Entrevista con el Patriarca siro-ortodoxo Aphrem II: el martirio no es un sacrificio humano ofrecido a Dios para ganar su favor. Por ello es blasfemo decir que los kamikazesson «mártires»
«Cuando vemos a los mártires, vemos que la Iglesia no es solo una, santa, católica y apostólica. En su camino por la historia, la Iglesia tambié es sufriente». Según Moran Mor Ignatius Aphrem II, Patriarca de Antioquía de los siro-ortodoxos, en el martirio también se revela un rasgo esencial de la naturaleza de la Iglesia. Una connotación que se podría añadir a las del Credo, y que siempre acompaña siempre a los que viven en el mundo imitando a Cristo, como sus discípulos. Un rasgo característico que ahora vuelve a aflorar claramente en las historias de los cristianos y de las Iglesias del Medio Oriente.
También en estos días, el Patriarca Aphrem (quien el pasado 19 de junio se reunió en Roma con el Papa) se vio involucrado en las nuevas tribulaciones que afligen a su pueblo. Su última misión pastoral, que acaba de concluir, fue en Qamishli, su ciudad natal, a la que fue para encontrarse con los miles de prófugos cristianos que huyeron de la ofensiva de los yihadistas del llamado Estado Islámico en contra del cercano centro urbano de Hassakè, en la provincia siria de Jazira.
Jesús sufrió sin motivo, gratuitamente. A nosotros, que lo seguimos, nos puede suceder lo mismo. Y, cuando sucede, los cristianos no organizan reivindicaciones para protestar “contra” el martirio. Porque Jesús prometió que no nos deja solos, que no nos hace faltar el socorro de su gracia, como indican las narraciones sobre los primeros mártires y también sobre los mártires de hoy, que van hacia el martirio con el rostro alegre y con paz en el corazón. Lo dijo Cristo mismo: beatos ustedes, cuando sean perseguidos por mi causa. Los mártires no son personas derrotadas, no son discriminados que deben emanciparse de la discriminación. El martitio es un misterio de amor gratuito.
El martirio no es un sacrificio ofrecido a Dios, como los que se ofrecían a los dioses paganos. Los mártires cristianos no buscan el martirio para demostrar su fe. Y no derraman voluntariamente la propia sangre para ganarse el favor de Dios, o cualquier otra cosa, como el Paraíso. Por ello, no hay nada más blasfemo que definir a los kamikazes suicidas como “mártires”.
Para defender a los cristianos y a todos los demás, nosotros no pedimos al Occidente intervenciones militares. Sino más bien que dejen de armar y de apoyar a los grupos terroristas que destruyen nuestros países y masacran a nuestros pueblos. Si quieren ayudar, deben apoyar a los gobiernos locales, que necesitan ejércitos y fuerzas suficientes para mantener la seguridad y defender a sus respectivos pueblos de quienes los atacan. Hay que reforzar las instituciones estatales y hacer que sean estables. Por el contrario, vemos que desde el exterior se fomenta, de muchas maneras, su disolución forzada.
El presidente Assad nos exhortó a hacer lo posible para que los cristianos no se vayan de Siria. “Sé que sufren”, dijo, “pero, por favor, no abandonen esta tierra, que es su tierra desde hace milenios, desde antes de que llegara el Islam”. Nos dijo que cuando haya que reconstruir al país devastado se necesitará la presencia de los cristianos.
Nos dijo que pidiéramos al Papa y a la Santa Sede, con su diplomacia y con su red de relaciones, que ayuden a los gobiernos a comprender lo que está sucediendo verdaderamente en Siria.
Nosotros no estamos sometidos a Asad ni a los llamados gobiernos autoritarios. Nosotros, simplemente, reconocemos a los gobiernos legítimos. La mayor parte de los ciudadanos sirios apoya al gobierno de Asad, y siempre lo ha apoyado. Nosotros reconocemos a los gobernantes legítimos, y rezamos por ellos, como nos enseña el Nuevo Testamento. Y después vemos que del otro lado no hay una oposición democrática, sino solo grupos extremistas. Sobre todo, vemos que en los últimos años estos grupos han utilizado una ideología que viene de fuera, traída por predicadores del odio apoyados por Arabia Saudita, Qatar o Egipto. Son grupos que reciben armas también a través de Turquía, como hemos visto incluso en los medios.
El Estado Islámico (Daesh) no es el Islam que hemos conocido y con el que hemos convivido durante cientos de años. Hay fuerzas que lo alimentan con armas y dinero, porque sirve para usarlo en esa que Papa Francisco llamó la “guerra en pedacitos”. Pero todo esto también se sirve de una ideología religiosa aberrante, que dice seguir El Corán. Y puede hacerlo porque en el Islam no existe una estructura de autoridad que tenga la fuerza para ofrecer una interpretación auténtica de El Corán y alejar con autoridad a estos predicadores del odio. Cada predicador puede ofrecer la propia interpretación literal incluso de cada uno de los versículos que parecen justificar la violencia, y, con esta base, emanar “fatwas” sin ser contradicho o desmentido por alguna autoridad superior.
Nuestro Patriarcado lleva el título de Antioquía. Y cuando surgió, Antioquí formaba parte de Siria. Era la capital de la Siria de entonces. Nuestras antiguas Iglesias en Turquía, para nosotros, tienen un gran valor histórico, pero estamos y nos quedaremos en Damasco, que es la capital de la Siria de hoy. Es una decisión libre, y ninguna presión de ningún gobierno o partido político podrá cambiarla. Dimos el nombre a la tierra que toadvía hoy se llama Siria. Y no nos iremos.
Los que matan a los cristianos no distinguen entre católicos, ortodoxos o protestantes. Siempre lo repite Papa Francisco, cuando habla sobre el ecumenismo de la sangre. Esto cambia las cosas. Vivir juntos en estas situaciones tiene el efecto de acercarnos, de hacernos descubrir la fuente de nuestra unidad. Los pastores se encuentran como hermanos en la misma fe, y pueden tomar juntos decisiones importantes. Por ejemplo, será importante lograr decidir una fecha común para celebrar la Pascua. Y, ante las tribulaciones del pueblo de Dios, que sufrimos juntos, los contrastes sobre las cuestiones de poder eclesiástico se revelan irrelevantes.
Debemos confesar juntos la misma fe y aclarar antes los puntos doctrinales yteológicos en los que todavía hay algunas diferencias. Pero, debo decir que en este punto los cristianos sirios hemos ya recorrido mucho camino, porque ya existe el acuerdo de una hospitalidad recíproca entre los sirios ortodoxos y los sirios católicos. Cuando un fiel no puede participar en la liturgia o recibir los sacramentos en la propia Iglesia, puede participar en la liturgia en los lugares de culto de la otra Iglesia. Y puede acercarse incluso a la Eucaristía.
En Qamishli, cuando yo era un niño, siempre iba por la tarde a la Iglesia una hora antes de la oración. Me sentaba entre los ancianos y escuchaba sus historias. Muchos de ellos habían escapado del Sayfo. Hablaban de familias laceradas, de niños arrancados a sus padres y encomendados a musulmanes. Veía que, para ellos, hablar de estas historias terribles era también una manera para librarse de ese mal que oprimía sus corazones. Pero durante mucho tiempo no fue posible hablar públicamente de ello. En los últimos años, cuando las Iglesias comenzaron a conmemorar públicamente aquellos eventos trágicos, muchas personas pudieron escuchar historias que estaban encerradas en la memoria familiar como si fuera un tabú, como algo que no se podía nombrar. Y, para ellos, fue una especie de liberación. Como Iglesias, cuando hablamos del Sayfo, no perseguimos más objetivos que el de favorecer esta reconciliación interior. Y nuestros amigos turcos tendrán que entenderlo tarde o temprano: recordar aquellos hechos no es un pretexto para ir en su contra, sino que puede ayudar para comprender mejor el pasado y reconciliarse con él.