Además, los frutos de esta fe no se limitaban al ámbito del espíritu. El cristianismo ofrecía también mucho en el terreno de lo material. Lo que motivaba a los cristianos no era sólo la promesa de la salvación, sino también el hecho de que serían recompensados ampliamente aquí y ahora por pertenecer a la Iglesia.
Ser miembro de ella era caro, pero de hecho resultaba una ganga. Es decir, como la Iglesia pedía mucho a sus miembros, poseía recursos para dar mucho. Por ejemplo, como se esperaba que los cristianos ayudaran a los menos afortunados, muchos de ellos recibieron tal ayuda, y todos podían sentirse seguros ante los malos tiempos.
Puesto que se esperaba de ellos que cuidaran de los enfermos y moribundos, muchos recibieron también similares atenciones. Como se les pidió que amaran a los otros, fueron amados a su vez. Y como se les exigía observar un código moral mucho más estricto que el de los paganos, los cristianos -especialmente las mujeres- disfrutaron de una vida familiar más segura.
De modo similar, el cristianismo dulcificó mucho las relaciones entre las clases sociales, precisamente en el momento en el que estaba creciendo la brecha entre ricos y pobres (Meeks y Wilken, 1978).
No predicaba que todos debían o podían ser iguales en riqueza y poder en esta vida, pero sí que todos eran iguales a los ojos de Dios y que los más afortunados tenían el deber prescrito por Dios de ayudar a los necesitados.
Como ha señalado William Schoedel (1991), Ignacio de Antioquía subrayó la responsabilidad de la Iglesia para con las viudas y los niños. En realidad, Ignacio dejó claro que no estaba hablando simplemente de doctrinas acerca de las buenas obras, sino que atestiguaba la realidad de una imponente estructura cristiana de voluntarios y de amor al prójimo. Tertuliano señalaba que los fieles estaban muy dispuestos a hacer donaciones a la Iglesia, pues ésta, a diferencia de los templos paganos, no las gastaba en banquetes opulentos:
"Los fondos de las donaciones no se sacan de las iglesias y se gastan en banquetes, borracheras y comilonas, sino que van destinados a apoyar y enterrar a la gente pobre, a proveer las necesidades de niños y niñas -que no Tienen padres ni medios; y de ancianos confinados en sus casas, al igual que los que han sufrido un naufragio; y si sucede que hay alguno en las minas, o exilado en alguna isla, o encerrado en prisión por sólo la fidelidad a la causa de la iglesia de Dios, son como infantes cuidados por los de su misma fe (Apología, 39).
Recordemos cómo el emperador Juliano el Apóstata reconocía que los cristianos «se entregaban a la filantropía», y cómo ordenó a los sacerdotes paganos que compitieran con ellos. Pero Juliano descubrió pronto que carecía de los medios para esa reforma.
El paganismo había sido incapaz de desarrollar el tipo de voluntariado dedicado a las buenas obras que los cristianos habían estado construyendo durante más de tres siglos; además, el paganismo carecía de las ideas religiosas que hubieran hecho plausibles tales esfuerzos organizados.
Pero, ¿tenía esto importancia? ¿Cambiaron realmente la calidad de vida las buenas obras de los cristianos en la época grecorromana? Los demógrafos modernos consideran que las expectativas de vida son la mejor medida para resumir la calidad de vida. Por tanto, es significativo que A. R. Burn (1953) haya puesto de relieve, basándose en inscripciones, que los cristianos tenían mejores expectativas de vida que los paganos. Si tiene razón...
Rodney Stark,
LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO (pag 172)
https://www.primeroscristianos.com/rodney-stark-sociologo/