Cuando la visita relámpago de Papa Francisco a Albania fue anunciada oficialmente todavía no empeoraba la crisis en Irak ni se había difundido el proyecto devastador del Estado Islámico (EI) en los medios de comunicación. Las razones por las que el Papa decidió viajar al país de las águilas eran dos: elogiar y animar un el ejemplo de convivencia y de colaboración entre las diferentes confesiones cristianas y la comunidad musulmana, y expresar su cercanía a una tierra que vio derramar la sangre de los mártires durante uno de los regímenes comunistas más feroces.
Los eventos de la semana pasada en el Medio Oriente hicieron que la presencia del obispo de Roma en Tirana fuera todavía más significativa, pues se trata de un país de mayoría musulmana que desde la declaración de su independencia en 1912 pretendía que los representantes insitucionales fueran tanto musulmanes como cristianos católicos y ortodoxos.
Papa Francisco en Albania insistió en las palabras que en octubre de 2001 Juan Pablo II pronunció en Asís para denunciar las instrumentalizaciones del nombre de Dios para justificar el terrorismo, la violencia, la discriminación. Francisco dijo que matar personas y pisotear su dignidad en nombre de la religión es un «gran sacrilegio». Y lo hizo en un país que ha sabido superar pruebas durísimas, que sufrió el peso de uno de los peores regímenes totalitaristas y que ahora (a pesar de las dificultades, del abismo entre ricos y pobres y del riesgo de sustituir la ideología comunista con la ideología consumista) es un ejemplo de convivencia y de fraternidad.
Durante el encuentro con los líderes de la scinco principales comunidades religiosas (dos de las cuales son islámicas), el Papa añadió frases muy importantes al texto que tenía preparado en las que subrayó la importancia de la identidad, retomando, en síntesis, algunos de los contenidos del importante discurso a los obispos de Asia que pronunció en Corea del Sur a mediados de agosto. Hay que partir, explicó claramente Francisco, de lo que somos, de aquello en lo que creemos, sin recurrir a máscaras. El Papa insistió en que el testimonio recíproco y la profundización dela propia identidad sirven para caminar juntos, para ocuparse juntos de las necesidades de la gente y para trabajar por el bien común. Antes que cualquier debate teológico o que instrumentalice la identidad misma, usada como medio para obtener uns cierta supremacía o incluso para someter a los demás o como bandera para batallas identitarias, están este mutuo reconocerse como compañeros de camino y este reconocer un objetivo que en ciertos casos ya nos une y en otros podría unir a los creyentes de las diferentes comunidades religiosas. Albania es un ejemplo de esta posible hermandad. Y es por ello que no se trata solamente, como precisó el Papa respondiendo a las preguntas de los periodistas durante el vuelo de regreso, de un país musulmán, sino, sobre todo, de un país «europeo».
También tuvo muchísima importancia lo que sucedió ayer en la catedral de Tirana, cuando Francisco se conmovió hasta las lágrimas al escuchar el simple y evangélico testimonio del sacerdote que pasó 27 años en prisión, condenado a trabajos forzados, por el simple hecho de haber sido un sacerdote. En las palabras que pronunció, dejando a un lado el discurso preparado para la ocasión, el Papa elogió justamente la expresión simple y sin rencores del recuerdo.
A pesar de las amenazas de muerte, a pesar de las torturas, de la libertad negada y de los trabajos forzados, los labios del anciano expresaron con uns sencillez conmovedora aquel amor por lo senemigos del que nos habla Jesús en el Evangelio. Por ello Francisco quiso repetir cuál era la dinámica típica e inconfundible de la tribulación y del martirio que viven los cristianos. Un martirio que no poduce venganzas o recriminaciones. Sorprende enormemente que en las palabras auténticamente cristianas de los viejos perseguidos del régimen ateo albanés no haya ni una gota de ese odio verbal tan difundido en ciertos medios de comunicación (incluso católicos) que acaban por aprovechar y usar, cosa que no deberían, para los propios fines incluso el martirio.
Fuente: Vatican Insider