La entrevista que presentamos a continuación se publicó en 2011 en la revista Nuestro Tiempo de la Universidad de Navarra. Nos parece una magnífica oportunidad de conocer mejor a Luis de Moya.
El 2 de abril de 1991, por la tarde, Luis de Moya volvía de Ciudad Real. Había hecho una visita de un par de días a sus padres, aprovechando las vacaciones de Semana Santa. Tenía 38 años y daba clase de Ética Moral en la Escuela de Arquitectura, donde también trabajaba de capellán. A cincuenta kilómetros de Pamplona su coche se salió de la autopista.
El accidente le provocó lesiones irreversibles: una “interrupción medular completa a partir de la c-4”, que le supuso la pérdida de sensibilidad y movimiento desde la clavícula hasta los pies. Del accidente no recuerda nada, pero, ya en el hospital, poco después de despertar, se hizo cargo de que tenía la cabeza en su sitio. Pensó entonces que, con ayuda, podría ser el mismo de antes, aunque sin moverse de una silla de ruedas. Y así ha sido. Han pasado veinte años desde aquel fatídico martes de abril.
Luis de Moya ha pasado meses en el hospital, se ha sometido a largos procesos de rehabilitación, le han tenido que llevar varias veces a Urgencias por distintas infecciones, e incluso le han admistrado la unción de enfermos en más de una ocasión.
Hoy vive el colegio mayor Aralar, en Pampona, y, según cuenta, es consciente de que en la tierra está de paso, y de que lo importante aún está por llegar. Hace unos años, con ocasión de un encuentro celebrado en Santiago de Compostela, escribió una ponencia sobre El valor del sufrimiento: “El cielo hay que ganárselo con esfuerzo”, explicó entonces. Y en ello está.
Dios me ha ayudado mucho a ver la vida humana de un modo más radical. ¿En qué consiste el ser humano? En la grandeza de ser persona. Si no, podemos ver la vida como algo egoísta: basamos nuestra felicidad y nuestra plenitud en lo que podemos hacer y en lo que nos podemos divertir, y no caemos en la cuenta de que, en definitiva, lo importante es el amor. Me he dado cuenta de que la vida del hombre es mucho más rica. Siendo sacerdote veo siempre, muy en primer término, las decisiones que Dios ha tomado conmigo, y que Dios me quiere. No puedo pensar lo que eso supone; por consiguiente, es lo que debo hacer: es la voluntad de Dios.
Sí, lo ejerzo con bastante normalidad. Concelebro la Santa Misa y suelo predicar, confesar y hablar con gente como cualquier sacerdote. Es suficiente con tener bien la cabeza.
Claro. Buceo bastante en Internet. Las redes sociales las conozco poco, aunque ahora estoy en Facebook y tengo muchos amigos. A través de Internet saco adelante cantidad de cosas: tengo mi página web, Fluvium, que tiene bastantes suscriptores online.
Me levanto temprano, por aquello de que “A quien madruga, Dios le ayuda”. En concreto, vienen a buscarme a las 6.30. Con el aseo y todas estas cosas me dejo llevar, porque yo no puedo. Después hago media hora de oración, desayuno, rezo el breviario y concelebro la Santa Misa.
Es entonces cuado empiezo a ver cosas, a trabajar en Fluvium.org y a leer algunas noticias de la mañana. En medio hago un descanso, en el que aprovecho para rezar el rosario, y enseguida viene la comida. Después me realizan una serie de ejercicios para que las articulaciones no se anquilosen: se llama movilización pasiva.
Por la tarde aprovecho para trabajar y para leer otro tipo de cosas, como novelas, hasta la noche. Después ceno y a dormir. Es un día bastante convencional. Los domingos por la tarde voy un rato a la Clínica a confesar. Hubo una época en la que daba clase, pero luego pasé un tiempo bastante mal, con infecciones; me di cuenta de que no me sentaba bien y dejé de hacerlo.
Cualquiera que se viera aislado de la familia y de los amigos se sentiría fatal. En eso todas las personas somos iguales. El afecto y el cariño de un padre o de un hermano no se pueden comprar: o se dan gratuitamente o no hay manera. Quizá esto sea más evidente en mi caso porque o me mueven o no me muevo. Yo soy del Opus Dei y recuerdo especialmente algunos detalles que el Padre (monseñor Javier Echevarría) ha tenido conmigo. También los tuvo don Álvaro del Portillo. Por ejemplo, cartas que me han escrito y comentarios que me han hecho. Creo que lo más importante es el trato con la gente. Y la verdad es que yo he tenido la suerte de que me quieran. Todos los días recibo muestras de cariño.
Sí, pero eso no quiere decir que no tenga también mis malos momentos. No quiere decir que no me queje y que a veces proteste, y que no mande al cuerno al que tengo al lado. Pero son momentos aislados, nada más. Y por otro lado, tengo que caer en la cuenta de que vale la pena que me esfuerce más.
No, no siempre es fácil. Hay un refrán que dice: “Quien bien te quiere, te hará llorar”. Es una cosa que agradezco, aunque en el momento me pueda sentar mal. Luego, cuando estoy más sereno, lo pienso y digo: “Gracias, Juan, por aquello que me dijiste”.
Se trata de caer en la cuenta de que una sonrisa puede hacer muchísimo bien en tu entorno, en el de cualquiera. En el fondo, estás manifestando que lo que hacen por ti funciona, que vale la pena hacerlo, y que, en definitiva, vale la pena querer. A veces cuesta, es verdad, aunque no siempre. Otras veces te sale con normalidad porque te encuentras a gusto, porque quieres agradecerlo.
Sí. Pero no hay que olvidar que los demás están ahí porque quieren ayudarte. En el fondo quieren saber si lo que hacen vale la pena, y la sonrisa viene a demostrárselo.
Es muy importante tener al lado a una persona en la que confías. Parece algo fácil, pero no lo es. Hay gente con la que he vivido mucho tiempo y con la que no termino de conectar. En cambio, hay personas con las que congenio en poco tiempo. Son personas con las que me gusta estar, con las que me siento cómodo. No sé exactamente por qué ocurre esto, pero es así, y es muy importante. Intento ser humilde sabiendo que necesito ayuda: eso de ser autónomo se ha acabado.
Son tres cuestiones vitales. Puede parecer una exageración, pero estar sin la silla de ruedas supone para mí estar todo el día tumbado. Sin mi ordenador, no podría trabajar, y sin mi coche no iría a ningún lado.
Me tienen que dar de comer y hacer todo, pero hay otras cosas que dependen de mi iniciativa y de mi ilusión, de mi tratamiento y del tiempo, y que sí me permiten ser independiente. Por otro lado, eso de ser autónomo, sí, es así, pero hasta cierto punto. En el fondo, para todo necesitamos ayuda. No es bueno ser autónomo: es bueno que la persona que trata de orientar su vida hacia Dios se sienta necesitado y caiga en la cuenta de que es objeto de la misericordia de Dios, de la vida de Dios. ¿Quién no lo es?
No. Ves las cosas más claras. Pero las grandes verdades no cambian en ningún momento. Pienso que, si me muero mientras duermo, me encontraré con Dios al despertar. ¿Radical diferencia? No. En el fondo son cosas ya sabidas. Lo digo con la experiencia de haberme encontrado así en tres o cuatro ocasiones: veía que efectivamente mi vida pendía de un hilo. En esos casos, hay que cerrar los ojos y tener confianza en Dios.
No. Lo mismo que en cualquier situación. Si no hubiera sido sacerdote, vaya usted a saber.
Lo que es necesario es caer en la cuenta, de un modo habitual, de que estamos aquí para la eternidad, no solamente para disfrutar de una vida de unos pocos años.
Lo comparto, pero esa experiencia no tendría que ser exclusiva de personas que se encuentran en una situación como la mía o que han superado un cáncer, sino de cualquier persona. Además de los que sufren un dolor quizá más evidente, hay muchos que se encuentran con el dolor en algún momento. Es más fácil que encuentre el dolor quien ama más.
El dolor siempre va a existir, en mayor o menor medida, de un modo o de otro. El dolor le viene bien al hombre, desde que nace hasta que muere. Se considera un auténtico valor cuando está bien encauzado.
Una cosa que tengo bien clara es que soy una permanente ocasión para que los demás encuentren a Dios y para que le amen. Ayudar a una persona limitada siempre engrandece más al que ayuda que al que es ayudado. Ya lo dijo Jesús: “Lo que hicisteis con uno de estos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Sí: porque Dios ha querido. Y punto.
No, porque Dios es bueno. Y Dios sabe más, nos comprende. Hay que aceptarlo.
Que no echen cuentas continuamente de lo que han perdido, que eso ya se sabe. Que no se van a curar, a menos que ocurra un milagro. Y de momento, es mejor no pensar en los milagros. Se trata de hacer aquello que se puede hacer. Cualquiera comprobará entonces que es capaz de pasárselo bien.
Me llena de alegría. Y cuando uno además ha estado en los medios y en la opinión pública, más todavía. Es también un estímulo, algo que me ayuda y me hace ver la importancia que tiene el ser coherente con mis convicciones. Digamos que, de algún modo, la vida de otros depende de mí y que puedo darles mi ejemplo.
Es un día de acción de gracias. En cierta medida, lo ocurrido aquel 2 de abril de hace 20 años fue como una especie de Gracia de Dios porque me ha ayudado a vivir la vida mucho más intensamente, a darme cuenta de que lo que realmente importa son las personas, que están puestas en este mundo por Dios, y para Él.
Por supuesto que me cambiaría ahora mismo a como estaba antes, no soy masoquista. Pero me han pasado tantas cosas buenas en todo este tiempo, que no querría haberlas vivido de ninguna otra forma. Lo que quiero es poder seguir celebrando cada 2 de abril dando gracias a Dios.
Texto Chus Cantalapiedra [Com 02] Fotografía Manuel Castells [Com 87]