La novedad en los primeros dos siglos es que “la propagación de la fe se confiaba a la iniciativa personal”.
Raniero Cantalamessa hizo una reflexión sobre la evangelización cristiana en los tres primeros siglos. El periodo –dijo Cantalamessa- en el que el cristianismo hace camino por su propia fuerza”.
La novedad en los primeros dos siglos es que “la propagación de la fe se confiaba a la iniciativa personal”. Eran “profetas itinerantes, de los que habla la Didaché, que se trasladaban de sitio a sitio; muchas conversiones se debían al contacto personal, favorecido por el trabajo común ejercitado, de los viajes y de las relaciones comerciales, del servicio militar y de otras circunstancias de la vida”.
En la segunda mitad del siglo III, “estas iniciativas personales se coordinan cada vez más y en parte se sustituyen por las comunidades locales”.
“Hacia el final del siglo III, la fe cristiana penetró prácticamente en cada estrato de la sociedad” y “Constantino no hace más que constatar la nueva relación de fuerzas. No fue él quien impuso el cristianismo al pueblo, sino el pueblo quien le impuso a él el cristianismo”. añadió.
¿Cuáles fueron las razones del triunfo del cristianismo?, se preguntó el padre Cantalamessa y respondió que, además de la caridad cristiana, destaca “la naturaleza 'sincretista' de la fe cristiana, es decir la capacidad de conciliar en sí misma tendencias opuestas y distintos valores presentes en las religiones y en la cultura de la época”. “El éxito del cristianismo se debió a un conjunto de factores”.
“Se olvida –dijo- una cosa sencillísima: que Jesús había dado él mismo, como anticipo, una explicación de la difusión de su Evangelio y de ella hay que volver a partir cada vez que se asume un nuevo compromiso misionero” con dos breves parábolas evangélicas, la de la semilla que crece incluso de noche y la de la semilla de mostaza.
También en esta ocasión quien captó “el misterio escondido” fue Pablo. “Me llama la atención –afirmó el padre Cantalamessa--, siempre, un hecho. El Apóstol predicó en el Aerópago de Atenas y vió el rechazo del mensaje, educadamente expresado con la promesa de escucharlo en otra ocasión. Desde Corinto adonde fue justo después, escribió la Carta a los Romanos en la que afirmaba haber recibido el deber de llevar a 'la obediencia de la fe a todas las gentes'. El fracaso no desanimó su confianza en el mensaje”.
“Lo que los historiadores de los orígenes cristianos no cuentan o dan poca importancia es la certeza indestructible que los cristianos de entonces, al menos los mejores de ellos, tenían sobre la bondad y la victoria final de su causa”, dijo.
“Esto es lo que más necesitamos hoy: despertar en los cristianos, al menos en los que pretenden dedicarse a la obra de la reevangelización, la certeza íntima de la verdad de lo que anuncian”, aseveró.
“Sembrar y ¡después.... irse a dormir! --afirmó el predicador pontificio--. Es decir sembrar y no quedarse allí todo el tiempo a mirar, a ver dónde surge, cuántos centímetros crece al día. El arraigo y el crecimiento no es asunto nuestro, sino de Dios y del que escucha”.
“Las reflexiones desarrolladas en esta meditación nos empujan --concluyó- a poner en la base del compromiso por una nueva evangelización un gran acto de fe y de esperanza que se sacuda todo sentido de impotencia y de resignación. Tenemos ante nosotros, es verdad, un mundo cerrado en su secularismo, embriagado por los éxitos de la técnica y por las posibilidades ofrecidas por la ciencia, que rechaza el anuncio evangélico. Pero ¿era quizás menos seguro de sí mismo y menos refractario al Evangelio el mundo en el que vivían los primeros cristianos, los griegos con su sabiduría y el imperio romano con su potencia? Si hay una cosa que podemos hacer, después de haber 'sembrado ' es la de 'regar' con la oración la semilla sembrada”.
Raniero Cantalamessa
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 4 diciembre 2011