Y quien tiene esta responsabilidad es “la Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza”: cada uno de los cristianos personalmente y la Iglesia en su conjunto. Lo desarrolla el Papa Francisco en el capítulo tercero de la Evangelii Gaudium, , antes de hablar de dos importantes cauces para la evangelización: la predicación y la educación en la fe.
La Iglesia –continúa el documento– es un pueblo con muchos rostros,porque acoge a todos los pueblos encarnándose en sus culturas. En esta genuina catolicidad, la Iglesia muestra “la belleza de este rostro pluriforme”, cuya diversidad cultural no amenaza la unidad. El Espíritu Santo, vínculo de amor entre el Padre y el Hijo, es también quien compone la armonía de la unidad en la evangelización, sin imponer ninguna cultura, sino contando precisamente con la diversidad de las culturas (cf. nn. 116-118).
En este pueblo universal extraído de todos los pueblos, el Espíritu Santo garantiza que no haya errores en la fe, y nos hace, a todos los bautizados, discípulos misioneros, llamados, comprometidos, sin necesitar de largas instrucciones para testimoniar la propia experiencia cristiana. Al mismo tiempo, todos procuramos adquirir la mejor formación posible, dejarnos evangelizar. Pero “nuestra imperfección no debe ser una excusa; al contrario, la misión es un estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo” (cf. Flp 3, 12.-13) (n. 121).
Por el hecho de que cada pueblo es creador de cultura y protagonista de una historia como tal pueblo, no hay solamente responsables individuales de la evangelización, sino que los pueblos son también “sujetos colectivos activos”. En su encuentro con la fe, cada pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo, y ello asume distintas manifestaciones bien elocuentes.
Con palabras de la Evangelii nuntiandi, la piedad popular “refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer” y que “hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo cuando se trata de manifestar la fe” (en efecto, y así puede verse el testimonio de tantos mártires antiguos y contemporáneos, tal como se recoge en algunas películas actuales como “Cristiada”, For Greater Glory,Dean Wright, México 2012).
Benedicto XVI calificó a la piedad popular de “precioso tesoro” y manifestación del “alma de los pueblos” latinoamericanos” (Discurso en la inauguración de la V Conferencia del CELAM, Aparecida, 13-V-2007).
Señala Francisco que esta piedad, espiritualidad o mística popular descubre y expresa la fe “más por la vía simbólica que por el uso de la razón instrumental” (n. 124); añade que no solo es una manera legítima de vivir la fe y sentirse parte de la Iglesia, sino también una forma de ser misioneros.
Y explica que si miramos esta “espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos” (Documento de Aparecida, n. 263) con la mirada del Buen Pastor, descubrimos la fe y la esperanza firmes que se encierran tras la peregrinación a un santuario, el rezo del rosario, una vela que se enciende, o una mirada para pedir ayuda a María o a Cristo crucificado.
No se trata simplemente, añade, de manifestaciones de una búsqueda natural de Dios, sino que “son la manifestación de una vida teologal animada por la acción del Espíritu Santo” (cf. Rm 5, 5). Por eso, concluye el Papa, las expresiones de la piedad popular son verdaderamente un lugar teológico para la nueva evangelización (cf. nn. 125 y 126).
Se comienza –explica el Papa– por “un diálogo personal, donde la otra persona se expresa y comparte sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el corazón”. Desde ahí se pasa a hablar del amor personal de Dios, que se anuncia “con una actitud humilde y testimonial de quien siempre sabe aprender, con la conciencia de que ese mensaje es tan rico y tan profundo que siempre nos supera” (Ibid).
Esto puede revestir formas diversas: relatos, gestos, invitación a la oración, sin que se precisen determinadas formulaciones. Pero en todo caso, este anuncio “persona a persona” debe completarse, con la debida creatividad, por medio de formas de inculturación de la fe, porque el Evangelio debe encarnarse en una cultura, la fe debe expresarse con categorías propias de las diversas culturas (y las culturas, enraizándose en las personas, a la vez las trascienden y las intercomunican).
Segundo, el anuncio del Evangelio en las culturas implica su anuncio a las culturas profesionales, científicas y académicas (n. 132). El encuentro entre la fe, la razón y las ciencias hace surgir nuevos lenguajes, categorías y elementos para iluminar y renovar el mundo.
Por eso dice el Papa, recogiendo una propuesta del sínodo para la nueva evangelización: “La teología –no sólo la teología pastoral– en diálogo con otras ciencias y experiencias humanas, tiene gran importancia para pensar cómo hacer llegar la propuesta del Evangelio a la diversidad de contextos culturales y de destinatarios”. Para este propósito se requiere que los teólogos “lleven en el corazón la finalidad evangelizadora de la Iglesia y también de la teología, y no se contenten con una teología de escritorio” (n. 133).
El documento que estudiamos pone el broche a la tarea de anunciar el Evangelio en las culturas subrayando la importancia del ámbito universitario y de las escuelas católicas. En el esfuerzo por realizar una tarea educativa que lleve a la madurez de toda la persona del educando y, por ello, anunciar de modo explícito el Evangelio, las escuelas católicas “constituyen un aporte muy valioso a la evangelizacíón de la cultura, aun en los países y ciudades donde una situación adversa nos estimule a usar nuestra creatividad para encontrar los caminos adecuados” (n. 134). El Papa desarrolla más adelante por extenso el tema de la educación en la fe, como veremos en otro momento.
Iglesia y Nueva Evangelización