Pero hay algo más que forma parte de la imagen de la Navidad: los regalos. Algunas obras de teatro popular navideño ilustran ricamente cómo los pastores piensan cuál podría ser el obsequio que pueden llevar al Niño, y toman las diferentes alternativas posibles de la misma vida cotidiana de los hombres de nuestra tierra.
Un himno litúrgico de la Iglesia oriental se dedica al mismo tema pero le da mayor profundidad. Dice el himno:
«¿Qué hemos de ofrecerte, oh Cristo, que por nosotros has nacido hombre en esta tierra?
Cada una de las criaturas, obra tuya, te trae en realidad el testimonio de su gratitud: los ángeles, su amor; el cielo, la estrella; los sabios, sus dones; los pastores, su asombro; la tierra, la gruta; el desierto, el pesebre. Pero nosotros, los hombres, te traemos una Madre Virgen». (Stikharion de la Navidad)
María es el regalo de los hombres a Cristo. Pero eso significa al mismo tiempo que el Señor no quiere de los hombres «algo», sino al hombre mismo. Dios no quiere que le demos porcentajes, sino nuestro corazón, nuestro ser.
Él quiere nuestra fe y, a partir de la fe, la vida; después, de la vida; después, de la vida, aquellos dones de los que se hablará en el juicio final: alimento y vestidos para los pobres, compasión y amor compartido, la palabra de consuelo y la compañía para los perseguidos, los encarcelados, los abandonados y los perdidos.
¿Qué hemos de ofrecerte, oh Cristo? Seguramente te traemos demasiado poco cuando sólo intercambiamos entre nosotros regalos caros que ya no son expresión de nosotros mismos y de nuestra gratitud –sentimiento que habitualmente dejamos sin expresar–.
Intentemos llevarle por regalo la fe, llevarnos a nosotros mismos, y aunque más no fuera en esta forma: ¡Creo, Señor, ayuda mi incredulidad! Y no olvidemos ese día a los muchos en quienes el Señor sufre sobre la tierra.”
“Dios, por nosotros, se ha hecho don. Se ha regalado a sí mismo. Se toma tiempo para nosotros”. “¡Entre tantos regalos que compramos y recibimos no nos olvidemos del verdadero regalo: de entregarnos mutuamente algo de nosotros mismos! De donarnos mutuamente nuestro tiempo. De abrir nuestro tiempo para Dios. Así se disuelve la agitación. Así nace la alegría, Así surge la fiesta”.
“Cuando por Navidad hagas regalos, no regalos algo sólo a aquellos que, a su vez, te hacen regalos, sino que regala a aquellos que no reciben de nadie y que no pueden darte nada a cambio. Así ha actuado Dios mismo”.
Benedicto XVI hizo luego una referencia eucarística al señalar que para los Padres de la Iglesia, el pesebre de los animales en Belén “se ha convertido en el símbolo del altar, en el cuál yace el Pan que es Cristo mismo: el verdadero alimento para nuestros corazones”. “Y vemos una vez más, cómo Él se ha hecho pequeño: en la humilde apariencia de la hostia, de un pedacito de pan, Él se entrega a sí mismo”.
“Oremos para que así, la luz que vieron los pastores también nos ilumine a nosotros y que se cumpla aquello que los ángeles cantaron aquella noche: ‘Gloria a Dios en lo alto de los cielos y paz en la tierra a los hombres que Él ama’”.