Las grandes fiestas, juntamente con el reparto de pan y alimentos, eran el medio favorito al que recurrían los emperadores para ganarse al pueblo. En todas las ciudades de cierta importancia se había introducido el anfiteatro, elcirco, así como magníficos centros de diversión. De todo ello han llegado hasta nosotros testimonios abundantes y elocuentes restos en Tréveris, Nimes, Sagunto, Mérida, Itálica, Cartagena y Roma, por citar sólo algunos lugares más significativos.
Para hacerse una idea aproximada de lo que decimos, podemos recordar algunos botones de muestra. Las fiestas y diversiones públicas celebradas por el emperador Tito al inaugurar el gran Coliseo duraron cien días. Trajano celebró el año 106 una serie de festivales que duraron ciento veintitrés días.
La capacidad de los locales destinados a estos espectáculos sobrepasa a la de los modernos estadios. El Coliseo de Roma tenía asientos para 80.000 personas. El gran anfiteatro de la misma ciudad podía acoger a 250.000espectadores.
R. Podemos decir que eran tres los principales: las carreras, las luchas de gladiadores y de animales, y el teatro. Las carrerasno tenían, por su propia naturaleza, una especial significación moral, si bien por el modo en que se desarrollaban podían mostrar, en algunos casos, crueldad y menosprecio de la vida humana.
Esto último, se acentúa sensiblemente en el caso de las luchas de gladiadores, y en el teatro que llevaba consigo una fuerte carga de inmoralidad.
R. Comencemos por decir que una gran parte de los criminales y de los presos de guerra eran destinados a estas luchas sanguinarias. Existían empresas especiales que proporcionaban partidas de gladiadores. De una de ellas escapó el año 74 a. de C. el célebre Espartaco, que tanto dio que hacer al ejército romano.
La lucha comenzaba con una marcha a través de la arena. Luego se iniciaba la lucha cuerpo a cuerpo, o grupos contra grupos. La lucha de gladiadores tenía un morbo atractivo por la sangre humana que se derramaba. Si uno de los contendientes caía gravemente herido, su vida quedaba al arbitrio del público asistente. Si cerrando el puño levantaba el dedo pulgar hacia arriba, era señal de clemencia. Volverlo hacia abajo significaba la muerte del desgraciado.
Con razón, el gran historiador alemán Mommsen, autor de una Historia de Roma, ha podido escribir que estas luchas de gladiadores eran “la manifestación y al mismo tiempo, el fomento de la más crasa desmoralización del mundo antiguo…, un espectáculo de caníbales…, la sombra más negra que pesa sobre Roma”.
R. En apariencia cabría esa forma benévola de entender “las luchas de animales” o venationes. Pero la realidad era muy otra. Consistían en presentar animales feroces en luchas contra hombres, ya fueran gladiadores, o condenados a muerte, y más tarde, cristianos. El espectáculo era feroz y horripilante.
El público romano era exigente y no se contentaba con cualesquiera fieras. Por eso, abundaban los leones y los tigres traídos de África. Antes de sacar las fieras a la arena se las mantenía hambrientas durante dos o tres semanas, con el fin de aumentar su voracidad.
Unas cifras nos sitúan mejor en ese contexto. En los juegos del emperador Severo (222-235), que duraron siete días, fueron sacrificadas 700 fieras. No se contabilizaban las vidas humanas que caían destrozadas por estos animales. Nerón lanzó una vez una división de pretorianos contra 400 osos y 300 leones, entre los que se entabló una de las luchas más bárbaras que presenció el circo romano.
Cuando se trataba de la ejecución, por este medio, de sentencias de muerte, el espectáculo revestía todos los caracteres de lo canibalesco y lo sanguinario. Así fueron sacrificados un buen número de inofensivos cristianos, ante la furia desatada del populacho.
Los “mimos” eran representaciones de actores que, sin pronunciar palabras, expresaban danzando mímicamente con un acompañamiento musical lo que el coro cantaba. Los temas solían estar tomados de los relatos mitológicos, especialmente los que tenían contenido sensual o erótico.
Los grandes dramas clásicos sólo se representaban en contadas ocasiones. Lo más corriente eran las comedias y, dada la corrupción del público que frecuentaba el teatro, se acostumbraba a representar adulterios con escenas picantes y escandalosas. Incluso, cuando el cristianismo estuvo más extendido en los siglos III y IV, se ridiculizaban aspectos de la vida sacramental cristiana, como el bautismo.
R. Evidentemente, la reacción no podía ser otra que el rechazo. En unos casos, por el intrínseco desacuerdo entre la crueldad que estaba presente en espectáculos, como las luchas de gladiadores o de fieras, y la doctrina cristiana.
Podemos decir que la simple presencia les podría hacer copartícipes de los hechos que tenían lugar en la arena del circo o del anfiteatro. En otras ocasiones, los propios cristianos eran los protagonistas forzados, al ser martirizados al filo de la espada o de las garras de una fiera.
En el caso del teatro sucedía también algo parecido, dado que su inmoralidad era bien patente, y chocaba abiertamente con la vivencia de la fe cristiana. Otro tanto, se podía afirmar en relación con las obras teatrales que satirizaban el cristianismo.
Como ya hemos indicado anteriormente, la mera asistencia podía entenderse como complacencia ante semejantes espectáculos. De ahí que la autoridades eclesiásticas desaconsejaran vivamente asistir a tales representaciones teatrales.
Tertuliano, que escribe entre los siglos II y III, aún cuando tenga una cierta tendencia a la exageración, es muy rotundo a la hora de enjuiciar negativamente estos espectáculos, por el peligro de contaminación idolátrica que suponían.
En este sentido escribe:
“Todo en los espectáculos paganos es idolatría: sus orígenes que recuerdan a algún dios; sus nombres, tomados igualmente de los dioses…en el teatro, el reino de Venus y de Liber; en los juegos el recuerdo de dioses epónimos de dichos juegos; en los combates de gladiadores, los antiguos sacrificios de los que tales combates son una transformación; el anfiteatro, consagrado con más ceremonias que el Capitolio, es un pandemonio donde Marte y Diana ocupan el primer puesto…
Los paganos, por lo demás, no se llaman a engaño: la primera señal por la que reconocen a un nuevo cristiano, es que ya no asiste a los espectáculos; si vuelve a ellos, es un desertor” (De idol., XII-XXIV).
En resumen, podríamos aducir otros testimonios cristianos de esa época, pero con lo dicho nos parece más que suficiente para poner de relieve el contraste que ofrece el aspecto lúdico del paganismo romano con los primeros cristianos, que no compartían esas manifestaciones de crueldad.
A mayor abundamiento, nuestros primeros hermanos en la fe, no sólo sufrieron en su propia carne la violencia y la crueldad de los juegos, sino también el escarnio y la burla de las representaciones teatrales, que los presentaban como objeto de sus diversiones.
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