CIUDAD DEL VATICANO, 23 FEB 2011 -
San Roberto Belarmino tuvo una excelente formación cultural y humana, entró en la Compañía de Jesús en 1560; estudió en Roma, Padua y Lovaina. Fue nombrado cardenal y arzobispo de Capua (Italia), desempeñando después las más altas responsabilidades al servicio del Papa, fue miembro de diversas congregaciones y encabezó misiones diplomáticas de la Santa Sede en Venecia e Inglaterra.
En sus últimos años compuso varios libros de espiritualidad en los que condensó el fruto de sus ejercicios espirituales anuales. Fue beatificado y canonizado por Pío XI, que lo proclamó además Doctor de la Iglesia en 1931.
Su obra "Controversias" constituye, dijo el Papa, "un punto de referencia todavía válido para la eclesiología católica". El texto "acentúa el aspecto institucional de la Iglesia, debido a los errores que circulaban entonces sobre esa cuestión. Sin embargo, el autor esclarece los aspectos invisibles de la Iglesia como Cuerpo Místico y los ilustra con la analogía del cuerpo y el alma, con el fin de describir la relación entre las riquezas interiores de la Iglesia y los aspectos exteriores que la hacen perceptible".
"En esa obra monumental, que pretende sistematizar las diversas controversias teológicas de la época -explicó el pontífice-, evita cualquier estilo polémico y agresivo frente a las ideas de la Reforma, pero, utilizando los argumentos de la razón y de la Tradición de la Iglesia, ilustra de forma clara y eficaz la doctrina católica".
No obstante, "su legado estriba en la forma en que concebía su trabajo. Las difíciles tareas de gobierno no le impidieron tender diariamente hacia la santidad, con la fidelidad a las exigencias del propio estado como religioso, sacerdote y obispo. (...) Su predicación y su catequesis presentan el carácter esencial que debía a la educación ignaciana, que concentra las fuerzas del alma en el Señor Jesús intensamente conocido, amado e imitado".
En la obra "El gemido de la Paloma", en que la paloma representa a la Iglesia, Roberto Belarmino "llama con fuerza al clero y a los fieles a una reforma personal y concreta de la propia vida, siguiendo las enseñanzas de la Escritura y de los santos" y "enseña con gran claridad y con el ejemplo de su vida que no puede haber una reforma verdadera de la Iglesia si antes no hay una reforma de la persona y una conversión del corazón".
"Si eres sabio comprendes que fuiste creado para gloria de Dios y para tu salvación eterna. (...) Acontecimientos prósperos o adversos, riqueza y pobreza, salud y enfermedad, honores y ultrajes, vida y muerte: el sabio no debe ni buscarlos ni huir de ellos de por sí. Son buenos y deseables sólo si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son malos y se debe huir de ellos si la obstaculizan", escribía Roberto Belarmino.
"No son palabras pasadas de moda -concluyó el Papa-, hay que meditar en ellas para orientar nuestro camino en esta tierra. Nos recuerdan que el fin de nuestra vida es el Señor y la importancia de confiar en él, de vivir una vida fiel al Evangelio, de aceptar e iluminar con la fe y con la oración todas las circunstancias y las acciones de nuestra vida".
Antes de la audiencia general el Santo Padre bendijo una estatua de San Marón -fundador de la iglesia maronita, particularmente difundida en Siria y Líbano-, colocada en el último nicho exterior libre de la basílica vaticana. La estatua, realizada en mármol de Carrara y alta 5,40 metros, es obra del escultor español Marco Augusto Dueñas.
Entre los presentes se encontraban el cardenal Nasrallah Pierre Sfeir, patriarca de Antioquia de los Maronitas; el presidente de la República del Líbano, Michel Sleiman y diversas autoridades religiosas y civiles.