EL SÍGUEME DE SIMÓN, ANDRÉS, SANTIAGO Y JUAN
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Jesús había dejado a Juan, Andrés, Santiago, Simón, Felipe y Natanael con una inquietud en el alma. Ahora creen, pero viven igual que antes. Su fe es una semilla que aún debe germinar. Saben que tienen que hacer algo, pero no saben qué. |
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Entonces llega Jesús donde ellos trabajan, acude a buscarlos junto al lago de Genesaret. Este lago es un lugar privilegiado de la naturaleza. Sus medidas son de veinte y diez kilómetros, entre su longitud máxima y su anchura. Ni demasiado grande, ni demasiado pequeño. Lo suficiente para una medida humana y acogedora. Sus aguas dulces son fruto de las altas cumbres del monte Hermón, y las vierte, a su vez, en el Jordán.
Le rodea una vegetación arborada y su entorno son prados. En las épocas primaverales la pradera se llenan de pequeñas flores que le dan un agradable colorido. La temperatura es deliciosa, ya que es un clima levantino algo alejado de la costa, con vientos provenientes de las cercanas montañas, que atemperan las épocas más calurosas. Los puertos de pescadores se suceden a poca distancia unos de otros, pues la pesca es abundant
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Por su emplazamiento, es un lugar donde los hombres pueden vivir a gusto, sin las agresiones del excesivo frío o del calor fuerte, con agua y con luz.
Se presta a estar largos ratos al aire libre en conversación amistosa; y las pocas lluvias favorecen más aún estas reuniones con el cielo por techo y sentados en la hierba.
Alrededor del lago, a una cierta distancia, se elevan pequeñas colinas desde las que de una mirada se domina todo el lago; las puestas de sol invitan a la oración y a agradecer a Dios la belleza de lo creado.
Nazaret está relativamente cerca, aunque alejada de sus orillas; entre las poblaciones que se encuentran allí se puede contar: Betsaida - lugar de nacimiento de Pedro, Juan, Felipe, Andrés y Santiago-; Cafarnaúm -donde vivían Pedro y Andrés cuando Jesús les llamó definitivamente-; Magdala -lugar de la conversión de la mujer pecadora; Tabigha -donde se realizó la segunda pesca milagrosa, la de los 153 peces grandes bien contados-; Tiberíades -localidad romana de mala fama entre los judíos-, y pequeños puertos de pescadores.
Este es el marco del segundo encuentro de Jesús con algunos de sus futuros apóstoles. La semilla dejada en su alma en el primer encuentro con el Señor va a dar aquí su primer fruto.
Los seis primeros, después de hablar con Jesús, volvieron a sus casas con la inquietud en el alma. No pueden ser indiferentes a lo que han visto y oído. El encuentro con Cristo había sido muy intenso. Jesús había entrado en sus almas hasta lo más hondo.
Cierto que ellos habían puesto pocas dificultades y estaban llenos de buena voluntad; pero hemos de reconocer que es difícil acostumbrarse a lo desconocido; y más aún si se trata de un encuentro con el Mesías anunciado por los profetas y esperado durante tantos siglos por los israelitas. Jesús había dicho a unos que era Él a quien esperaban: el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A otro le cambió el nombre. A otro lo entusiasma. Alguien descubre en Él al Hijo de Dios y al rey de Israel.
Los detalles del primer encuentro y la hondura de las primeras palabras bullen en su interior, también cuando se dedicaban a sus tareas habituales de pesca. La simiente lanzada a voleo por el sembrador iba desarrollándose en su alma. Iban asimilando lo oído y lo visto. Y esto requiere un cierto tiempo, aunque sea poco.
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Jesús deja pasar los días para que maduren la experiencia de aquel primer encuentro. Después, los busca para realizar una segunda llamada, la definitiva. Esta llamada es repentina pero la respuesta fue rápida, lo que significa que han reflexionado sobre el primer encuentro.
Después de la manifestación en Judea y Nazaret las almas ya están maduras, y Jesús se presenta en Cafarnaúm. Al verle, los seis sienten un gran sobresalto.
La alegría es grande en todos, aunque en alguno apareciese una cierta inquietud, al presentir que aquella visita tan grata le iba a complicar la vida; pero, difícilmente podía seguir su vida como hasta el momento.
Lo recibieron con gusto, y Jesús se quedó, con gozo, con sus nuevos amigos. Jesús que sabe lo que pasa por su interior, se dirige a ellos y les dice algo inesperado y deseado al mismo tiempo: sígueme, o seguidme. El Señor quiere dejar bien claro que no le eligen ellos a Él como Maestro, sino que libremente les elige a ellos como discípulos.
La llamada se dio al pasar Jesús cerca de ellos. Parece aparente casual, rápida, como dicha de paso; pero no es así. Cristo los busca, ha ido a su pueblo deliberadamente, se dirige con toda intención a la orilla donde están, y pasa por sus vidas en el momento elegido por El: "Y, al pasar junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: Seguidme, y os haré pescadores de hombres. Y, al instante, dejaron las redes y le siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago el de Zebedeo y a Juan su hermano, que remendaban las redes en la barca. Y enseguida los llamó. Y dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él"( Mt y Mc).
¿Qué quiere decir sígueme? ¿Es un mandato o una petición? No es fácil contestar, pues nos falta conocer el acento con que Jesús pronuncia la palabra. Sígueme tiene algo de mandato y algo de súplica. La Voluntad de Dios se exterioriza en esta palabra, por tanto es un mandato; pero al mismo tiempo suplica una respuesta libre. Es un mandato, pero con un acento amoroso.
Es como decir: “si quieres puedes ser mi discípulo, pero ten en cuenta que es Dios quien te lo pide”, o bien: “quiero que me sigas, aunque eres muy libre para decidirte”. No en vano el amor es más exigente que la justicia y cuando es el Amor el que llama, una súplica es un mandato.
¿Qué contenido tiene la propuesta de seguir a Jesús? Lo vemos claro en la respuesta de los apóstoles: dejar sus ocupaciones, su modo de vida, y vivir como el mismo Jesús. Les pedía un cambio de vida respecto a Dios, y , a la vez: dedicarse a una tarea algo enigmática.
Era lógico hacer preguntas, enterarse bien sobre lo que deben hacer; cómo quedaría la familia, las barcas, y mil detalles de determinada importancia. Pero no hicieron preguntas. Creen en Jesús, se fían de Él, y por eso le siguen dejándolo todo. Andrés y Pedro dejaron las redes tal y como estaban. Santiago y Juan dejaron a su padre boquiabierto, aun en el supuesto de que Zebedeo conociera algo por las conversaciones familiares de aquellos días.
Dejaron todo "al instante, al momento". No hubo dilación, ni excusas más o menos razonables. Esa prontitud en la entrega es importante. En el caso de estos cuatro apóstoles no era imprudencia, ni una temeridad, pues conocían bien quién era Jesús, y creían en Él, tenían la formación básica que proporcionaba la Ley, unida a la que les había dado Juan Bautista.
Si hubiera sido un acto generoso, pero imprudente, Jesús no les hubiera admitido en su compañía. No quiere decir esto que ya fuesen perfectos, ni siquiera de que tuviesen perfecta conciencia de lo que se les pedía. Jesús les llama precisamente para formarlos, y conoce muy bien sus carencias intelectuales y humanas.
Pero la valentía, la firmeza, la prontitud en la decisión es necesaria en la generosidad. Seguir a Jesús es convivir con Él. La perspectiva es halagüeña, pero no fácil. Jesús se exige mucho; les conocerá muy de cerca y la experiencia muestra la diferencia entre un trato diario y continuado y uno esporádico.
La convivencia diaria permite que afloren defectos: desalientos, malhumor, pereza, espíritu crítico, envidia y tantos otros. Pero sólo esa convivencia hará posible una educación y una formación de filigrana.
Las grandes ideas y los consejos sabios se concretarán en correcciones concretas y en costumbres detalladas, como el control de la lengua, la paciencia ante los inoportunos, no dejar nunca para después la oración y mil cosas más.
Santiago y Juan dejan a su padre Zebedeo. Pedro, a su familia. No se trata pues de dejar cosas malas o indiferentes, sino realidades tan buenas como la familia. Cabía argüir, como excusa para la entrega, que el cuarto mandamiento es muy importante; pero el primero lo es más, y no pueden estar en oposición.
El contenido de la petición del “sígueme” con el que Jesús llama a los discípulos se puede resumir en “comprometerse”. No les muestra al principio todo lo que van a hacer, ni les explica si van a vivir una vida célibe, o alejada de su mujer para el que estuviese casado, ni si tendrán que vivir un determinado tipo de vida, o de estudio. Si les hubiese hablado al principio de la Cruz se hubiesen asustado, y quizá no se hubiesen atrevido a la entrega. Parece claro que, seguirle, equivale a fiarse de Jesús y hacer las cosas como el Maestro les indique.
ENRIQUE CASES,
“Tres años con Jesús”,
Ediciones internacionales universitarias.
Pedidos a eunsa@cin.es
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