La vida es misión: “Cada hombre y mujer es una misión, y esta es la razón por la que se encuentra viviendo en la tierra”. Cuando se es joven la vida sorprende y atrae. Vivimos porque Alguien nos ha llamado para una misión: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 273)
¿Qué haría Cristo en mi lugar?
Esta es la noticia que nos trae la fe cristiana, y que llena de sentido nuestra existencia. La fe da más motivos, y no menos, para afrontar el mal, como lo ha hecho Jesús. Así han hecho los mártires, así han hecho los santos. ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Sin duda, construir puentes y derribar barreras. Es así y la misión de a Iglesia construye puentes no solo entre las culturas y las naciones, sino también entre las generaciones. Puentes que sobrepasan el tiempo, porque “fuerte como la muerte es el amor” (Ct. 8, 6) y más fuerte que la muerte. Quien ama entra en una comunión de Vida que supera los tiempos y reúne a todos en un solo Pueblo, una sola Familia y un solo Hogar –el corazón de Dios–, en el que moran todos los justos que han sido, son y serán; en un solo Cuerpo, el de Cristo, extendido a las dimensiones del cosmos y de la historia; y en un solo Templo, cuyo arquitecto es el Espíritu Santo, Espíritu del amor.
Corazones abiertos
La misión consiste en transmitir la fe hasta los confines de la tierra ¿Cómo se hace esto? Escribe Francisco: “Esta transmisión de la fe, corazón de la misión de la Iglesia, se realiza por el ‘contagio’ del amor, en el que la alegría y el entusiasmo expresan el descubrimiento del sentido y la plenitud de la vida. La propagación de la fe por atracción exige corazones abiertos, dilatados por el amor”.
En efecto, solo el amor no conoce límites. Y el amor es especialmente sensible a las extremas periferias de la fe: los alejados, los indiferentes e incluso opuestos y contrarios. También a cualquier periferia material o espiritual. He aquí una afirmación tan audaz como certera en nuestro tiempo: “Cualquier pobreza material y espiritual, cualquier discriminación de hermanos y hermanas es siempre consecuencia del rechazo a Dios y a su amor”.
Con un lenguaje accesible a los jóvenes les dice el Papa argentino que hoy los confines de la tierra parecen fácilmente “navegables” en el mundo digital. “Sin embargo –observa–, sin el don comprometido de nuestras vidas, podremos tener miles de contactos pero no estaremos nunca inmersos en una verdadera comunión de vida”.
Pero –cabría pensar– ¿no es posible lograr eso, una comunión de vida que rompa puentes y barreras, al margen de Dios, de Cristo y de la Iglesia? Quienes lo han intentado o lo intentan sin conocer el Evangelio no están “al margen” de Dios, ni de Cristo ni de la Iglesia (una cuestión distinta sería el rechazo consciente de la fe).
Le haces falta a mucha gente
Los mártires y los santos –la mayor parte no públicamente conocidos– han procurado responder a la llamada de Jesús (cf. Lc 9, 23-25). Y esto no es una cosa más que hacer en la vida. Por eso apunta Francisco: “Me atrevería a decir que, para un joven que quiere seguir a Cristo, lo esencial es la búsqueda y la adhesión a la propia vocación”. Ciertamente, a la vocación (llamada) se responde en la misión. Y todo cristiano tiene una misión. Descubrir esa misión y seguirla es lo más fascinante y transcendente que puede hacer.
En este sentido, y aludiendo a las experiencias de voluntariado y evangelización, añade el Papa que la formación de cada uno de los jóvenes no es solo una preparación para el propio éxito profesional, “sino el desarrollo y el cuidado de un don del Señor para servir mejor a los demás”.
Concluye invitando a los jóvenes para que descubran, quizá mediante esas experiencias, alimentadas por la oración y complementadas por la ayuda material, una vocación misionera:
“Nunca pienses que no tienes nada que aportar o que no le haces falta a nadie: Le haces falta a mucha gente y esto piénsalo. Cada uno de vosotros piénselo en su corazón: Yo le hago falta a mucha gente” (Encuentro con los jóvenes, Santuario de Maipú, Chile, 17-I-2018).
Ramiro Pellitero.