el
texto de la carta sigue diciendo así: «Pero vosotros, queridos, edificándoos sobre
vuestra santísima fe y orando en el Espíritu Santo, manteneos en la caridad de
Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A
unos, a los que vacilan, tratad de convencerlos...» (versículos 20-22). La carta se
concluye con estas bellísimas palabras: «Al que es capaz de guardaros inmunes de
caída y de presentaros sin tacha ante su gloria con alegría, al Dios único, nuestro
Salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, gloria, majestad, fuerza y poder
antes de todo tiempo, ahora y por todos los siglos. Amén» (versículos 24-25).
Se ve con claridad que el autor de estas líneas vive en plenitud la propia fe, a la
que pertenecen realidades grandes, como la integridad moral y la alegría, la
confianza y por último la alabanza, quedando todo motivado por la bondad de
nuestro único Dios y por la misericordia de nuestro Señor Jesucristo. Por este
motivo, tanto Simón el Cananeo, como Judas Tadeo nos ayudan a redescubrir
siempre de nuevo y a vivir incansablemente la belleza de la fecristiana, sabiendo
dar testimonio fuerte y al mismo tiempo sereno.

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