Algunos años después, funda el Monasterio de Claraval (Clairvaux). Lo siguen 12 compañeros, entre los que se encuentran un tío y un primo suyos. Son muchos los parientes que siguiendo su ejemplo, optan por la vida religiosa.
Para Bernardo la vida monástica debe ser sostenida por el trabajo, la contemplación y la oración; teniendo dos estrellas fijas: Jesús y María. Para el abad cisterciense, Cristo es todo:
«Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar el nombre de Jesús». (Sermones en Cantica Canticorum XV). María —escribe Bernardo— conduce a Jesús:
«En los peligros, en las angustias, en las incertezas, piensa en María, invoca a María. Que Ella no se aparte nunca de tus labios, no se aparte nunca de tu corazón; y para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su vida. Si la sigues, no puedes desviarte; si la invocas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte...» (Hom. II super «Missus est»).
En el De diligendo Deo Bernardo indica la vía de la humildad para alcanzar el amor de Dios. Exhorta a amar al Señor sin medida y enumera cuatro grados de amor:
1) Primer grado del amor - El hombre se ama por sí mismo: «En primer lugar, pues, se ama el hombre a sí por sí mismo… Cuando ve que no puede subsistir por sí mismo, comienza a buscar Dios por la fe».
2) Segundo grado del amor - El hombre ama a Dios por sí mismo: «En el segundo grado ama a Dios, pero por sí mismo, no por Él. Sus miserias y necesidades le impulsan a acudir con frecuencia a Él en la meditación, la lectura, la oración y la obediencia. Dios se le va revelando de un modo sencillo y humano, y se le hace amable».
3) Tercer grado del amor - El hombre ama a Dios por Él mismo: «… pasa «[el hombre] al grado tercero, en el que ama a Dios no por sí mismo, sino por Él. Aquí permanece mucho tiempo, y no sé si en esta vida puede hombre alguno elevarse al cuarto grado…».
4) Cuarto grado del amor - El hombre se ama así mismo por Dios: «…que consiste en amarse solamente por Dios. […]. Olvidado por completo de sí, y totalmente perdido, se lanza sin reservas hacia Dios, y estrechándose con él se hace un espíritu con Él»
Entre los escritos del abad cisterciense, es también célebre el elogio del órden monástico-militar de los Templarios, fundado en 1119 por algunos caballeros bajo la dirección de Hugo de Payns, caballero feudal de la Champagne y pariente de Bernardo.
En el De laude novae militiae ad Milites Templi, describe así a los Caballeros del Temple: «están vestidos sencillamente, y cubiertos de polvo, la cara quemada por el sol, y la mirada orgullosa y dura: antes de la batalla, se arman interiormente con la fuerza de la fe. Su única fe está dirigida a Dios».
Bernardo muere el 20 de agosto de 1153. Alejandro III lo proclama santo en 1174. Pio XII le dedica una carta encíclica titulada Doctor Mellifluus, en la cual se recuerdan en particular, estas palabras de Bernardo:
«Jesús es miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón». «El doctor melífluo, último de los padres, pero ciertamente, no inferior a los primeros –escribe el Pontífice– se distinguió por tales dotes de mente y de ánimo, que Dios añadió abundancia de dones celestes».
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