CIUDAD DEL VATICANO,
El crecimiento de la propia vida en la virtud no es algo que pertenecía a los monjes del desierto o a quienes querían llevar una vida de heroísmo, sino que es un camino para todos los bautizados, afirma Benedicto XVI.
Ante los cerca de 8.000 peregrinos congregados en el Aula Pablo VI para la Audiencia General el miércoles, 11 de febrero de 2009, el Papa Benedicto XVI retomó su enseñanza sobre los Padres de la Iglesia.
En esta ocasión, habló sobre Juan Clímaco, monje ermitaño del siglo VI, autor de la "Escala del paraíso", uno de los escritos espirituales más importantes de la historia cristiana.
Juan Clímaco fue un monje que vivió en el Sinaí como ermitaño y como cenobita, en un tiempo en que el Imperio Romano se había desmoronado ante el empuje de las invasiones bárbaras, y la única institución que subsistía era la Iglesia.
"La Escala, obra escrita por un monje eremita que vivió hace mil cuatrocientos años, ¿puede decirnos algo a nosotros hoy? El itinerario existencial de un hombre que vivió siempre en la montaña del Sinaí en un tiempo tan lejano, ¿puede ser de actualidad para nosotros?", se preguntó el Papa.
Aunque la respuesta pareciera ser negativa en primer término, invitó a los presentes a caer en la cuenta de que "aquella vida monástica es sólo un gran símbolo de la vida bautismal, de la vida del cristiano".
El obispo de Roma puso de manifiesto que este método de vida espiritual propuesto en la Escala culmina "con las virtudes fundamentales, iniciales, más sencillas: la fe, la esperanza y la caridad".
"No son virtudes accesibles solo a los héroes morales, sino que son don de Dios a todos los bautizados: en ellas también crece nuestra vida", añadió.
La fe, por ejemplo, "implica que yo renuncie a la arrogancia, a mi pensamiento, a la pretensión de juzgar por mi mismo, sin confiarme a otros. Este camino hacia la humildad, hacia la infancia espiritual es necesario superar la actitud de arrogancia".
Por otro lado, "sólo la esperanza nos hace capaces de vivir la caridad. La esperanza en la que trascendemos las cosas de cada día, no esperamos el éxito en nuestros días terrenos, sino que esperamos finalmente la revelación de Dios mismo".
"Sólo en esta extensión de nuestra alma, en esta autotrascendencia, nuestra vida se engrandece y podemos soportar los cansancios y desilusiones de cada día, podemos ser buenos con los demás sin esperar recompensa. Sólo si Dios existe, esta gran esperanza a la que tiendo, puedo cada día dar los pequeños pasos de mi vida y así aprender la caridad", explicó.
El pontífice explicó a los fieles en qué consiste la "Escala" de Juan Clímaco, que este monje escribió después de 40 años de vida eremítica a los pies del monte Sinaí.
En este tratado de vida espiritual, Juan "describe el camino del monje desde la renuncia al mundo hasta la perfección del amor. Es un camino que tiene lugar a través de treinta escalones, cada uno de los cuales está unido con el siguiente".
Esta "ascensión" se divide en tres fases: "la primera muestra la ruptura con el mundo con el fin de volver al estado de infancia evangélica", la segunda "el combate espiritual contra las pasiones", y la tercera, "la perfección cristiana".
La primera fase, explica Benedicto XVI, supone "la vuelta a la verdadera infancia en sentido espiritual, el llegar a ser como niños. El alejamiento voluntario de las personas y lugares queridos permite al alma entrar en comunión más profunda con Dios. Esta renuncia desemboca en la obediencia, que es el camino a la humildad a través de las humillaciones -que no faltarán nunca- por parte de los hermanos".
La segunda, el combate contra las pasiones, no debe verse como algo negativo, pues "es importante tomar conciencia de que las pasiones no son malas en sí mismas; lo son por el uso malo que de ellas hace la libertad del hombre".
"Escala del Paraíso" de San Juan Clímaco |
"Si son purificadas, las pasiones abren al hombre el camino hacia Dios con energías unificadas por la ascética y la gracia y, "si han recibido del Creador un orden y un principio..., el límite de la virtud no tiene fin", afirma el Papa citando a Juan Clímaco.
Respecto a la última fase, el sucesor de Pedro destaca los tres principios, "sencillez, humildad y discernimiento", de los cuales "Juan, en línea con los Padres del desierto, considera más importante este último, es decir, la capacidad de discernir".
Se refiere también a la oración, que puede ser corpórea y "oración del corazón", "la invocación del solo nombre de Jesús, una invocación continua como la respiración".
El fin de la escala es la "trinidad de las virtudes": la fe, la esperanza y la caridad. Esta caridad, comparada con el amor humano, está íntimamente unida con la esperanza. "La ausencia de la esperanza anonada la caridad: a ella están vinculadas nuestras fatigas, por ella nos sostenemos en nuestros problemas y gracias a ella estamos rodeados por la misericordia de Dios", concluye el Papa.