CIUDAD DEL VATICANO, 28 NOV 2007
El cristianismo no es una religión europea, su origen está en Jerusalén y ha tenido un desarrollo histórico decisivo en Asia que es importante redescubrir, explicó Benedicto XVI este miércoles.
«Según una opinión común hoy, el cristianismo sería una religión europea, que habría exportado la cultura de este continente a otros países», comenzó diciendo el Santo Padre.
«Pero la realidad es mucho más compleja, pues la raíz de la religión cristiana se encuentra en el Antiguo Testamento y, por tanto, en Jerusalén y en el mundo semítico. El cristianismo se alimenta siempre de esta raíz del Antiguo Testamento», subrayó.
«Su expansión en los primeros siglos tuvo lugar tanto hacia occidente, hacia el mundo greco-latino, donde después inspiró la cultura Europa, como hacia oriente, hasta Persia, la India, ayudando de este modo a suscitar una cultura específica, con lenguas semíticas, y con una propia identidad», indicó.
Para mostrar esta multiformidad cultural de la única fe cristiana, el Papa ha comenzado a presentar en su serie de reflexiones sobre las grandes figuras del cristianismo, a exponentes asiáticos. El miércoles anterior había hablado de Afraates el sabio persa del siglo IV.
En esta ocasión, se concentró en san Efrén, quien ha pasado a la historia del cristianismo como «cítara del Espíritu Santo», en referencia a la seductora belleza poética de sus escritos.
«Ordenado diácono --recordó el obispo de Roma--, vivió intensamente la vida de la comunidad local hasta el año 363, en el queNísibis cayó en manos de los persas. Entonces Efrén emigró a Edesa, donde continuó predicando. Murió en esta ciudad en el año 373, al quedar contagiado en su obra de atención a los enfermos de peste».
En su cultura y expresión siríaca, añadió el pontífice, «se puede ver la común y fundamental identidad cristiana: la fe, la esperanza --esa esperanza que permite vivir pobre y casto en este mundo, poniendo toda expectativa en el Señor-- y por último la caridad, hasta ofrecer el don de sí mismo en el cuidado de los enfermos de peste».
La gran contribución de Efrén a los cristianos de hoy, como señaló Benedicto XVI, se resume en su originalidad: «su teología se hace liturgia, se hace música: de hecho, era un gran compositor, un músico».
«Teología, reflexión sobre la fe, poesía, canto, alabanza a Dios, van juntos». Y lo hace con el talento sirio, siguiendo «el camino de la paradoja y del símbolo».
El poeta sirio «confiere a la poesía y a los himnos para la Liturgia un carácter didáctico y catequético», algo que sigue siendo necesario hoy día.
Lo hace, por ejemplo, al hablar de Dios creador: «en la creación no hay nada aislado, y el mundo es, junto a la Sagrada Escritura, una Biblia de Dios».
«Al utilizar de manera equivocada su libertad, el hombre trastoca el orden del cosmos. Para Efrén, dado que no hay Redención sin Jesús, tampoco hay Encarnación sin María», dijo el papa sintetizando su teología.
Hablando al final en español, el Papa aclaró que «la presencia de Jesús en el seno de María le lleva a considerar la altísima dignidad y el papel fundamental de la mujer».