Andrés fue el primer discípulo que tuvo Jesús, junto con San Juan el evangelista. Ambos eran discípulos de Juan Bautista, quien al ver pasar a Jesús, que llegaba del desierto exclamó: "He ahí el cordero de Dios". Ha sido siempre difícil mantener unidas en Cristo las prerrogativas de -majestad y humildad-, derivadas de sus dos naturalezas, divina y humana.
El hombre de hoy no tiene dificultad para reconocer en Jesús al amigo y al hermano universal, pero encuentra difícil proclamarle también Señor y reconocerle un poder real sobre él. Pero Andrés se dejó arrastrar por la atracción que ejercía el reflejo chispeante de la divinidad que fulguraba en sus ojos y en la majestad de su rostro, tras el cual ya anhelaba el salmista y seguimos todos buscando: Muéstranos tu rostro.
Andrés se fue detrás de Jesús y con él, Juan. Cuando vio Jesús que lo seguían, les preguntó: "¿Qué buscáis?". Ellos le dijeron: "Rabbi, ¿dónde vives?". Jesús les respondió: "Venid y veréis". Y se fueron y pasaron con Él aquella tarde. Nuca jamás podría olvidar después Andrés el momento y la hora y el sitio donde estaban cuando Jesús les dijo: "Venid y veréis". Su respuesta a esta llamada cambió su vida para siempre.
Andrés buscó a su hermano Simón y le dijo: "Hemos encontrado al Salvador del mundo" y lo llevó a Jesús. Así le consiguió a Cristo un formidable amigo, el gran San Pedro. Y Jesús le anunció que le cambiaría el nombre por el de Cefas. Al principio Andrés y Simón iban con Jesús a escucharle siempre que podían, y luego regresaban a sus labores de pesca.
Pero cuando el Señor volvió a Galilea, encontró a Andrés y a Simón remendando sus redes y les dijo: "Venid conmigo", y ellos dejando a sus familias y a sus negocios y sus redes, se fueron con Jesús. Después de la pesca milagrosa, Cristo les dijo: "En adelante seréis pescadores de hombres".
El día del milagro de la multiplicación de los panes, fue Andrés el que llevó a Jesús el muchacho que tenía los cinco panes y dos peces. Andrés es un hombre observador, lo que le hace realista: había visto al muchacho, es decir, ya le había planteado la pregunta: «Pero, ¿qué es esto para toda esta gente?» y se dio cuenta de la falta de recursos.
Andrés presenció la mayoría de los milagros que hizo Jesús y escuchó, una por una, sus palabras incendiarias y vitales. Vivió junto a Él tres años.
Un escrito que data del siglo III, el "Fragmento de Muratori" dice: "Al apóstol San Juan le aconsejaban que escribiera el Cuarto Evangelio. Él dudaba, pero le consultó al apóstol San Andrés, el cual le dijo: Debes escribirlo. Y que los hermanos revisen lo que escribas". El "Fragmento de Muratori", que data de principios del siglo III: "El cuarto Evangelio fue escrito por Juan, uno de los discípulos. Ocurrió así:
Cuando los otros discípulos y obispos urgieron a que escribiese, Juan les dijo:
"Ayunad conmigo a partir de hoy durante tres días, y después hablaremos unos con otros sobre la revelación que hayamos tenido, ya sea en pro o en contra. Esa misma noche, fue revelado a Andrés, uno de los Apóstoles, que Juan debía escribir y que todos debían revisar lo que escribiese".
Teodoreto cuenta que Andrés estuvo en Grecia; San Gregorio Nazianceno que estuvo en Epiro, y San Jerónimo que estuvo en Acaya. San Filastrio dice que del Ponto pasó a Grecia, y que en su época, siglo IV, los habitantes de Sínope decían poseer un retrato auténtico del santo y que conservaban el ambón desde el que predicaba.
En la Edad Media era creencia general que San Andrés había estado en Bizancio, donde dejó como obispo a su discípulo Staquis (Rom 14,9). El origen de esa tradición es interesado, pues procede de una época en que convenía a Constantinopla atribuirse origen apostólico para no ser menos que Roma, Alejandría y Antioquía. El primer obispo de Bizancio del que consta por la historia, fue San Metrófanes, en el siglo IV.
La "pasión" apócrifa dice que fue crucificado en Patras de Acaya. Como no fue clavado a la cruz, sino sólo atado, pudo predicar al pueblo durante dos días antes de morir.
En tiempos del emperador Constancio II las reliquias de San Andrés fueron trasladadas de Patras a la iglesia de los Apóstoles, en Constantinopla. Los cruzados tomaron Constantinopla en 1204, y, poco después las reliquias fueron robadas y trasladadas a la catedral de Amalfi, en Italia.
San Andrés es el patrono de Rusia y de Escocia. Hay una tradición de que llegó a Kiev. Nadie afirma que haya ido también a Escocia, y la leyenda que se conserva en el Breviario de Aberdeen y en los escritos de Juan de Fordun, no merece crédito alguno. Según dicha leyenda, San Régulo, era originario de Patras y se encargó de trasladar las reliquias del apóstol en el siglo IV, recibió en sueños aviso de un ángel de que debía trasportar una parte de las mismas al sitio que se le indicaría más tarde.
De acuerdo con las instrucciones, Régulo se dirigió hacia el noroeste, "hacia el extremo de la tierra"". El ángel le mandó detenerse donde se encuentra actualmente Saint Andrews, Régulo construyó ahí una Iglesia para las reliquias, fue elegido primer obispo del lugar y evangelizó al pueblo durante treinta años. El 9 de mayo se celebra en la diócesis de Saint Andrews la fiesta de la traslación de las reliquias.
El nombre de San Andrés figura en el canon de la misa. También se le nombra en la misa con la Virgen Santísima y de San Pedro y San Pablo, después del Padrenuestro, introducida por el Papa San Gregorio Magno. En la medida en que nos permiten las fuentes, queremos conocer un poco más de cerca del hermano de Simón Pedro, san Andrés, quien también era uno de los doce.
Lo primero que impresiona en Andrés es el nombre, que no es hebreo, sino griego, signo indicativo de una cierta apertura cultural de su familia, pues en Galilea el idioma y la cultura griega están bastante presentes. En las listas de los doce, Andrés se encuentra en segundo lugar, en Mateo y en Lucas, en el cuarto lugar en Marcos y en los Hechos de los Apóstoles. Sin duda tenía un gran prestigio dentro de las primeras comunidades cristianas.
El lazo de sangre entre Pedro y Andrés, y la llamada común que les dirigió Jesús, son mencionados en los Evangelios. Puede leerse: «Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: "Seguidme, y yo os haré pescadores de hombres"».
Por el cuarto Evangelio sabemos que Andrés era discípulo de Juan Bautista; lo que demuestra que era un hombre que buscaba, que compartía la esperanza de Israel, que quería conocer más de cerca la palabra del Señor, y la presencia del Señor.
Era verdaderamente un hombre de fe y de esperanza; y un día escuchó que Juan Bautista proclamaba a Jesús como «el cordero de Dios»; entonces, se movió, y junto a otro discípulo, cuyo nombre no es mencionado, siguió a Jesús, que era llamado por Juan «cordero de Dios». El evangelista refiere: «vieron donde vivía y se quedaron con él». Andrés, por tanto, disfrutó de momentos de intimidad con Jesús.
«Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías", que traducido significa Cristo», y le condujo hacia Jesús (Jn 1,40), demostrando su espíritu apostólico. Andrés, por tanto, fue el primer apóstol que recibió la llamada y siguió a Jesús. Por este motivo la liturgia de la Iglesia bizantina le honra con el apelativo de «Protóklitos», que significa el «primer llamado».
En Jerusalén. Saliendo de la ciudad, un discípulo le mostró el espectáculo de los poderosos muros que sostenían el Templo. La respuesta del Maestro fue sorprendente: dijo que de esos muros no quedaría piedra sobre piedra. Entonces Andrés, junto a Pedro, Santiago y Juan, le preguntó: «Dinos cuándo sucederá esto y cuál será la señal de que ya están por cumplirse todas estas cosas».
Jerusalén, poco antes de la Pasión. Con motivo de la fiesta de la Pascua, narra Juan, habían venido a la ciudad santa algunos griegos, para adorar al Dios de Israel en la fiesta de Pascua. Andrés y Felipe, los dos apóstoles con nombres griegos, hacen de intérpretes y mediadores de este grupo de griegos ante Jesús. La respuesta del Señor a su pregunta parece enigmática, pero de este modo se revela llena de significado. Jesús dice a sus discípulos y, por su mediación, al mundo griego: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.
Tradiciones muy antiguas consideran que Andrés, quien transmitió a los griegos estas palabras, no sólo es el intérprete de algunos griegos en el encuentro con Cristo, sino que es considerado como el apóstol de los griegos en los años que siguieron a Pentecostés; nos dicen que en el resto de su vida fue el anunciador y el intérprete de Jesús para el mundo griego.
Pedro, su hermano, llegó a Roma desde Jerusalén, pasando por Antioquía, para ejercer su misión universal desde Roma; Andrés, fue el apóstol del mundo griego: de este modo, tanto en la vida como en la muerte, se presentan como auténticos hermanos, una fraternidad que se expresa en la relación especial de las sedes de Roma y de Constantinopla, Iglesias verdaderamente hermanas.
Una tradición sucesiva, narra la muerte de Andrés en Patras, capital de la provincia de Acaya, en Grecia donde también él sufrió el suplicio de la crucifixión. Ahora bien, en aquel momento supremo, como su hermano Pedro, pidió ser colocado en una cruz diferente a la de Jesús. En su caso, se trató de una cruz en forma de equis, es decir, con los dos maderos cruzados diagonalmente, que por este motivo es llamada «cruz de san Andrés».
"Yo te venero oh cruz santa que me recuerdas la cruz donde murió mi Divino Maestro. Mucho había deseado imitarlo a Él en este martirio. Dichosa hora en que tú al recibirme en tus brazos, me llevarán junto a mi Maestro en el cielo".
«Salve, oh Cruz, inaugurada por medio del cuerpo de Cristo, que te has convertido en adorno de sus miembros, como si fueran perlas preciosas. Antes de que el Señor subiera sobre ti, provocabas un temor terreno. Sin embargo, ahora, dotada de un amor celeste, te has convertido en un don. Los creyentes saben cuánta alegría posees, cuántos regalos deparas. Confiado, por tanto, y lleno de alegría, vengo para que tú también me recibas exultante como discípulo de quien fue colgado de ti...
Cruz bienaventurada, que recibiste la majestad y la belleza de los miembros del Señor..., tómame y llévame lejos de los hombres y entrégame a mi Maestro para que a través de ti me reciba quien por medio de ti me ha redimido. ¡Salve, oh Cruz, sí, verdaderamente, salve!».
Tenemos que aprender una lección muy importante: nuestras cruces alcanzan valor si son consideradas y acogidas como parte de la cruz de Cristo, si son tocadas por el reflejo de su luz. Sólo por esa Cruz también nuestros sufrimientos quedan ennoblecidos y alcanzan su verdadero sentido. La tradición coloca su martirio en el 30 de noviembre del año 63.
JESUS MARTI BALLESTER