"El dolor es dolor, pero vivido con alegría y esperanza te abre la puerta a la alegría de un fruto nuevo."
"Esto es lo que hacen la alegría y la esperanza juntas, en nuestra vida, cuando estamos en la tribulación, en problemas, cuando sufrimos. No es una anestesia. El dolor es dolor, pero vivido con alegría y esperanza te abre la puerta a la alegría de un fruto nuevo. Esta imagen del Señor nos debe ayudar tanto en las dificultades. Dificultades tantas veces feas, dificultades malas que hasta nos hacen dudar de nuestra fe… Pero con la alegría y la esperanza vamos adelante, porque después de la tempestad llega un hombre nuevo, como cuando la mujer da a luz. Y Jesús nos dice que esta alegría, esta esperanza, es duradera, no pasa".
"Una alegría sin esperanza es mera diversión, una alegría pasajera. Una esperanza sin alegría no es esperanza, no va más allá de un sano optimismo. La alegría y la esperanza van juntas, y ambas hacen esa explosión que la Iglesia en su liturgia casi – me permito decir la palabra – grita sin pudor: ‘¡Exulte tu Iglesia', exulte de alegría. Sin formalidades. Porque cuando hay alegría fuerte, no hay formalidades: es alegría".
"La alegría fortalece la esperanza y la esperanza florece en la alegría. Y así vamos adelante. Pero las dos - con esa actitud que la Iglesia les quiere dar a estas dos virtudes cristianas – indican un salir de nosotros mismos. El alegre no se encierra en sí mismo; la esperanza te lleva, es el ancla que está en la playa del cielo y te lleva a salir. Salir de nosotros mismos, con la alegría y la esperanza".