Lo afirmó Papa Francisco durante la homilía de la misa matutina en la capilla de la Casa Santa Marta, según indicó la Radio Vaticana.
No existen compromisos para los cristianos, para los que dicen querer vivir según la Palabra de Dios. Si no nos dejamos condicionar por la misericordia del Señor, si no amamos al prójimo, como los santos, somos hipócritas que hacen el mal en lugar de hacer el bien. Lo afirmó Papa Francisco durante la homilía de la misa matutina en la capilla de la Casa Santa Marta, según indicó la Radio Vaticana.
El Pontífice reflexionó sobre los tiempos de Abel y sobre el tercer milenio. La Lectura de hoy propone la voz de Jeremías, en quien está la Palabra de Dios mismo, que constata con desilusión que el pueblo elegido, a pesar de haber recibido beneficios, no lo escuchó ni lo siguió. El Señor «dio todo», dijo Bergoglio, pero solo recibió a cambio «cosas feas». «La fidelidad desapareció –subrayó el Papa–, ustedes no son un pueblo fiel: esta es la Historia de Dios. Parece que Dios estuviera llorando, aquí. “Te he amado tanto, te he dado tanto, y tú... Todo en mi contra”. También lloró Jesús viendo Jerusalén. Porque en el corazón de Jesús estaba toda esta historia en la que la fidelidad había desaparecido. Nosotros hacemos nuestra voluntad, pero, haciéndolo, en el camino de la vida seguimos una vía de endurecimiento: el corazón se endurece, de petrifica. Y la Palabra del Señor no entra. Y el pueblo se aleja. También nuestra historia personal puede volverse así. Y hoy, en este día cuaresmal, podemos preguntarnos: “¿Yo escucho la voz del Señor, o hago lo que quiero, lo que me gusta a mí?”».
El Pontífice argentino observó que también el episodio del Evangelio de hoy muestra un ejemplo de «corazón endurecido»: el Hijo del Señor cura a un endemoniado y, a cambio, recibe una acusación: «Tú expulsas a los demonios en nombre del demonio. Tú eres un brujo demoníaco». He aquí, denunció Francisco, el pretexto típico de los «legalistas, que creen que la vida es regulada por las leyes que hacen ellos». Y esto «¡ha sucedido en la historia de la Iglesia!». El Papa elencó algunos casos paradójicos: «Pero, recuerden a la pobre Juana de Arco: ¡hoy es santa! Pobrecita: estos doctores la quemaron viva, porque decían que era hereje, acusaja de herejía... Pero eran los doctores, los que sabían la doctrina segura, estos fariseos: alejados del amor de Dios. Más cerca de nosotros, piensen en el Beato Rosmini: todos sus libros, al índice. No se podían leer, era pecado leerlos. Hoy es Beato. En la Historia de Dios con su pueblo, el Señor mandaba, para decirles que amaba a su pueblo, a los profetas. En la Iglesia, el Señor manda a los Santos. Son los Santos los que sacan adelante la vida de la Iglesia: son los santos. No son los poderosos, los potentes; no son los hipócritas. No: son los santos».
Y los santos, añadió, «son los que no tienen miedo de dejarse acariciar por la misericordia de Dios. Y por esto los Santos son hombres y mujeres que entienden muchas miserias, muchas miserias humanas, y acompañan al pueblo de cerca. No desprecian al pueblo. Jesús dice: “Quien no está conmigo está en mi contra”. Pero no hay una vía de compromiso, un poco de acá y otro poco de allá, ¿eh? No. O estás en la vía del amor –precisó para concluir Bergoglio– o estás en la vía de la hipocresía. O te dejas amar por la misericordia de Dios o haces lo que quieras, según tu corazón, que se va endureciendo cada vez más por esta vía. Los que no están conmigo están en mi contra: no hay una tercera vía de compromiso. O eres santo o vas por la otra vía. Los que no cultivan conmigo, dejan las cosas... No, es mucho peor, arruinan. Son unos corruptos. Corruptos que corrompen».