El Dios del Evangelio no quiere ni sufrimiento, ni angustia para nadie. Perdonado, reconciliado, tu corazón lleno de compasión, reza por el enemigo, atrévete a consolar a los que desfiguran tus propias intenciones. Tú mantente en las fuentes de la fe y avanza.
Este joven mártir romano dio muestras fehacientes de lo que significa el perdón para todo ser humano y, para el creyente – con mayor razón todavía.
Era un militar a las órdenes del tribuno Tiberio, en tiempos del emperador Maximiliano (286-305).
Se celebraban en la ciudad imperial unas grandes fiestas dedicadas al honor de Júpiter, el dios de los dioses.
Sabían que era cristiano. Entonces quisieron obligarle a que hiciera los sacrificios al dios.
Como era natural y consecuente con su fe en el Resucitado, se negó en rotundo.
Como era un militar afamado, lo llevaron ante el emperador. En su presencia profesó abiertamente su fe. Consecuencia: le torturaron y le enviaron a Tracia, en donde le dieron fuertes castigos. Pero todo lo soportó con alegría por Jesús, perdonando a sus verdugos.
Lo trasladaron de una sitio para otro. Los interrogatorios continuos lo indignaban.
Cansados, lo transfirieron a Drizipara (actual Karistiran) en donde lo decapitaron.
Arrojaron su cuerpo al río y cuatro perros lo rescataron en presencia de su madre Pemenia.
El culto a Alejandro comenzó con mucho fervor en el siglo VI. Exaltaban el valor de la madre dando sepultura a su hijo. Hicieron una bella iglesia en su honor.
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