Anfiloquio, que estudió en Antioquía, practicó la abogacía en Constantinopla y en el 373 fue hecho obispo de Iconio, dirige a santa María preciosas alabanzas que pueden ayudarnos…
Cantémosla, pues, santamente, disponiéndonos con alegría a celebrar, glorificar y engrandecer estos sacramentos incomprensibles e inefables y, empezando por la salutación celeste del ángel San Gabriel, digamos: Ave gratia plena, Dominus tecum.
Repitamos esta síntesis del ángel, diciendo:
Salve, alegría suspirada de los hombres;
salve, gloria de la Iglesia;
salve, hermoso rostro resplandeciente por divinos fulgores;
salve, venerabilísimo monumento;
salve, saludable y espiritual vellocino de oro;
salve, vestida de luz, madre del Sol sin ocaso;
salve, madre incorrupta de santidad;
salve, resplandeciente fuente de aguas vivas;
salve, sí, nueva madre, prodigio de un nuevo nacimiento;
salve, libro nuevo de Isaías, lleno de nuevas revelaciones;
fieles testigos tuyos son los ángeles y los hombres.
Dios te salve, alabastro de ungüento de santificación;
Dios te salve, oh Virgen, que compraste a buen precio el denario de la virginidad;
salve, imagen que encierras a tu propio artífice;
Dios te salve, Virgen, que con tu humanidad enamoraste a Dios y
estrechaste en tu seno al que los cielos inmensos no pueden contener.
(ANFILOQUIO DE ICONIO, Sermón de Navidad, Huber, 401-402)
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