Después se dirigieron hacia otras poblaciones de Asia Menor próximas a la costa o a las grandes rutas fluviales, que solían tener una intensa actividad comercial. Si a esto añadimos la excelente red viaria terrestre que intercomunicaba a los principales núcleos urbanos con la capital y centro del Imperio , es fácil comprender que los primeros misioneros cristianos establecieran sus comunidades en esas ciudades.
Sobre ese cañamazo de comunicaciones y ciudades se debieron mover también los primeros cristianos que arribaron a la Península Ibérica. Cabe pensar razonablemente que la propagación inicial del cristianismo se llevó a cabo por cristianos corrientes: comerciantes, colonos, esclavos, etc.
También se ha subrayado por algunos la importancia del ejército como vehículo poderosísimo en su difusión por motivos fáciles de comprender: traslados a grandes distancias, mezclas de gentes de procedencia cultural diversa, etc. Y como sucedió en otros lugares del Imperio no tenemos constancia de los nombres de esas personas.
Tampoco es descartable la predicación inicial del cristianismo en las sinagogas de las comunidades hebreas de la diáspora existentes en Hispania, como sucedió en la primera expansión apostólica , protagonizada en gran medida por san Pablo. Lo ha puesto de relieve L. A. García Moreno, quien al estudiar las sedes de los obispos y presbíteros asistentes al Concilio de Elvira observó que la mayor concentración de iglesias se daba en lugares donde tenemos constancia que existían juderías en la Antigüedad .
Las referencias históricas más antiguas sobre la existencia de comunidades cristianas en Hispania datan de finales del siglo II y de principios del siglo III. Los testimonios son fundamentalmente dos:
El primero es de Ireneo de Lyon (ca. 130-202) en su tratado Contra los herejes (ca. 180-ca. 185)
Habla del mensaje cristiano, como una realidad única, aunque profesado por una diversidad de comunidades, entre las que menciona a las iglesias de «las Iberias» .
2. El segundo es de Tertuliano (ca. 155-ca. 220)
Y tiene también un sentido genérico como el anterior. Aparece en su escrito apologético Contra los judíos (ca. 198-208), donde trata de probar que el Cristo (Mesías) anunciado ya ha venido. Uno de los argumentos esgrimidos por el Cartaginés es que la generalidad de los pueblos ya cree en Él: «…y los demás pueblos, como los varios pueblos de los gétulos, amplios confines de los mauros, “todas las fronteras de las Hispanias”… En todos estos sitios es adorado el nombre de Cristo» .
Como se puede comprobar nos encontramos con testimonios que por su generalidad sólo nos pueden servir para constatar la existencia de cristianos en la Península ibérica en los siglos II y III.
3. De todas formas, a mediados del siglo III san Cipriano y los obispos del África Proconsular
Envían una carta sinodal , en respuesta a la que les habían enviado las iglesias de León-Astorga y Mérida, con motivo de la apostasía de sus respectivos obispos Basílides y Marcial, durante la persecución de Decio (250-251). Esta carta es un testimonio muy explícito, que acredita la presencia en Hispania de comunidades plenamente organizadas, con diáconos, presbíteros y obispos.
Otro tanto se puede deducir de las Actas de san Fructuoso, Augurio y Eulogio , que son contemporáneas de la susodicha carta de Cipriano.
Al lado de estas consideraciones preliminares parece conveniente examinar las antiguas tradiciones sobre los orígenes apostólicos de la Iglesia en el territorio peninsular. Los inicios del cristianismo en Hispania constituyen una temática que ha ocupado la atención de los estudiosos desde hace bastantes años, y en ocasiones, no ha estado exenta de polémicas.
Así pues, dedicaremos otros artículos en www.primeroscristianos.com a analizar dichas tradiciones:
DOMINGO RAMOS-LISSÓN
Profesor Emérito de la Universidad de Navarra
https://www.primeroscristianos.com/primeros-martires-iglesia-hispania/
Ver en Wikipedia
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