Frente a este estado de cosas las intervenciones de Máximo, autor de unos noventa sermones, dijo el Papa, "atestiguan su empeño para reaccionar al deterioro de la convivencia y a la disgregación".
El obispo apostrofa además a sus fieles cuando utilizan los infortunios de los demás en beneficio propio, predicando "una relación profunda entre los deberes del cristiano y los del ciudadano y, "junto al amor tradicional por la ciudad patria proclama también el deber preciso de hacer frente a las obligaciones fiscales".
El análisis histórico y literario de la figura de Máximo de Turín, explicó Benedicto XVI, "demuestra una toma de conciencia cada vez más creciente de la responsabilidad política de la autoridad eclesial, en un contexto donde ésta sustituía cada vez más a la civil".
"Es evidente que el contexto histórico, cultural y social es profundamente diverso en nuestra época -observó el Papa-. En cualquier caso, (...) son siempre válidos los deberes del creyente con su ciudad y su patria. El lazo de las obligaciones del "ciudadano honrado" con el de "buen cristiano" sigue vigente".
El Santo Padre citó la constitución pastoral del Concilio Vaticano II "Gaudium et spes", cuyo objetivo era "iluminar uno de los aspectos más importantes de la unidad de vida del cristiano: la coherencia entre fe y vida, entre Evangelio y cultura".
El Concilio Vaticano II, concluyó, "exhorta a los fieles a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico.
Se equivocan aquellos que, sabiendo que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno".