La candela puede verse como la acción del Espíritu Santo que inspiró las Escrituras y ahora ilumina el corazón de José. El carpintero de Nazaret no sólo “pensaba” en qué debía hacer respecto a María, sino que –como se ve aquí– escrutaba los textos sagrados, y así lo sugiere el Evangelio del día: “Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que dijo el Señor…” (Mt 1, 22s). No en vano el ángel le dice: “le pondrás por nombre Jesús” (es decir, salvador), lo que para un judío significa: tú serás conocido como su padre.
Ante José está el ángel, cuyo rostro queda poderosamente iluminado desde el mismo foco. Su mano izquierda tiene la palma hacia arriba, como indicando: “Levántate…”. El brazo derecho se extiende tapando en parte la luz y alargando su mano hasta casi aferrar la muñeca de José, sobre la que se apoya su sueño. La voluntad de Dios, que el ángel viene a comunicarle no está, en efecto, solo en las Escrituras, sino también ahora, en esta llamada directa que “toca” a José y le parece decir: “Fíate de Dios y haz lo que te digo”. Así lo hizo José inmediatamente (Mc 1 , 24), convirtiéndose en figura de la “obediencia de la fe”, de que habla San Pablo.
Y todo ello nos reenvía a uno de los textos con que la liturgia abre el Adviento: “Ya es hora de que despertéis del sueño… La noche está avanzada, el día está cerca” (Rm 13, 12). Se acerca el día de Cristo, luz del mundo.
Si todos los cristianos hiciéramos esto –lo que se puede realizar de modos diversos–, mostraríamos que es verdad lo que nuestra fe afirma: que la Navidad es presente, se da de nuevo en el mundo. Que recibir a Dios se traduce necesariamente en recibir a los demás.
El sueño de José puede hacerse realidad también hoy. Dejar nacer a Dios, de una manera completa, realista y concreta, en nuestra vida. Así podemos colaborar con los “sueños” de Dios, que anteceden, inspiran, cumplen y superan siempre nuestros mejores sueños.