Lo más seguro respecto de este Santo, tan celebrado por otra parte en la antigüedad, es lo siguiente:
San Pedro Crisólogo, obispo de Ravena en la segunda mitad del siglo V (432-452), nos dice en el sermón 128 que Apolinar fue el primer obispo de Ravena y el único mártir de la ciudad. Ahora bien, especificando algo más el concepto de martirio de este Santo, nos comunica a través de ponderaciones oratorias que, de hecho, no murió por efecto de los tormentos y con la efusión de su sangre, por lo cual no podía ser considerado con rigor como mártir.
Sin embargo, añade que los trabajos que tuvo que sufrir en el gobierno de su iglesia y la paciencia que mostró en todos ellos, que a veces llegó a la efusión de sangre, permiten considerarle en nada inferior a los mártires. En efecto, según dice él estuvo siempre dispuesto al supremo sacrificio y a punto de ser sacrificado cuando se dejó convencer por las oraciones de su grey, y quedó todavía algún tiempo en este mundo, difiriendo el cumplimiento de sus deseos.
Surgió en el siglo VII la leyenda en torno suyo, la Pasión de San Apolinar. Es interesante, para conocer el espíritu del tiempo, considerar la facilidad con que se introdujeron en el ambiente popular los rasgos del patrono de Ravena, claramente legendarios.
En efecto, según esta Pasión, Apolinar era uno de los discípulos de San Pedro y con él vino de Antioquía a Roma en tiempo del emperador Claudio (41-54). Enviado, pues, por el Príncipe de los Apóstoles para predicar el Evangelio en Ravena, se dirigió a esta ciudad, donde obró estupendos milagros, con los cuales se convencieron sus habitantes de la misión divina que les traía.
De este modo recibieron el bautismo muchos de ellos, en particular un tribuno muy influyente y un patricio llamado Bonifacio. Tan notables y numerosas conversiones exasperaron a los sacerdotes de los ídolos y a muchos fanáticos paganos, los cuales atormentaron inhumanamente al apóstol, por lo cual se vio forzado a ocultarse, después de doce años de fecunda labor en la ciudad.
Pasado algún tiempo emprendió una nueva campaña de apostolado, obrando grandes milagros, por lo cual un delegado del nuevo emperador, Nerón (56-68), empleó contra él toda clase de medios para inducirle a que abandonara el culto de Cristo y ofreciera incienso a Júpiter; de aquí pasó a las amenazas; mas, viendo que ni los halagos ni las amenazas lograban doblegar su férrea constancia, le hizo azotar bárbaramente y aplicar otros tormentos, y, como no consiguiera rendirlo, le cargó de cadenas, y arrojó a un horrible calabozo, de donde partió poco después desterrado a Grecia.
Embarcado juntamente con otros tres clérigos, tuvo que sufrir una horrorosa tempestad; mas, llegado a Corinto, evangelizó la región de Misia, donde curó de la lepra a uno de sus reyezuelos, pero no pudo realizar muchas conversiones; siguió luego por las riberas del Danubio y entró en Tracia, donde obtuvo fruto más abundante; pero, enfurecidos contra él los adoradores de Serapis, le azotaron cruelmente y arrojaron en un bajel fuera de su territorio.
Vuelto entonces a Ravena, después de tres años de ausencia, fue recibido con gran entusiasmo por los cristianos, e inició con gran fervor una nueva etapa de predicación y conversiones, acompañadas de multitud de milagros. Pero, inesperadamente, fue arrebatado por un pelotón de paganos, los cuales le hicieron objeto de las mayores violencias, y, conduciéndole al templo de Apolo, le obligaron a adorarlo.
Entonces el Santo, lejos de obedecerles, se puso en oración, y rápidamente el ídolo cayó al suelo hecho pedazos, con lo cual, enfurecidos los paganos, le condujeron al juez Taurus, exigiéndole que le condenara a muerte. Este quiso entonces poner en ridículo ante todo el mundo a aquel hombre, de quien tantas maravillas se contaban y tanto influjo ejercía en las masas.
Así, pues, puso delante de él y de gran multitud del pueblo y de la nobleza reunidos a un hijo suyo, ciego de nacimiento, y le intimó con toda solemnidad que, si le curaba, todos creerían en él; de lo contrario, recibiría el castigo de sus imposturas.
Puesto, pues, Apolinar ante esta alternativa, hizo primeramente oración, y luego, invocando el nombre de Dios, devolvió la vista al niño. Ante tan estupendo milagro abrazó la fe cristiana gran multitud de espectadores y el mismo juez condujo al Santo a lugar seguro, donde pudo entregarse durante cuatro años a su obra de apostolado.
Pero descubierto por fin por los fanáticos paganos y denunciado a Vespasiano (69-79), fue conducido a la cárcel y entregado a la custodia de un centurión; mas, como éste era cristiano, pudo evadirse; pero, apresado entonces por los Paganos, fue azotado y maltratado cruelmente, y, recogido por los cristianos, murió siete días después, el 23 de, julio del año 81.
Por otra parte, aun fuera de Ravena y las llanuras del Po es admirable la expansión que alcanzó durante la Edad Media el culto de San Apolinar. Así aparece en un estudio reciente, no sólo en lo que se refiere a Italia, sino también a otros territorios. Así, para no citarmás que unos pocos ejemplos: la importante sede metropolitana de Reims; el Apolinarisberg, en Alemania, entre Coblenza y Bonn, cerca de Remagen; la abadía de Burtscheind, dedicada al Santo, cerca de Aquisgrán: la iglesia monástica de Michel-bach-le-Haut, en el alto Rhin.
Indudablemente, su culto alcanzó un gran esplendor entre los siglos VI y IX, y es una de las manifestaciones la rivalidad entre Ravena y Roma. Pero, después de alcanzar su punto culminante, experimentó también su crepúsculo, si bien conservó siempre una relativa significación.
BERNARDINO LLORCA, S. I.
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