Nos habla Tertuliano. Siglo II-III. Los primeros cristianos están dispuestos a dar su vida por la unidad de la Iglesia. Se esfuerzan por mantener unido el rebaño de Cristo, que empieza a verse atacado y zarandeado por herejías, infidelidad, etc.
TEXTOS DE LOS PRIMEROS SIGLOS SOBRE LA UNIDAD DE LA IGLESIA
1. Voy a mostrar las verdaderas actividades de la «secta» cristiana: habiendo refutado las perversidades que se le atribuyen, mostraré sus excelencias. Somos un cuerpo unido por una común profesión religiosa, por una disciplina divina y por una comunión de esperanza.
Nos reunimos en asamblea o congregación, con el fin de asaltar a Dios como en fuerza organizada. Esta fuerza es agradable a Dios.
(TERTULIANO, Apologético, 39, 1-18)
2. El cuerpo no permanece impasible ante el sufrimiento de uno de sus miembros; necesariamente se duele con él, y busca, pues, un remedio. Allí donde están uno o dos fieles, allí se encuentra la Iglesia, y la Iglesia se identifica con Cristo.
Por eso, cuando tú tiendes las manos hacia tu hermano, estás tocando a Cristo, estás abrazando a Cristo, estás implorando a Cristo. Y cuando tus hermanos derraman lágrimas por ti, es Cristo quien sufre, es Cristo quien por ti suplica a su Padre, obteniendo fácilmente lo que como Hijo pide.
(TERTULIANO, Sobre la penitencia, 8, 4-10)
3. Toda la multitud de Iglesias son una con aquella primera Iglesia fundada por los apóstoles, de la que proceden todas las otras. En este sentido son todas primeras y todas apostólicas, en cuanto que todas juntas forman una sola.
De esta unidad son prueba la comunión y la paz que reinan entre ellas, así como su mutua fraternidad y hospitalidad. Todo lo cual no tiene otra razón de ser que su unidad en una misma tradición apostólica.
(TERTULIANO, Tratado sobre la prescripción de los herejes, 21, 3; 22, 8-10)
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