No se sabe el motivo por el que San Ireneo se encontraba en Roma a la muerte de San Policarpo (23 de febrero del 155), como tampoco se conoce la razón por la que abandona el Asia Menor y se traslada a las Galias. Es cierto que en tiempos de Antonino Pío (161-180) era presbítero de la iglesia de Lyon.
Una vez sacerdote, según Eusebio (o. c., PG 20,439), fue enviado por los confesores de aquella diócesis al papa Eleuterio (174-189) para que hiciese de mediador en una cuestión referente al montanismo. El aprecio hacia su persona y su rectitud doctrinal hace explicable el que a la muerte de Fotino, obispo de Lyon, sea nombrado su sucesor (Eusebio, o. c., PG 20,443). Su dignidad episcopal queda también confirmada por los testimonios de San Jerónimo (Epist. 77: PL 22,268) y de Sócrates (Hist. Eccle., 3: PG 67,391).
De su tarea como obispo, conocemos su papel pacificador en la controversia de la Pascua durante el pontificado del papa Víctor I (189-198), cuya intervención nada común también la insinúa Sócrates (o. c., 5:PG 67,627). Se ignora el año de su muerte (cerca del 202) y no parece ser cierto el hecho de su martirio, que según algunos (San Gregorio de Tours, Hist. Francorum, 1,27) ocurrió en la persecución de Septimio Severo. Celebra su fiesta el 28 de junio.
De su producción literaria también nos han llegado noticias a través de Eusebio y de Sócrates aunque solamente dos de sus escritos se nos han trasmitido completos.
La obra principal la escribió contra los gnósticos, cuyo título original griego "Elenjos kai anatrope tes pseudonímou gnóseos" (Demostración y refutación de la falsa gnosis) nos ha conservado Eusebio (o. c., 5: PG 20,446). Se le conoce comúnmente con el nombre de Adversus Haereses, y nos ha llegado no en la lengua original griega sino en una traducción latina muy literal.
Es una obra polémica, dividida en cinco libros. En el primero intenta descubrir como falsas las doctrinas de los herejes (Valentín, Basílides, Cerinto, Marción, Taciano, etc.); en el segundo, refuta con argumentos de razón dichas herejías; en el tercero prueba la misma suerte, pero apoyándose en la Sagrada Escritura; en el cuarto hace lo mismo pero con palabras del Señor, y en el quinto, que trata casi exclusivamente de la resurrección de la carne, ofrece idéntica perspectiva, pero partiendo de otras doctrinas del Señor así como de las epístolas apostólicas.
Se propone, en esta obra, desenmascarar a los herejes para que reconociendo sus errores se conviertan a la Iglesia de Dios a la vez que pretende confirmar la fe de los recién bautizados en la doctrina tradicional.
Su obra "Epídeixis tou apostolikou kerigmatos" (Demostración de la enseñanza apostólica) no es un libro polémico sino más bien apologético. Expone la predicación de la verdad y explana las pruebas de los dogmas divinos; es un precioso testimonio de la teología y de la doctrina del santo, al mismo tiempo que ofrece un sentido del cristianismo sencillo, seguro y profundo.
Además de las obras enumeradas, escribió el "Adversus Gentes" que se titula De scientia (Eusebio, o. c., P; 20,510). Contra los que adulteraban la ley precisa de la Iglesia, escribió diversas cartas: una, llamada "De schi;mate", a Blastus, que vivía en Roma y era favorecedor de innovaciones, y otra al presbítero romano Florino "Sobre la monarquía" o "Que Dios no es el autor del mal" (Eusebio, o. c., PG 20,483-486). Eusebio nos da también noúcia y conserva algún pasaje de la carta escrita al papa Víctor sobre la fecha de la Pascua (o. c., PG 20,499), afirmando que, sobre el particular, escribió también a otros muchos obispos.
El principio fontal del que se sirve para refutar los sistemas gnósticos es el de la unidad divina: un solo Dios, un solo Señor, un solo Creador, un solo Padre, sólo El contiene todas las cosas dando el ser a todas ellas. Teniendo en cuenta los presupuestos de la gnosis, identifica el Dios único y verdadero no sólo con el Creador del mundo, sino también con el Dios del Antiguo Testamento. El Padre es Señor y el Hijo es Señor.
El Padre es Dios y el Hijo es Dios, ya que el que ha nacido de Dios es Dios. Asimismo, por la esencia misma y la naturaleza de su ser, se demuestra que no existe más que un solo Dios, aunque en la economía de nuestra redención haya un Hijo y un Padre.
También afirma la divinidad del Espíritu Santo incluyéndolo en el rango de Dios y que Él mismo lo derrama sobre la humanidad por El adoptada. El Espíritu Santo es eterno y se adueña del hombre interior y exteriormente no abandonándolo jamás.
La historia de la humanidad creada y redimida, así como las palabras «hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra» de Gen 1,26 (que el Padre dirige al Hijo y al Espíritu Santo, según I.) prueban claramente la existencia del Padre, del Hijo y del Espíritu.
El Verbo, pues, es Hijo de Dios, Hijo único de Dios y su filiación no comienza con la concepción virginal sino que es eterno como el Verbo que preexiste desde siempre.
Por su parte el Espíritu Santo, que ha hablado por los profetas, que ha enseñado a nuestro padres las cosas divinas y que ha guiado a los justos por el camino de la justicia, es el que, llegada la plenitud de los tiempos, ha sido derramado de un modo nuevo sobre la humanidad, mientras que Dios renovaba al hombre sobre toda la tierra.
El Verbo es quien revela al Padre y el Espíritu Santo es el revelador del hijo.
Contra la teoría de Valentín afirma que la carne y sangre de Cristo son tan reales y verdaderas que fue el antiguo plasma de Adán lo que Cristo recapituló en Sí mismo. De esta manera, resulta evidente que si la afirmación de los herejes fuese cierta, el Verbo de Dios no habría tomado la carne ya que el asumirla hubiera supuesto la carga de un elemento despreciable.
Pone un interés especial en probar la realidad de la Encarnación precisamente porque estriba en ella la posibilidad de salvación para la carne.
El hecho de que Cristo asumió una carne verdadera explicará el relato sobre la plasmación del hombre haciendo ver cómo Cristo es el ejemplar del hombre de Gen 2,7.
El que el Verbo aún no hubiese tomado carne acarreó dos efectos desastrosos para el hombre, es decir, olvidándose que había sido hecho a imagen de Aquel que aún no se había manifestado, perdió fácilmente dicha semejanza.
Es, pues, la Encarnación el postulado necesario para que la obra redentora tenga sentido, al mismo tiempo que Cristo hecho carne, sufriente, muerto y revivido apunta a la idea de hombre perfecto, idea ahora realizable, porque de un modo ejemplar se ha realizado ya en Cristo.
Por otra parte, Cristo hecho carne queda constituido, después de restituir su dignidad al hombre plasmado, en mediador entre Dios y los hombres renovando, mediante su obediencia, los vínculos de amistad entre las dos partes alejadas.
El hombre, hecho de la tierra, es una obra de Dios y las tres divinas Personas intervinieron en su creación con su característica personal. Correspondió al Padre dar la consistencia a la materia ex qua del futuro cuerpo humano; al Hijo, en cambio, configurando la materia según la forma del hombre, le corresponde el cuerpo, el plasma o carne; quien fue capaz de sanar al ciego con el polvo de la tierra hecho barro, fue también capaz de formar ojos y cuerpo con el mismo polvo árido de la tierra que pisamos.
Por eso corresponde al Hijo recapitular en Sí el antiguo plasma de Adán para que sin renunciar a él, sino sólo a sus concupiscencias, pueda el hombre hacerse espiritual y viviente.
Y, por último, corresponde al Espíritu Santo, vistiendo de semejanza interna el cuerpo de Adán, el individuo viviente, dotado de Espíritu de Dios y destinado a poseerle. Y llega a afirmar que la carne y sangre que no tienen el espíritu de Dios están muertos.
En cuanto a su constitución, enseña que el hombre está compuesto de cuerpo, alma y espíritu.
La carne es el elemento capaz de ser perfeccionado, mientras que el alma es un elemento intermedio que se elevará unas veces siguiendo las mociones de la parte espiritual del hombre, o se rebajará otras accediendo a las concupiscencias de la carne.
Si se toma la sustancia-carne, el plasma, e independientemente el espíritu, se tendrá el plasma por un lado y el espíritu por otro pero no resultará el hombre espiritual y perfecto hasta que el Espíritu de Dios, unido al espíritu del hombre, transforme el plasma.
Parece, pues, que son dos cosas totalmente distintas en San Ireneo el hombre perfecto y hombre espiritual y perfecto; hombre perfecto equivale a hombre acabado, íntegro, es decir, que tiene las partes esenciales que hacen que dicho ser sea un hombre y no otra cosa; en cambio, hombre espiritual y perfecto equivale a aquel que una vez constituido en sus partes integrantes -cuerpo, alma y espíritu-, se abre libremente para recibir el Espíritu de Dios.
Tanto el alma como el espíritu tienen asegurada la pervivencia por su misma naturaleza; la carne, en cambio, por configuración propia es perecedera y mortal. Pero Cristo, haciéndose hombre, asumió la carne específicamente igual que la de cualquier otro hombre y redimiéndole con ella y resucitando, aseguró a dicho elemento la perseverancia en su ser.
Y esto no por su propia sustancia, ni por unas fuerzas ocultas que el hombre pudiese despertar en determinado momento; el que la carne adquiera una perseverancia eterna se deberá únicamente a la intervención de Dios, que puede hacer inmortal a lo mortal y puede traspasar de incorruptibilidad a lo que por naturaleza es corruptible.
El Espíritu, absorbiendo a la carne en su debilidad, le comunica su fuerza y virtualidades. Lo débil ha sido asumido por el elemento más poderoso quedando la enfermedad de la carne desterrada por la fuerza del Espíritu; la incorruptibilidad, pues, consistirá en una transfiguración, en un paso de mortal a inmortal, de corruptible a incorruptible, no por su propia sustancia sino por la intervención de Dios.
Si era necesario que fuese asumido lo que había de ser redimido, el fin último de la Encarnación consiste en que el Verbo de Dios depare en los tiempos novísimos una morada apta a cada uno, dado que en este mundo muchos se ponen de parte de la luz y otros se separan de ella.
La obra recapituladora de Cristo aparece, pues, como la designación concreta de cada uno al lugar que le corresponde. Hasta tal punto es necesario un juicio que discrimine la actitud de los hombres, que si éste no se diese habría sido inútil el advenimiento de Cristo.
Si el Hijo ha venido igualmente para todos y el Padre ha hecho a todos de modo semejante dotándolos de recto juicio y de libertad en sus operaciones, es necesario que se declare mediante una acción judicial la sumisión o desacato de los hombres.
La comunión con Dios es vida, luz y participación de su gozo; en cambio, los que haciendo uso de su libertad rompen la comunión con Dios, se separan de Él y de todo lo que tal unión lleva consigo. Y dado que Dios es eterno, eterna será la participación en su gozo y eterna la duración de los sufrimientos. El juicio supone que la obra comenzada en la Encarnación ha quedado consumada.
Y del mismo modo que existe la comunión con Dios que asegura la comunión en su eterna gloria, existe también la comunión con el diablo. Él recapitulará toda maldad, de modo que los que le están unidos por el lazo de la injusticia y de la impiedad participarán siempre con él en la maldición del fuego sin fin.
Sus ideas en torno a la Iglesia pueden ser agrupadas en los apartados siguientes:
1. Cristo Cabeza de la Iglesia atrae a Sí todas las cosas a su debido tiempo continuando, mediante ésta, la obra de renovación hasta el fin de los tiempos.
2. A diferencia de los gnósticos, que no tienen un cuerpo de doctrina uniforme y armónico, la Iglesia, extendida por todo el mundo, guarda celosamente la fe recibida de los Apóstoles y de sus discípulos como si estuviera toda reunida en una sola casa y cree todo como si no tuviera más que una sola mente y un solo corazón y su predicación y tradición es conforme a esta fe, como si no tuviera más que una sola boca.
3. Así como la gnosis está reservada a pocos, la Iglesia, en cambio, esparcida por la tierra abarca a los hombres de todos los tiempos; y aunque haya muchas lenguas en el mundo, la fuerza de la fe y de la tradición es en todas partes la misma.
4. Solamente los Apóstoles y sus sucesores han recibido del Padre el don seguro de la verdad, carisma, por tanto, que falta a los herejes puesto que no son sucesores de los Apóstoles.
f) Primado de la Iglesia romana:
El texto que dice relación al Primado es el siguiente:
«Ad hanc enim ecclesiam propter potentiorem principalitatem necesse est omnem convenire ecclesiam, hoc est, omnes qui sunt undique fideles, in qua semper ab his qui sunt un ¡que, conservada est ea quae est ab apostolis traditio»; porque, a causa de su principalidad, es preciso que concuerden con esta Iglesia todas las iglesias, es decir, los fieles que están en todas partes, ya que en ella se ha conservado siempre la tradición apostólica por los fieles que son en todas partes (Adv. Haereses, III,3,2).
En el contexto trata San Ireneo sobre la Iglesia romana y demuestra que la tradición que ésta ha recibido de los Apóstoles y la fe que ha anunciado a los hombres han llegado hasta nosotros por sucesiones de obispos.
Diversos son los significados que los autores estudiosos de dicho texto han atribuido a la palabra principalitatem:
1) El de origen apostólico. Entonces, según esta interpretación, el texto sería propter potentiorem apostolicitatem, lo cual, se puede afirmar, incluye grados en la apostolicidad, a no ser que se conceda un ius speciale a San Pedro como cabeza. Abundando más, se prueba históricamente que la apostolicitas no libera a las otras iglesias del error, como sucedió con la de Corinto, la cual, gracias a Clemente Romano, fue traída de nuevo a la fe.
2) El de origen o principio. Si se entiende dicho origen o principio por apostolicidad, en tal caso, presenta los mismos defectos que la sentencia anterior; por el contrario, si se ha de entender cronológicamente, resulta que la Iglesia de Antioquía y, sobre todo, la de Jerusalén son anteriores a la de Roma.
3) Y por último, el de autoridad, sentencia más común entre los autores católicos.
También han sido muchas las soluciones sobre el significado del fideles de la frase ab his qui sunt undique. Esperamos el estudio prometido por A. M. Javierre en el que prueba que fideles equivale a episcopi. Por consiguiente, para tener seguridad sobre la ortodoxia de una doctrina, basta recurrir a la Iglesia de Roma con la que, por su primado de magisterio, deben estar concordes en la doctrina los obispos de todo el mundo.
Es el teólogo por excelencia del tema María Nueva Eva. La obra de la redención sigue, en el obispo de Lyon, las mismas etapas de la caída del hombre y, por consiguiente, la antítesis Eva-María no es más que un aspecto o un momento de la recapitulación.
Según L. Ciguelli (María Nuova Eva nella patristica greca, Asís 1966, 33. 1) subraya los siguientes puntos:
Eva es una virgen caducada, seducida por el ángel rebelde, desobediente, que causa por sí misma la muerte, virgen condenada, causa de muerte para todo el género humano, que engendra en la corrupción y en el dolor; María, en cambio, es virgen que recapitula a Eva, evangelizada por el ángel fiel, obediente, que causa por sí misma la salvación, virgen abogada de Eva, causa de salvación para todo el género humano, que engendra sin corrupción y sin dolor.
Cristo abrió con toda pureza el seno puro que regenera a los hombres en Dios.