De Tierra Santa procede una fragancia conocida en occidente a través de la historia bíblica de los Reyes Magos descrito en el Evangelio de San Mateo. Se trata del incienso. Durante milenios esta mezcla de resinas (gomorresinas) extraídas de la corteza del tronco de diversas especies del género botánico Boswellia se usó para perfumar el ambiente, «ahuyentar a los demonios» y honrar a dioses y hombres. Su empleo está descrito en diversas culturas precristianas, desde Egipto, Cartago (fenicios) y romanos, hasta culturas orientales. Como todo lo valioso, existían, y existen, sucedáneos elaborados a partir de resinas de otros árboles y arbustos de Oriente Medio.
Estudios farmacológicos realizados en la Universidad hebrea de Jerusalén (Israel) han descubierto que esta resina blanquecina alivia la ansiedad y la depresión, al menos en animales de experimentación (ratones). Así mismo ayudan a la termorregulación. Al incienso se le achacan propiedades mágicas, más allá de su potente, persistente, exquisito y carísimo aroma. En los ambientes esotéricos se afirma que puede «transmutar campos de energía interna», sin que nadie sepa qué significa dicha expresión.
Hasta ahora, los efectos observados con el incienso son más prosaicos, aunque no por ello menos interesantes. Todos los experimentos farmacéuticos se han realizado en roedores. Los farmacólogos inyectaron en ratones acetato de incensol, el principal principio activo de las resinas que catalogamos como incienso.
Tras la inyección intramuscular de este aceite, los ratones permanecían tranquilos en ambientes abiertos, situación inhabitual en estos animales (los ratones muestran agorafobia, esto es, ansiedad en espacios abiertos); y, así mismo, nadaban durante más tiempo en habitáculos de los que no podían escapar, antes de rendirse y flotar, abandonados a su suerte. Ambos comportamientos evidencian una disminución de la ansiedad, y semejan al comportamiento observado en estos animales tras la inyección de fármacos antidepresivos.
El autor principal del estudio, Arieh Moussaieff, del Instituto Weizmann de Israel, afirma que este comportamiento se remonta al Talmud (el Libro Sagrado de los judíos). En él se escribe que «el prisionero condenado a muerte solía recibir extracto de Boswellia en una copa de vino, con el fin de entumecer sus sentidos antes de la ejecución». Probablemente fue también la resina con que los soldados romanos humedecieron los labios de Jesucristo agonizante en la cruz, treinta tres años después de que Gaspar (o Caspar), el Mago oriental llevó esta resina «mágica» hasta el pesebre.
La leve actividad psicoactiva de algunos aceites esenciales es bien conocida. Por ejemplo, el limón eleva el estado de ánimo, y la lavanda reduce la agitación en pacientes con demencia (por ello es recomendable tener esta planta en habitaciones de enfermos con demencia de alzhéimer).
Sin embargo, no se pueden extrapolar sin más las observaciones en ratones a las complejas emociones del cerebro humano. Sobre todo porque no sabemos si los roedores padecen algo que se parezca a lo que definimos como depresión. La farmacología precisa crear modelos con que estudiar las sustancias con potencial de modificar el comportamiento, para extrapolar los resultados a las enfermedades mentales. Sin embargo, los hallazgos y las observaciones en animales experimentales no se deben trasmutar sin más a la medicina humana.
Contrario a este punto de vista es Raphael Mechoulam, célebre por sus estudios con el principio activo del cáñamo (Cannabis sativa), tetrahidocannabinol, durante la década de 1960. De sus estudios con la planta del cánnabis y sus principios activos concluye que lo observado con roedores se puede extrapolar al comportamiento humano.
La mirra es un exudado de aspecto rojizo o marrón (véase fotografía) con sabor acre o amargo, que se extrae de diversas especies del género botánico Commiphora que crecen espontáneas en los países de la península de Arabia, Etiopía, Eritrea y Somalia. El árbol productor de mirra se aclimató a otros lugares, como la India y Turquía. Llegó a estar incluido en la Farmacopea francesa (1949) por sus propiedades antisépticas. Hoy día su utilización se restringe a la perfumería. En la antigüedad la mirra se usaba para embalsamar y perfumar los cadáveres.
En la mitología griega, Mirra (Mýrra) es la madre de Adonis. La mitología semítica sitúa la leyenda en la isla de Chipre. Ciniras, rey de Chipre mantiene relaciones incestuosas con Mirra sin saber que es su hija. Conocedor del embarazo fruto del incesto, la persigue para matarla y saldar así esa relación aberrante. Ella huye a través de Arabia. Los dioses la protegen convirtiéndola en un árbol, de cuya corteza nacerá Adonis, su hijo. Según la leyenda, las gotas de exudado de la corteza son las lágrimas de Mirra.
La historia se cuenta en las Metamorfisis de Ovidio, teniendo su traslación en la historia universal y la literatura surgida de la misma. Mirra es citada en la Divina Comedia de Dante Alighieri; y también en la obra Mathilda de Mary Shelley(más famosa por su obra Frankestein o el moderno Prometeo). Mirra también ha dado nombre a un asteroide.
La mirra se usó en medicina como adyuvante en varias afecciones. La investigación ha mostrado que el aceite de mirra tiene propiedades antioxidantes con actividad antiparasitaria, siendo también útil en el tratamiento de las úlceras dérmicas y otros tipos de heridas. Se ha llegado a usar (en infusiones) en el tratamiento del hipotiroidismo, gingivitis, alteraciones digestivas y del tracto respiratorio.
Se utiliza ocasionalmente (aplicación tópica) para aliviar la inflamación y la dermatitis, vigilando que no se desarrolle una reacción alérgica. Su uso por vía sistémica no es recomendable, no debiéndose administrar jamás a embarazadas, debido a su efectos abortivos.
El oro, según la tradición, fue entregado por el rey o mago Melchor a José y María, mezclado con cabello de su prominente barba.
El término oro deriva de aurum (brillante), del que deviene el término aurora (brillo del amanecer). Adjetiva todo aquello que se desea realzar. Así por ejemplo se habla de «edad de oro»,« Siglo de oro»,« oro líquido» (aceite), «oro negro» (petróleo), «oro blanco» (platino), etc.
Según la tradición bíblica, mientras Baltasar entregó mirra para resaltar la condición humana, mortal por lo tanto, de Jesucristo (la mirra se usaba para embalsamar a los muertos), Gaspar entregó incienso (bálsamo de dioses), Melchor, el más anciano, entregó oro, símbolo de reyes.
Muchos siglos después, las sales de oro han encontrado aplicación médica en el tratamiento de la osteoartritis.
Es bella la tradición del oro, incienso y mirra. Los hombres tenemos las tres naturalezas, real en cuanto únicos, divina en nuestra trascendencia intelectual, y humana por nuestra finitud.
Por Dr. José Manuel López Tricas