En su carta apostólica Misericordia et misera, al concluir el Jubileo extraordinario de la misericordia (21-XI-2016), escribe el Papa Francisco que en medio de una situación como la nuestra, de crisis familiar, "es importante que llegue una palabra de consuelo a nuestras familias" (cf. n. 14).
Se refiere al matrimonio ante todo como un don, como “una gran vocación a la que, con la gracia de Cristo, hay que corresponder con el amor generoso, fiel y paciente”.
De ahí nace la belleza inmutable de la familia, que permanece a pesar de numerosas sombras y propuestas alternativas, haciendo que la alegría del amor que se vive en las familias sea también la alegría de la Iglesia (cf. Amoris laetitia, n. 1).
Al mismo tiempo –continúa diciendo– ese camino y proyecto de amor entre un hombre y una mujer a veces se interrumpe por el sufrimiento, la traición y la soledad.
Por otra parte, “la alegría de los padres por el don de los hijos no es inmune a las preocupaciones con respecto a su crecimiento y formación, y para que tengan un futuro digno de ser vivido con intensidad”.
¿Qué podemos hacer, entonces, para consolar y ayudar a las familias, sea cual sea su situación? ¿Cuál sería, como se dice ahora, nuestra hoja de ruta a partir de ahora para conseguirlo?
Ante todo Dios se nos adelanta para ayudarles y fortalecerles con la gracia del Sacramento del Matrimonio. Y así la familia puede ser “un lugar privilegiado en el que se viva la misericordia”. Es decir, cada uno de los miembros de la familia y la familia en conjunto están llamados a recibir y experimentar la misericordia de Dios, y a ejercitar la misericordia entre ellos, con otras familias y especialmente con los más necesitados.
Pero además, asegura Francisco, esa misma gracia de Dios nos compromete a todos los cristianos para que resaltemos el valor de la propuesta y del proyecto de la familia cristiana.
Diciendo esto no trata el Papa simplemente de exhortar a una afirmación teórica o voluntarista del proyecto familiar. Tras el Año de la misericordia, nos invita primero a “reconocer la complejidad de la realidad familiar actual”. En segundo lugar apunta que “la misericordia nos hace capaces de mirar todas las dificultades humanas con la actitud del amor de Dios, que no se cansa de acoger y acompañar" (cf. Amoris laetitia, nn. 291-300).
Nótese bien: no somos nosotros los que fácilmente somos capaces ni de reconocer esa complejidad ni de mirarla con la actitud del amor de Dios. Es la iniciativa de Dios, su misericordia sobre nosotros, y su gracia lo que nos capacita para experimentar en nosotros esa misericordia. Es Dios quien nos puede abrir los ojos para ayudar a los demás. Es Dios mismo quien nos enseña y fortalece para que seamos capaces de acoger y acompañar a las familias.
En este tiempo de la misericordia que continúa y se abre como fruto del Año de la misericordia, la familia debe ocupar una atención preferente.