Es la fiesta de la Encarnación: el Hijo eterno del Padre entra en la historia; se hace hombre en la carne de María, una muchacha humilde del pueblo de Israel. Desde entonces, «la historia no es una simple sucesión de siglos, años, días, sino que es el tiempo de una presencia que le da pleno significado y la abre a una sólida esperanza».
Es probable que ya en el siglo IV se celebrara esta fiesta en Palestina, pues en aquellas fechas se levantó una basílica en Nazareth, en el lugar donde la tradición emplazaba la casa de María. Esta impronta mariana se advierte en el nombre que la conmemoración también ha recibido: “Anunciación de la Virgen María”.
Muy pronto, durante el siglo V, la fiesta se difundirá por el Oriente cristiano, para después transmitirse al Occidente. En la segunda mitad del siglo VII ya hay testimonios de su celebración el 25 de marzo en la Iglesia romana bajo la advocación de Annuntiatio Domini.
La datación de la fiesta parte de una antigua tradición que emplazaba la creación del mundo en el día preciso del equinoccio de primavera (que al inicio de la era cristiana correspondía al 25 de marzo del calendario juliano).
De acuerdo con la idea de que la perfección implica el cumplimiento de ciclos completos, los primeros cristianos consideraron que la encarnación de Cristo (comienzo de la nueva creación), su muerte en la cruz, y su venida definitiva al final de los tiempos, se debían situar en esa misma fecha, que de este modo aparece cargada de sentido.
Además, el lugar preciso de la Navidad en el calendario –nueve meses después de la Anunciación–, parece tener su origen en esta primitiva datación.
Los textos de la Misa y de la Liturgia de las Horas de esta solemnidad se centran en la contemplación del Verbo hecho carne. El salmo 39 [40], evocado en la antífona de entrada, en el salmo responsorial y en la segunda lectura, es el hilo conductor de toda la celebración: «aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad»
Jesús se encarna en obediencia al querer de su Padre; y, como Jesús, así su Madre. María se turba, pero no pone objeciones: no duda de la palabra del ángel. Movida por la fe, dice “sí” a la voluntad de Dios.
«María se muestra santamente transformada, en su corazón purísimo, ante la humildad de Dios (...). La humildad de la Virgen es consecuencia de ese abismo insondable de gracia, que se opera con la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad Beatísima en las entrañas de su Madre siempre Inmaculada»
https://www.primeroscristianos.com/anunciacion-virgen-25-marzo/
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