Un colosal éxito que abriría las puertas de Hollywood a las superproducciones de tema bíblico y popularizaría esa expresión latina.
En 1951, año en que se estrenó Quo Vadis, ocurrió un hecho que marcaría el cine de Hollywood durante esa década: la cadena CBS realizó en Nueva York la primera retransmisión pública de televisión en color.
De este modo, a la amenaza que ya suponía para los grandes estudios la expansión de los receptores de televisión entre la población, gracias a su abaratamiento tras la Segunda Guerra Mundial, se unía ahora un avance técnico que había sido uno de los principales reclamos de la industria del cine –el brillante Technicolor– para atraer masivamente al público a las salas.Quo Vadis surgió como respuesta a esa amenaza.
La poderosa Metro-Goldwyn-Mayer invirtió unos 7,5 millones de dólares en la producción de la película, la más cara hasta ese momento. Se emplearon unos 30.000 extras, el departamento de vestuario confeccionó 32.000 trajes (una cifra nunca superada) y se levantaron unos gigantescos decorados en Cinecittà, los estudios que paradójicamente había hecho construir Mussolini en 1937 para competir con el cine de Hollywood.
Fue el nacimiento del llamado “Hollywood del Tíber”, donde se rodarían otras superproducciones del cine histórico-bíblico como Ben-Hur (1959), Cleopatra (1963) o La caída del Imperio romano (1964).
Quo Vadis fue un éxito enorme, la película más taquillera del año y del propio estudio desde Lo que el viento se llevó (1939).
Recibió ocho nominaciones a los Óscar (curiosamente lo ganó otro filme de MGM, Un americano en París, donde también primaba la espectacularidad de su producción) y revitalizó el subgénero de las superproducciones bíblicas que había tenido su momento álgido durante el periodo mudo.
Taquillazos como La túnica sagrada (1953), Los diez mandamientos (1956) o la mencionada Ben-Hur nacieron al calor del impacto generado por la cinta dirigida por el aplicado artesano Mervyn LeRoy, un director hoy algo olvidado, responsable de otros éxitos de la MGM como las excelentes El puente de Waterloo (1940), Treinta segundos sobre Tokio (1944) o Mujercitas (1949).
La buena acogida popular que tuvo Quo Vadis no era ninguna novedad. La novela en la que se basa, publicada en 1895 por el autor polaco Henryk Sienkiewicz, se convirtió en uno de los primeros superventas modernos.
La obra traspasó rápidamente las fronteras de Polonia, donde se había editado originalmente (fronteras históricas y sentimentales, ya que el país no existía desde hacía un siglo), y se expandió por todo el mundo como el fuego en la Roma incendiada por Nerón.
A comienzos del siglo XX, Quo Vadis se había traducido a más de treinta idiomas, con un extraordinario impacto en el ámbito anglosajón. Como culminación de este éxito, en 1905 Sienkiewicz recibió el premio Nobel, galardón instaurado cuatro años antes.
El autor, quien ya había alcanzado gran renombre gracias a su trilogía sobre la historia de Polonia –A sangre y fuego (1884), El diluvio (1886) y Un héroe polaco (1888)–, fue premiado por la academia sueca “por sus méritos sobresalientes como un escritor épico”.
La repercusión de Quo Vadis contribuyó enormemente a impulsar el interés de los lectores por el género de la novela histórica de tema romano-cristiano, que seguía muy vivo gracias a otro gran éxito reciente, Ben-Hur (Lewis Wallace, 1880).
Desde un punto de vista estilístico, la novela sirvió también como puente entre el romanticismo (Los últimos días de Pompeya, Fabiola) y la moderna ficción histórica, representada por novelas tan populares como Yo, Claudio (Robert Graves, 1934) o Memorias de Adriano (Marguerite Yourcenar, 1951).
Por supuesto, las adaptaciones cinematográficas no se hicieron esperar. Quo Vadis nació el mismo año que el cine. Hasta 1927, cuando apareció el sonido, se hicieron nada menos que siete versiones de la novela, la mayoría francesas e italianas, y algunas desaparecidas en la actualidad.
A destacar la de 1913, dirigida por Enrico Guazzoni, por ser una de las primeras superproducciones de la historia del cine; y la de 1924 (abajo), producida en la Italia fascista y dirigida por Gabriellino D’Annunzio, el hijo del célebre poeta decadentista.
La novela de Sienkiewicz narra la historia de la persecución de los primeros cristianos en la Roma de Nerón.
Además de las muchas licencias poéticas que se toma con respecto a los hechos históricos, el escritor polaco, ferviente nacionalista, deslizó una metáfora política sobre el sometimiento de su pueblo por alemanes, rusos y austriacos, quienes se habían repartido el país en 1795.
También es muy significativa la elección del suceso apócrifo de la aparición de Cristo al apóstol Pedro, donde le hace la célebre pregunta que da título a la novela: “Domine, quo vadis?” (“Señor, ¿dónde vas?”). Según la tradición, ese encuentro –que hizo que Pedro asumiera su propio martirio volviendo a Roma para ser apresado y crucificado– se produjo donde se ubica la iglesia Santa Maria delle Piante, más conocida en la actualidad como iglesia Domine Quo Vadis.
Lo interesante es que ese templo fue, durante el siglo XIX, el lugar de reunión de los llamados “resurrecionistas”, una congregación de exiliados polacos, muy numerosos en la Roma de la época, unidos por la fe católica y la esperanza por una pronta “resurrección” de la patria desaparecida.
Este discurso nacionalista, apenas oculto entre bacanales y espectáculos circenses, se adaptó en la película de Hollywood al contexto de la época.
Estamos en la posguerra, por lo que no es difícil establecer un paralelismo entre la Roma imperial de la película y la Alemania nazi o la Italia fascista, entre Nerón y Hitler o Mussolini, entre la guardia pretoriana de Tigelino y los escuadrones de las SS o las camisas negras, y entre la persecución de los cristianos, a quienes se culpa del incendio de Roma, y la de los judíos por los nazis. Una interpretación favorecida también por el origen judío de Mervyn LeRoy y de dos de los guionistas del filme.
El éxito de Quo Vadis no solo impulsó el género de las superproducciones de tema histórico-religioso y del péplum de serie B (el personaje de Urso tuvo su propia saga de películas reconvertido en el forzudo Ursus), sino que también contribuyó a la pervivencia de expresiones y tópicos asociados al filme, de mitos sobre la Roma imperial que han perdurado hasta la actualidad.
Un ejemplo es Nerón. Interpretado con brillante histrionismo (y falta de rigor histórico, ya que no hay pruebas de que ordenara incendiar Roma ni de su comportamiento tiránico) por el británico Peter Ustinov, el personaje se convirtió en un modelo a seguir para posteriores Nerones cinematográficos y, por extensión, para cualquier emperador romano al que se quisiera caracterizar como corrupto y depravado, como representante de la decadencia imperial romana (Calígula sería el máximo ejemplo).
Otro son las catacumbas. Debido al protagonismo en la película, estas se asociaron para siempre a la clandestinidad y la resistencia de los primeros cristianos, a pesar de que se sabía ya desde las investigaciones del arqueólogo Giovanni Battista de Rossi a mediados del siglo XIX que solo sirvieron como lugar de enterramiento, no para celebrar ritos ni reuniones secretas. De hecho, ni siquiera está clara la persecución de los cristianos por parte de Nerón, en una época donde todavía eran muy minoritarios.
Al margen de los tópicos historicistas, un último aspecto de la película que ha perdurado es la expresión latina de su título. Quo Vadis ha pasado a la cultura popular en forma de marca comercial, como título de libros, artículos, películas, canciones, juegos de mesa, videojuegos... y hasta el nombre de un grupo heavy; y como forma de expresar las dudas o la preocupación ante el camino tomado por un país, empresa o político.