San Ignacio fue obispo de Antioquia del año 70 al 107 de nuestra era y en esa ciudad "fue donde por primera vez -dijo el Papa- los discípulos recibieron el nombre de cristianos". Condenado a ser devorado por las fieras, fue trasladado a Roma para que esa sentencia se ejecutase y en el camino aprovechó de su paso por diferentes ciudades para reafirmar la fe de los cristianos que habitaban allí.
"Ningún padre de la Iglesia ha expresado con la intensidad de Ignacio el anhelo de unión con Cristo y a la vida en El", observó el Papa, explicando que en San Ignacio confluyen "dos corrientes espirituales: la de Pablo, que tiende a la unión con Cristo y la de Juan, concentrada en la vida en El. A su vez, estas dos corrientes se unen en la imitación de Cristo".
"Se advierte en (...) Ignacio una dialéctica constante y fecunda entre dos aspectos característicos de la vida cristiana: por una parte la estructura jerárquica de la comunidad eclesial, y por otra la unidad fundamental que liga entre sí a todos los fieles en Cristo. Por lo tanto, los roles no se pueden contraponer. Al contrario, la insistencia de la comunión de los creyentes entre ellos mismos y sus pastores, se refuerza constantemente mediante (...) analogías" tomadas de la música, como "la cítara, las cuerdas, (...) la sinfonía".
"Es evidente la responsabilidad peculiar de los obispos, de los presbíteros y los diáconos en la edificación de la comunidad. Para ellos es válido ante todo el llamamiento al amor y la unidad".
"Con razón Ignacio es llamado "doctor de la unidad" -exclamó el Papa-, y (...) en definitiva su "realismo" invita a los fieles de ayer y hoy a realizar una síntesis progresiva entre configuración con Cristo (...) y compromiso con su Iglesia (unidad con el obispo y apertura al mundo) (...) entre comunión de la Iglesia en su interno y misión, que es la proclamación del Evangelio a los demás".
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CIUDAD DEL VATICANO, 14 MAR 2007 (VIS)