Lucia narra cómo se desarrolló la primera aparición del Ángel de la Paz.
Fue en la primavera de 1916 que se apareció el ángel por primera vez en la cueva "Loca de Cabeco". Subimos con el ganado al cerro arriba en busca de abrigo, y después de haber tomado nuestro bocadillo y dicho nuestras oraciones, vimos a cierta distancia, sobre la cúspide de los árboles, dirigiéndose hacia el saliente, una luz más blanca que la nieve, distinguiéndose la forma de un joven trasparente y más brillante que el cristal traspasado por los rayos del sol.
Al acercarse más pudimos discernir y distinguir los rasgos. Estábamos sorprendidos y asombrados: Al llegar junto a nosotros dijo: "No temáis. Soy el Ángel de la Paz. ¡Orad conmigo!" Y arrodillado en tierra inclinó la frente hasta el suelo. Le imitamos llevados por un movimiento sobrenatural y repetimos las palabras que oímos decir:
-"Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman". Después de repetir esto tres veces se levantó y dijo: -"Orad así. Los Corazones de Jesús y María están atentos a la voz de vuestras suplicas". Y desapareció....
Tan íntima e intensa era la conciencia de la presencia de Dios, que ni siquiera intentamos hablar el uno con el otro, permanecimos en la posición en que el Ángel nos había dejado y repitiendo siempre la misma oración. No decíamos nada de esta aparición, ni recomendamos tampoco el uno al otro guardar el secreto. La misma aparición parecía imponernos silencio.
La segunda aparición del Ángel de la Paz ocurrió a mediados del verano, cuando llevábamos los rebaños a casa hacia mediodía para regresar por la tarde. Estábamos a la sombra de los árboles que rodeaban el pozo de la quinta Arneiro. De pronto vimos al mismo Ángel junto a nosotros:
"¿Qué estáis haciendo? ¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo!"
¿Cómo hemos de sacrificarnos?, pregunté. -"De todo lo que pudierais ofreced un sacrificio como acto de reparación por los pecados cuales Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra patria la paz. Yo soy el Ángel de su guardia, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe".
Estas palabras hicieron una profunda impresión en nuestros espíritus como una luz que nos hacía comprender quien es Dios, como nos ama y desea ser amado, el valor del sacrificio, cuanto le agrada y como concede en atención a esto la gracia de conversión a los pecadores. Por esta razón, desde ese momento, comenzamos a ofrecer al Señor cuanto nos mortificaba, repitiendo siempre la oración que el Ángel nos enseñó.
Fue en octubre o a fines de septiembre, pasamos un día desde Pregueira a la cueva Loca de Cabeco, caminando alrededor del cerro al lado que mira a Aljustrel y Casa Velha. Allí decíamos nuestro rosario y la oración que el Ángel nos enseñó en la primera aparición.
Estando allí apareció por tercera vez, teniendo en sus manos un Cáliz, sobre el cual estaba suspendida una Hostia, de la cual caían gotas de sangre al Cáliz. Dejando el Cáliz y la Hostia suspensos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces esta oración:
"Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María te pido la conversión de los pobres pecadores".
Después levantándose tomó de nuevo en la mano el Cáliz y la Hostia. Me dio la Hostia a mí y el contenido del Cáliz lo dio a beber a Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo: -"Tomad el Cuerpo y bebed la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios." De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros hasta por tres veces la misma oración: Santísima Trinidad....y desapareció.
Durante los días siguientes nuestras acciones estaban impulsadas por este poder sobrenatural. Por dentro sentimos una gran paz y alegría que dejaban al alma completamente sumergida en Dios. También era grande el agotamiento físico que nos sobrevino.
No sé por qué las apariciones de Nuestra Señora producían efectos bien diferentes. La misma alegría íntima, la misma paz y felicidad, pero en vez de ese abatimiento físico, más bien una cierta agilidad expansiva; en vez de ese aniquilamiento en la divina presencia, un exultar de alegría; en vez de esa dificultad en hablar, un cierto entusiasmo comunicativo.
El 13 de mayo de 1917, domingo anterior a la Ascensión, tres pastorcillos de Aljustrel habían salido, según su costumbre, a pastorear en la montaña las ovejas de su familia. Eran estos Lucia y sus dos primos Francisco y Jacinta. La primera, de diez años de edad; los otros dos, de nueve y de siete, respectivamente. Solamente Lucia había recibido la primera comunición.
Determinaron ir a Cova de Iría, a dos kilómetros y medio de Fátima, donde los padres de Lucia poseían una pequeña hacienda con algunas encinas y olivos. Hacia mediodía, los niños se pusieron a rezar el Santo Rosario. Al terminar, retomaron su juego predilecto: la construcción de una pequeña choza. Apenas habían puesto manos a la obra cuando, de repente, un relámpago los aturdió.
Pensando que se avecinaba una tormenta, emprendieron la vuelta. A mitad de la pendiente, al pasar junto a la encina grande, un nuevo relámpago, más deslumbrador que el primero…
Doblemente espantados aceleran el paso; pero apenas llegan al valle se detienen inmóviles, atónitos, ante un prodigio. Delante de ellos, a dos pasos de distancia, sobre una pequeña y lozana encina de poco más de un metro de altura, contemplan una señora hermosísima, todo lux, más resplandeciente que el sol, la cual, con un amable ademán, los tranquilizó diciendo:
–“No temáis. Yo no os hago mal”.
Entonces los niños quedaron extasiados contemplándola. La maravillosa señora parece de la edad de los quince a los dieciocho años. Su vestido, blanco como la nieve y ceñido al cuello por un cordón de oro, desciende hasta los pies, que apenas tocas las hojas de la encina. Un manto blanco y ribeteado en oro le cubre la cabeza y casi toda la persona.
Lucia osó preguntar:
–¿De dónde es usted?
–Soy del Cielo
–Y, ¿qué quiere usted de mí?
–Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el día 13 a esta misma hora. Después diré quién soy y lo que quiero. Y volveré aquí todavía por séptima vez.
Un momento de silencio, y Lucia reanudó el diálogo:
–Usted viene del Cielo… Y yo, ¿iré al Cielo?
–Sí – respondió la Señora.
– ¿Y Jacinta?
–También ella
– ¿Y Francisco?
Los ojos de la Aparición se dirigieron más derechamente al muchacho, le miraron fijamente con expresión de bondad y de maternal represión:
–También él; pero antes habrá de rezar muchos Rosarios…
A una nueva pregunta de Lucia acerca del destino y paradero de dos jovencitas, amigas suyas, muertas hacía poco tiempo, la Aparición respondió que una estaba en el Paraíso, la otra todavía en el Purgatorio. Luego continuó:
– ¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en reparación por los pecados con que es ofendido y como súplica por la conversión de los pecadores?
–¡Sí , queremos! –respondió con entusiasmo Lucia en nombre de los tres.
La Aparición, con un gesto de maternal agrado, mostró cuánto le complacía la generosidad de los inocentes, y les anunció:
–Tendréis mucho que sufrir, pero la gracia de Dios os confortará.
Al pronunciar estas últimas palabras, abrió las manos comunicándonos una luz intensa, como un reflejo que de ellas salía, que penetrando en nuestro pecho y en lo más íntimo del alma, nos hizo ver a nosotros mismos en Dios más claramente que un limpísimo espejo.
Después de unos instantes, la Aparición recomienda a los pequeños:
–Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra.
Comenzó entonces a elevarse serenamente en dirección al Oriente, hasta desaparecer en inmensidad del espacio. La luz que la rodeaba iba como abriendo camino.
Vueltos en sí del éxtasis cambian sus impresiones. Los tres habían visto perfectamente la Aparición; pero Francisco no había oído más que la voz de Lucia, ni se había dado cuenta de que la hermosa Señora hablase. Jacinta lo había oído todo distintamente, pero no había tomado parte en la conversación. Lucia era la única que había mantenido el diálogo, que duró unos diez minutos.
Lucia recomendó a sus primos no hablar en casa de lo acontecido para evitar burlas y ser reprendidos. Entonces ninguno de los tres tenía ganas de jugar… Les bastaba la íntima felicidad del alma en contacto inmediato con el Cielo.
– ¡Ah! ¡Qué Señora más hermosa! –exclama Jacinta
– Apuesto a que pronto lo dirás a alguno – amonestaba Lucia. Pero Jacinta repetía que no contaría a nadie lo sucedido. Al llegar a casa, acostumbrada la niña a contar a su madre lo sucedido durante el día, no pudo callar. Corrió hacia su madre y echándole los brazos al cuello exclamó:
–Madre mía; hoy he visto a la Virgen en la Cova de Iría.
Al día siguiente Olimpa Marto quiso informarse de la madre de Lucia, de cuanto esta hubiera contado. Pero Lucia, fiel a su consigna, se portó de modo que no despertó sospecha; y tan sólo ahora, interrogada por su madre, refirió fielmente lo sucedido, confirmando y completando la narración de sus primos.
La madre de los hermanos, espantada, fue a hablar con el párroco para contarle lo sucedido. Vuelta a casa, dio, y no sólo de palabra, la prometida lección a su hija.
La notica se había divulgado rápidamente, y al día siguiente, todos los habitantes de Aljustrel estuvieron al corriente. Nadie daba fe a las palabras de los niños y muchos empezaron a burlarse de ellos.
Así, en medio de toda clase de combates, los niños continuaban sosteniendo la verdad de sus afirmaciones y proponían, con la debida licencia, no faltar a la cita dada por la hermosa Señora.
Llegó el 12 de junio, víspera de San Antonio, fiesta muy popular en todo Portugal. Al atardecer, Jacinta se acercó a su madre y le dijo:
–Madre, mañana no vaya a la fiesta de San Antonio. Venga conmigo a la Cova de Iría a ver la Virgen.
– ¡Pero si no irás!... Pues es inútil. La Virgen no se te aparecerá.
– ¡Que sí! La Virgen dijo que se aparecería, y ciertamente se aparecerá.
–Entonces, ¿no quieres ir a la fiesta de San Antonio?
– ¡San Antonio no es hermoso!
– ¿Por qué?
– ¡Porque la Virgen es mucho, mucho más hermosa! Yo iré con Lucia y Francisco a la Cova de Iría, y luego, si la Virgen dice que vayamos a San Antonio, iremos.
Al día siguiente los señores Marto se fueron de madrugada a la feria de Pedreiras, dejando a los hijos en entera libertad de ir a la Cova de Iría. Y ellos se dirigieron con Lucia al lugar de la cita celestial, precedidos y seguidos de unas cincuenta personas, llevadas más por la curiosidad que por otro cualquier motivo.
Las personas que acompañaban a los muchachos no pudieron ver la aparición, tan sólo escucharon a Lucia hablar hacia la encina. El diálogo había durado diez minutos.
–¿Qué quiere usted de mí? –había preguntado nuevamente Lucia.
La aparición respondió que volviesen allí el 13 del mes próximo, recomendó de nuevo el rezo del Santo Rosario, y añadió:
–Quiero que aprendáis a leer; más adelante os diré lo que deseo.
Lucia intercedió por un enfermo que le habían recomendado.
– Que se convierta y sanará durante el año.
Y continuó confiando a los tres un “primer secreto”. Francisco, no habiendo oído las palabras de la Señora, pero supo luego por medio de Lucia lo que se refería a él.
Lucia pidió a la Virgen que se llevase a los tres al Cielo.
–Sí. A Jacinta y Francisco vendré a llevármelos pronto. Tú debes permanecer aquí abajo más tiempo. Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado. A los que la abracen les promete la salvación; estas almas serán predilectas de Dios, como flores colocadas por mí ante su trono.
–Por consiguiente, ¿debo quedarme sola? –preguntó entristecida, mientras la mente de le iría, sin duda, a las persecuciones que le acosaban desde hacía tres semanas.
–No, hija. ¿Sufres mucho?... ¡No pierdas ánimo! Yo no te abandonaré jamás. Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios.
Al pronunciar estas últimas palabras, la Virgen abrió las manos y le mostró un corazón rodeado de espinas que lo punzaban por todas partes. Ellos entendieron que era el Corazón Inmaculado de María y que pedía penitencia y reparación.
Tras esto, la visión empezó a alejarse. Entonces se volvieron todos a Fátima, y llegaron al final de la Misa solemne. Al volver, Lucia recomendaba el rezo del Rosario en familia, porque la Virgen lo quería.
Ante las convicciones enteramente contrarias del párroco de Fátima, en casa de los videntes aumentaban los temores. Los señores Marto, aunque convencidos de la seguridad de sus hijos, se preguntaban si no serían víctimas de alguna ilusión…
Un día, la madre les dijo:
–Mirad que oigo muchas quejas de que engañáis a la gente. Por culpa vuestra van muchos a la Cova de Iría.
Pero los niños supieron defenderse:
–Nosotros no obligamos a ir a nadie. El que quiera, que vaya; el que no quiera, que no vaya; nosotros vamos. El que no quiera creer, que espere el castigo de Dios. También a usted, madre, le llegará el castigo si no cree.
Por aquella vez la madre evitó el temporal, pero la madre de Lucia no se desarmaba tan fácilmente. Obligó a su hija a visitar la casa del Párroco después de la Misa. Estando allí, le interrogó sobre todo lo acaecido con calma y afabilidad. Al final concluyó solemnemente:
–No, no parece ser cosa que venga del Cielo. Nuestro Señor, cuando se comunica con las almas, les manda dar cuenta de todo a los confesores o párrocos; y esta niña se cierra en su silencio. Podría ser engaño del diablo. El futuro nos dirá la verdad.
Ante las palabras del párroco, Lucia se atemorizó y contó a sus primos lo sucedido durante la visita. Jacinta respondió:
–¡No es el demonio! El demonio, dicen, es tan feo y está bajo tierra, en el infierno. Aquella Señora, al contrario, ¡es tan hermosa, y nosotros la hemos visto subir al Cielo!
Lucia perdió el entusiasmo por ir a Cova de Iría y por la mortificación y los sacrificios y se preguntaba si no sería mejor decir que había mentido y así acabar de una vez con todo. Pero sus primos le disuadieron.
Sufrió pues unos días de gran dolor en el alma. Tenía pesadillas con el demonio y le fastidiaba hasta la compañía de sus primos.
El 12 de julio, al atardecer, viendo que empezaba a reunirse mucha gente para asistir a los sucesos del día siguiente, participó a los primos la resolución de no ir. Jacinta rompió a llorar y Lucia le mandó decir a la Señora que iba por temor a que fuese el diablo.
Pero al día siguiente, acercándose la hora en que debían partir, se sintió arrastrada por una fuerza sobrenatural, a la cual no se podía resistir. Se pusieron a andar los tres… Era tal el gentío, que con dificultad pudieron llegar hasta la encina. Efectivamente, el 13 de julio acudieron a Cova de Iría más de 2.000 personas.
Llegados delante del árbol los niños se arrodillaron y Lucia entonó el Rosario. Al mediodía en punto se manifestó la Aparición. Lucia, tal vez por hallarse bajo la impresión de las contradicciones sufridos, miraba sin proferir palabra. Por eso intervino Jacinta:
– ¡Lucia, habla!... ¿no ves que ella está aquí y quiere hablarte?
Y Lucia
–¿Qué queréis de mí?
La hermosa Señora, después de haberles recomendado que no faltasen el día 13 del mes siguiente, insistió por tercera vez sobre el rezo diario del Santo Rosario en honor a la Virgen, con la intención de obtener la ansiada cesación de la guerra.
Lucia le suplicó que manifestase su nombre e hiciera un milagro para que todos creyeran en la verdad de las Apariciones. Un milagro desharía todas las contradicciones, y ellos no tendrían que sufrir más.
A la pregunta de Lucia, la Aparición respondió que siguiesen volviendo todos los meses: en octubre manifestaría quién era y haría un gran milagro para que todos creyeran. Después volvió a pedir que se sacrificasen por los pecadores, y decid frecuentemente, en especial al hacer algún sacrifico: “¡Oh Jesús, por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de las injurias cometidas contra el Inmaculado Corazón de María!”.
Fue en esta aparición cuando la Virgen les confió a los tres niños un secreto con expresa prohibición de revelarlo a nadie. Años más tarde escribía sor Lucia:
“El secreto consta de tres cosas distintas, pero íntimamente enlazadas; dos de las cuales expondré ahora, debiendo continuar la tercera envuelta en misterio”.
La primera fue la visión del infierno. Nuestra Señora, al pronunciar las palabras: Sacrificaos por los pecadores… abrió las manos de nuevo, como en los meses precedentes. El haz de luz que de ellas salía pareció penetrar en la tierra.
Y nosotros vimos como un mar de fuego y en él sumergidos los demonios y las almas, como brasas transparentes y negras o broncíneas, con forma humana, que fluctuaban en el incendio, levantadas por las llamas que de ellas mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo en toda dirección, así como el caer de las centellas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de espanto. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en ascua.
Esta visión duró un momento; y debemos agradecer a Nuestra Madre celestial el habernos prevenido antes con la promesa de llevarnos al Cielo; de otra suerte, así lo creo, habríamos muerto de terror y espanto.
La segunda se refiere a la devoción del Inmaculado Corazón de María. La vidente continúa:
Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia Nuestra Señora, la cual nos dijo bondadosa y tristemente: “Habéis visto el infierno, a donde van a parar las almas de los pobres pecadores. Para sacarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado. Si se hiciere lo que os diré, muchas almas se salvarán y vendrán en la paz. La guerra está para terminar; pero si no dejaren de ofender a Dios, en el reinado de Pio XI empezará otra peor. Cuando vieres una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal, que os da Dios, de que va a castigar al mundo por sus crímenes. Mediante la guerra, el hambre y las persecuciones contra la Iglesia y contra el Padre Santo.
Para impedir esto vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Corazón Inmaculado y la Comunión reparadora en los primeros sábados.
Si atendieren a mi súplica, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, difundirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones contra la Iglesia; los buenos serán martirizados, el Padre Santo tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas…
El Padre Santo me consagrará Rusia, la cual se convertirá. Y se concederá al mundo un periodo de paz.
Era mediodía. Los pequeños videntes no llegaban. Con cierta ansiedad se esperaba un poco todavía, hasta que se esparció la noticia de que habían sido arrestados por el alcalde de Vila Nova de Ourem, masón y anticlerical declarado. Este, celoso de la ley que prohibía cualquier manifestación religiosa fuera de la Iglesia.
El 13 por la mañana, entre los grupos de peregrinos, llegó también el Alcalde de Fátima y se dirigió a Aljustrel, y se detuvo en casa Marto. Encontró tan solo a la señora Olimpia, la cual quedó no poco asustada por la inesperada visita. El Administrador quiso interrogar a los niños y les pidió que le revelaran los secretos que la Virgen les había contado. Ante la negativa de los muchachos, los declaró prisioneros y los hizo encerrar en una sala, “de donde no saldrían hasta que hubieran obedecido”.
Tras pasar allí la noche, fueron conducidos a la alcaldía, donde fueron sometidos a un interrogatorio en toda regla. Los niños coincidían en el relato que con franqueza hacían de cuanto les había sucedido, pero el secreto no lo podían descubrir, porque la Virgen les había mandado que no lo dijeren a nadie.
Por la tarde se reanudó el martirio. En primer lugar se les encerró en la cárcel pública, y se les anunció que después vendrían a buscarlos para quemarlos vivos.
Los presos les dieron buena acogida. Pero Jacinta se apartó de sus compañeros y se acercó a la ventana llorando:
–Tenemos que morir sin volver a abrazar a nuestros padres. Ni los tuyos ni los míos han venido a visitarnos. Ya no se cuidan de nosotros.
Francisco la consolaba:
–No llores; si no podemos volver a ver a mamá, ¡paciencia! Ofrezcamos este sacrificio por la conversión de los pecadores. Peor sería si la Virgen ya no volviese más; es esto lo que más me costaría; pero yo ofrezco hasta esto por los pecadores.
Los niños rezaron el rosario de rodillas junto con los presos. Al cabo de un rato volvieron a ser llevados para seguir siendo interrogados, pero viéndoles irreductibles, dijeron haber preparado una sartén grande con aceite hirviendo. Entrando el Alcade, dijo:
–Jacinta, si no hablas, serás la primera en ser quemada.
La niña, que poco antes lloraba por no poder abrazar a su madre, iba ahora con los ojos enjutos, firme en su resolución de no traicionar el mandato de la Virgen. Fue de nuevo interrogada, amenazada y encerrada en otra habitación de la casa. Mientras tanto, Francisco, alegre y tranquilo, decía:
–Si nos matan dentro de poco estaremos en el Cielo. ¡Qué alegría! ¡Morir… no importa nada!
Al rato, fue arrastrado por el Alcalde a la habitación en la que se hallaba su hermana; y poco después hizo lo propio con Lucia. Visto que no conseguían nada con los interrogatorios, el mismo Alcalde los devolvió a la Casa Parroquial de Fátima y los dejó libres en el balcón.
Pasada tan trágicamente la hora de la cita celestial, los pequeños videntes no esperaban ver la a la hermosa Señora hasta el mes siguiente, pero no fue así.
Algunos días después, el 19 de agosto, cuando menos se lo esperaban, se les apareció en un lugar llamado Valinhos, donde los pastorcillos apacentaban su grey.
Tras cambiar el color de la atmósfera, sintiendo que algo sobrenatural se aproximaba, rogaron al hermano de Francisco que avisara a Jacinta, la cual no se hallaba presente en aquel momento. Al cabo llegó la joven niña la Virgen se apareció.
– ¿Qué quiere usted de mí?
–Quiero que continuéis yendo a Cova de Iría el 13, y que sigáis rezando el Rosario todos los días. En octubre haré un milagro para que todos crean. Si no os hubieran llevado a la ciudad, el milagro habría sido más grandioso.
El semblante de la Virgen se puso muy triste:
–Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores. Mirad que van muchas almas al infierno, porque no hay quien se sacrifique y ruegue por ellas.
Desde que se produjeron los interrogatorios del Alcalde, ya nadie dudaba de la sinceridad de los niños y todos se maravillaban de su heroica constancia durante las trágicas jornadas de su encarcelamiento. De todas partes se levantaban protestas contra la intromisión de la autoridad civil, las cuales se convirtieron luego en un considerable aumento de fe y devoción, patentizado de un modo sorprendente el 13 de septiembre.
Llegado el día indicado, el lugar se encontraba lleno de gente y apenas podían andar los niños. La gente les pedía curaciones y favores para la Virgen mientras ellos se abrían paso entre la multitud. Llegados al fin junto a la encina, Lucia ordenó a los presentes rezar el Rosario.
Mientras rezaban, cuenta un testigo, con gran sorpresa veo distintamente un globo inmenso, que se mueve hacia occidente, desplazándose lento y majestuoso a través del espacio. Pero he aquí que, de repente, desaparece de nuestra vista el globo. Los pastorcillos, en una visión celestial, habían contemplado a la Madre de Dios en persona; a nosotros se nos había concedido ver su carruaje. Nos sentíamos verdaderamente felices.
Junto a la encina, Lucia, interrumpiendo su plegaria, había exclamado radiante de alegría: ¡Hela, hela, que viene! Era la quinta audiencia que la celestial Señora concedía a los niños.
La Virgen dijo a los videntes que se perseverase en el rezo del Rosario para obtener la cesación de la guerra y prometió volver en octubre con San José y el Niño Jesús. Les ordenó que se hallasen allí sin falta el 13 del mes siguiente.
Algunos habían pedido recomendasen sus enfermos a la Virgen. Lucia le suplicó los quisiese curar. A lo que respondió la Virgen que curaría a algunos.
La Señora ratificó de nuevo su promesa de hacer un milagro en octubre para que todos crean.
El gentío que los rodeaba religiosamente, no oyó la voz misteriosa, pero todos veían que Lucia tenía conversación con algún ser invisible. Finalmente, dijo Lucia:
–Hela, que parte.
El sol volvió a tomar su acostumbrado resplandor, y los niños retornaron a casa en compañía de sus padres, que, temerosos, les habían seguido de lejos.
Además del globo luminoso y la disminución de la luz solar, tal que podían verse la luna y las estrellas en el firmamento, otras señales acompañaron y siguieron al coloquio misterioso.
La atmósfera tomó color amarillento. Un nubarrón blanco, visible a una cierta distancia, rodeaba la encina y envolvía incluso a los videntes. Del cielo llovían como flores blancas o copos de nieve que desaparecían antes de llegar al suelo, y cuando querían recogerlos con los sombreros.
Este último fenómeno se repitió después alguna otra vez en los días de peregrinación, y está atestiguado por el Obispo de Leiría, que lo vio con sus propios ojos.
Pero todos estos fenómenos, aunque tan extraordinarios, debían quedar eclipsados por el gran milagro verificado el 13 de octubre.
Desde las primeras horas del día 12, de los puntos más remotos de Portugal se advertía un intenso movimiento hacia Fátima. Al atardecer, los caminos que llevan a Fátima estaban lleno de vehículos de toda clase, de grupos de peatones, de los cuales muchos caminaban a pie desnudo y cantando el Rosario.
El día 13 amanece frío, melancólico, lluvioso. La multitud aumenta. La lluvia, persistente y abundante, había convertido la Cova de Iría en un inmenso charco de barro y penetraba hasta los huesos de los peregrinos y curiosos.
Al llegar los pastorcillos, la muchedumbre, reverente, les abre paso y ellos van a colocarse delante de la encina, reducida ya a un trozo de tronco. Lucia pide a la muchedumbre que cierren los paraguas para rezar. Todos quieren estar muy cerca de los videntes. Jacinta, empujada por todas partes, llora y grita. Los dos mayores, para protegerla, la ponen en medio.
Al mediodía en punto Lucia anunció la llegada de la Virgen. El semblante de la niña se tornó más bello de lo que era, tomando color rosado y adelgazándose los labios.
La aparición se manifestó en el lugar acostumbrado a los tres afortunados niños, mientras los presentes ven por tres veces formarse alrededor de aquellos y luego alzarse en el aire una nubecilla blanca como de incienso.
– ¿Quién es usted y qué quiere de mí?
–Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honor, que soy Nuestra Señora del Rosario, que continuéis rezando el Rosario todos los días, la guerra va a terminar y los soldados volverán pronto a sus casas.
Lucia exclamó:
–¡Tengo tantas cosas que suplicarle…!
Y la Virgen respondió que concedería alguna, las otras, no. Y volviendo al punto principal de su Mensaje, añadió:
–Es necesario que se enmienden, que pidan perdón por sus pecados. ¡No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido!
Era la última palabra, la esencia del mensaje de Fátima. Al despedirse, abrió las manos, que reverberaban en el sol, o como se expresaban los dos pequeños videntes, señaló el sol con el dedo.
Lucia imitó instintivamente aquel ademán, gritando:
–¡Mirad el sol!
La lluvia cesa inmediatamente, las nueves se deshacen y aparece el disco solar como una luna de plata, luego gira vertiginosamente sobre sí mismo semejante a una rueda de fuego, lanzando en todas direcciones fajas de luz amarilla, verde, roja, azul, violada…, que colorean fantásticamente las nueves del cielo, los árboles, las rocas, la tierra, la incontable muchedumbre. Se para por algunos momentos, luego reanuda de nuevo su danza de luz como una girándula riquísima hecha por los mejores pirotécnicos; se para de nuevo para volver a comenzar por tercera vez, más variado, más colorido.
De repente, todos tiene la sensación de que el sol se destaca del firmamento y que se precipita sobre ellos. Un grito único, inmenso, brota de cada pecho, que manifiesta el terror de todos. Todos gritan y caen de rodillas en el barro rezando en voz alta actos de contrición.
Y este espectáculo, claramente percibido por tres veces, dura por más de diez minutos y es atestiguado por más de 70.000 personas; por creyentes e incrédulos, por simples campesinos y cultos ciudadanos.
Acabado el fenómeno solar, se dieron cuenta de que sus vestidos, empapados poco antes por la lluvia, se habían secado perfectamente.