CIUDAD DEL VATICANO, 6 JUN 2007 (VIS)
Cipriano, dijo el Papa, "nació en Cartago, en una rica familia pagana" y "se convirtió al cristianismo a los 35 años. (...) Fue ordenado sacerdote y luego obispo". El santo afrontó también las primeras "dos persecuciones sancionadas por un edicto imperial, la de Decio (250) y la de Valeriano (257-258)", después de las cuales "muchos fieles abjuraron o no se comportaron bien frente a la prueba: eran los llamados "lapsi", es decir "caídos".
Con los "lapsi", el obispo fue "severo pero no inflexible, dándoles la posibilidad del perdón tras una penitencia ejemplar". Cipriano fue también "muy humano y lleno de auténtico espíritu evangélico, exhortando a los cristianos a socorrer a los paganos durante la peste". Era "inamovible cuando se trataba de combatir las costumbres corruptas y los pecados que devastan la vida moral, sobre todo la avaricia".
El santo "escribió numerosos tratados y cartas, siempre ligados a su ministerio pastoral. Poco dado a la especulación teológica, escribía sobre todo para edificar a la comunidad y para el buen comportamiento de los fieles".
En su obra, explicó el Santo Padre, "el tema de la Iglesia es su preferido. (...) Distingue entre Iglesia visible, jerárquica e Iglesia invisible, mística, pero afirma con fuerza que la Iglesia es una sola, fundada sobre Pedro. No se cansa de repetir que "aquel que abandona la cátedra de Pedro, sobre la que está fundada la Iglesia, se engaña si cree que permanece en la Iglesia".
Por eso, "la característica irrenunciable de la Iglesia es la unidad, simbolizada por la túnica de Cristo sin costuras: unidad que encuentra su fundamento en Pedro y su realización perfecta en la Eucaristía". Tampoco hay que olvidar su tratado sobre la oración, donde subraya que "con el Padrenuestro el cristiano recibe la forma correcta de rezar (...) conjugada al plural, para que el que reza no rece únicamente por sí mismo. Nuestra oración es pública y comunitaria" y "el cristiano no dice Padre mío, sino Padre nuestro, incluso encerrado en su habitación, porque sabe que en todo lugar y circunstancia es miembro de un mismo Cuerpo".
"En definitiva, Cipriano se sitúa -concluyó Benedicto XVI- en el origen de esa fecunda tradición teológico-espiritual que ve en el "corazón", el lugar por excelencia de la oración. (...) Allí tiene lugar el encuentro donde Dios habla al ser humano (...) y el ser humano escucha a Dios".
"¡Hagamos también nuestro este "corazón a la escucha", del que nos hablan la Biblia y los Padres! -exclamó el Papa-: ¡nos hace mucha falta!".