El crudo análisis del administrador apostólico en su mensaje natalicio. Además anunció el comienzo de un «periodo de reforma» para el Patriarcado latino de Jerusalén
«La situación de los cristianos en Siria, Irak y Egipto es una completa tragedia. El círculo vicioso de la violencia parece no tener ni esperanza ni fin». Es la primera conferencia de prensa navideña que pronuncia en Jerusalén desde que asumió el cargo de administrador apostólico. Y es la cita que en el Patriarcado latino representa una ocasión para analizar el marco de la situación en la Tierra Santa y en todo el Medio Oriente. Una tradición a la que el padre Pierbattista Pizzaballa no falta y tampoco abandona su acostumbrada franqueza.
Pesan las imágenes que llegan en estos días desde Alepo y de El Cairo; pero él, al reunirse con los periodistas en el corazón de la Ciudad Vieja de Jerusalén, recordó que «la región entera» desde «largos años» vive esta tragedia, hecha de guerras alimentadas por el «comercio de las armas, por los intereses entre las potencias, por un fundamentalismo implacable». Plagas que no pueden ser curadas con una solución puramente militar. «La paz necesitaría negociaciones políticas y soluciones —explicó. Con el ejército se puede vencer una guerra, pero para reconstruir se necesita la política. Y no la vemos. Hay muchos intereses en juego, pero al final son los pobres y los débiles los que pagan el precio, y aquí han pagado demasiado».
El administrados apostólico de Jerusalén interpeló a los cristianos del Medio Oriente: «Tenemos nuestra parte de responsabilidad en estas tragedias devastadoras —explicó. Ya no podemos limitarnos a hablar de diálogo, justicia y paz. Las palabras no son suficientes. Debemos combatir la pobreza y la injusticia y ofrecer un testimonio constante de misericordia, para revelar al mundo el amor y la ternura de nuestro Dios».
Habló consciente de que las plagas del extremismo y del fundamentalismo están creciendo también en la Tierra Santa. Se refirió a los episodios vandálicos en contra de iglesias, cementerios y otras estructuras cristianas que se han verificado durante el año. «Pero no solo queremos alzar la voz para denunciar estos actos —precisó—; queremos ayudar a encontrar soluciones, afrontando el problema desde la raíz, a través de la educación». Pero justamente en ese terreno hay uno de los problemas de la actualidad: los espacios para los que educan de otra manera parecen irse reduciendo. «Nuestras escuelas en Israel están pasando todavía por una crisis sin precedentes —recordó—, y, hasta ahora, no se ha ofrecido ninguna situación concreta».
Y luego está el horizonte de las negociaciones políticas entre israelíes y palestinos, completamente estancado: «Nuestro futuro parece fuera de foco. No tenemos visión —comentó Pizzaballa. Habría que dejar de parte las falsas pretensiones y los egoísmos; los políticos deberían ver con valentía los sufrimientos de la propia gente y aspirar a la paz y a la justicia para todos». Condicional. Por el contrario, se sigue avanzando hacia el lado contrario. El administrador apostólico se refirió al caso del muro en Cremisán, muy cerca de Belén, con la expropiación de terrenos de familias cristianas: «A pesar de todos nuestros llamados, lo construyeron».
Pero incluso con todos estos problemas, la Iglesia de Jerusalén no se ha resignado. «Reconoce su necesidad de renovación espiritual y está entrando —anunció— en un periodo de reforma, en términos de organización, administración y compromiso pastoral». Una reforma que seguirá lo que ha propuesto Papa Francisco, «la única voz clara y profética que el mundo de hoy puede escuchar con confianza».
Entre las esperanzas de estos tiempos difíciles, Pizzaballa recuerda la restauración de la Tumba de Jesús y de la Basílica de la Natividad en Belén, ambos posibles gracias a la colaboración entre las diferentes confesiones. No solo son obras de albañilería, sino un ícono de un estilo que extiende su mirada: «Trabajar con todos los hombres de buena voluntad (incluidos los hebreos, musulmanes y personas que no creen), para edificar puentes, asistir a los más pobres, educar a los hijos, acoger a los refugiados y a los que no tienen casa».
Para concluir, un deseo navideño: seguir cultivando la esperanza. «Que nuestros corazones rotos sigan listos para dejarse sorprender», exhortó. Para encontrar en el «Dios aparentemente débil» de Belén la única luz capaz de ahuyentar verdaderamente las tinieblas.