¿Quién era aquella mujer? Era una pecadora. Una mujer de buen ambiente religioso, pero que pierde la cabeza en una vida de pecado sin recato. Si grande fue la locura que le llevó a malos caminos, mayor aún ha sido la conversión dolorosa de esta mujer.
Jesús calla ante esta explosión de sentimiento. Él sabe bien que, a veces, las palabras tienen que esperar. Pero algo turba aquellos momentos de gozo y reconciliación con Dios. Es el juicio secreto de Simón. Jesús lo advierte y no puede callar.
"Viendo esto el fariseo que lo había invitado decía para sí: Si este fuera profeta sabría con certeza quién y qué clase de mujer es la que le toca: que es una pecadora. Jesús tomó la palabra y dijo: Simón, tengo que decirte una cosa. Y él contestó: Maestro, di. Un prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta.
No teniendo con que pagar, se lo perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le amará más? Simón contestó: estimo que aquel a quien se le perdonó más. Entonces Jesús le dijo: Has juzgado con rectitud. Y vuelto hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? entré en tu casa y no me diste agua para limpiarme los pies; ella en cambio ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos.
No me diste el beso, pero ella desde que entré no ha dejado de besar mis pies. No has ungido mi cabeza con óleo; ella en cambio ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho"(Lc).
La mujer ha quedado silenciosa en medio del revuelo suscitado por su conducta. Entonces Jesús se dirige a ella, y le dice: "Tu fe te ha salvado; vete en paz". Jesús dice que su pecado es real, pero encuentra la disculpa: "Ha amado mucho".
Las últimas palabras del Señor se le quedan fuertemente gravadas en su memoria: "vete en paz". Se le dilata el alma, y asiente con todo su ser cuando oye que "ama más aquél a quien más se le perdona". La pecadora es ahora una mujer nueva que empleará toda la fuerza del amor que le llevó al pecado a una causa mucho mejor: la de amar a Dios con todas las fuerzas por el camino recién descubierto.
Fue, según los evangelios, la primera a la que se le apareció Jesús después de la resurrección, tras buscarlo con lágrimas (Jn 20,11-18). De ahí la veneración que ha tenido en la Iglesia como testigo del resucitado. (Ver la pregunta ¿Quién era María Magdalena?). De estos pasajes no se puede deducir ni que fue una pecadora, ni mucho menos que fue la mujer de Jesús.
Los que sostienen esto último acuden al testimonio de algunos evangelios apócrifos. Todos ellos, quizá con la excepción de un núcleo del Evangelio de Tomás, son posteriores a los evangelios canónicos y no tienen carácter histórico, sino que son un instrumento para trasmitir enseñanzas gnósticas. Según estas obras, que aunque lleven el nombre de evangelios no son propiamente tales sino escritos con revelaciones secretas de Jesús a sus discípulos después de la resurrección, Mariam (o Mariamne o Mariham; no aparece el nombre de Magdalena salvo en unos pocos libros) es la que entiende mejor esas revelaciones. Por eso es la preferida de Jesús y la que recibe una revelación especial.
La oposición que en algunos de estos textos (Evangelio de Tomás, Diálogos del Salvador, Pistis Sophía, Evangelio de María) muestran los apóstoles hacia ella por ser mujer refleja la consideración negativa que algunos gnósticos tenían de lo femenino y la condición de María como discípula importante. Sin embargo, algunos quieren ver en esta oposición un reflejo de la postura de la Iglesia oficial de entonces, que estaría en contra del liderazgo espiritual de la mujer que proponían estos grupos. Nada de esto es demostrable. Esa oposición más bien puede entenderse como un conflicto de doctrinas: las de Pedro y otros apóstoles frente a las que estos grupos gnósticos exponían en nombre de Mariam. En cualquier caso, el hecho de que se recurra a María es una forma de justificar sus planteamientos gnósticos.
En otros evangelios apócrifos, especialmente en el Evangelio de Felipe, Mariam (esta vez citada también con elnombre de origen, Magdalena) es modelo de gnóstico, precisamente por su feminidad. Ella es símbolo espiritual de seguimiento de Cristo y de unión perfecta con él. En este contexto se habla de un beso de Jesús con María (si es que el texto hay que entenderlo realmente así), simbolizando esa unión, ya que mediante ese beso, una especie de sacramento superior al bautismo y la eucaristía, el gnóstico se engendraba a sí mismo como gnóstico.
El tono de estos escritos está absolutamente alejado de implicaciones sexuales. Por eso, ningún estudioso serio entiende estos textos como un testimonio histórico de una relación sexual entre Jesús y María Magdalena. Es muy triste que esta acusación, que no tiene ningún fundamento histórico, ya que ni siquiera los cristianos de la época se vieron obligados a polemizar para defenderse de ella, resurja cada cierto tiempo como una gran novedad.
Enrique Cases,
Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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